lunes, 4 de noviembre de 2019

UN MARIDO PARA OLIVIA BUENO







UN MARIDO PARA OLIVIA



1


Olivia lanzó
la invitación sobre el asiento con gesto rabioso. 
—Es el protocolo —se
lamentó su amiga Francis.
—¡Y
una injusticia! Creí que tras esta maldita guerra las cosas iban a
cambiar, pero siguen como siempre. ¿De qué han servido tantas muertes y
sufrimiento? ¡Absolutamente de nada! 
—Por lo menos, tu
tío intentó compensarte. Te dejó una magnífica casa y casi la totalidad de
su fortuna. No tienes título, pero eres una mujer rica. Diría que, muy,
muy rica. Opino que no deberías quejarte.
—Una riqueza que me
impide recuperar lo que es mío por nacimiento. Me han arrebatado el
título, mi casa familiar y mi prestigio para entregárselo al imbécil de Howard.
Tengo todo el derecho del mundo a lamentarme. 
—Lo del
prestigio... Digamos que hace tiempo que no te acompaña, querida. Y se te han
tolerado tus desmanes por ser lady Loughty. Pero ahora no eres más que la
señorita Olivia Coleman. Deberás ir con tiento o estas invitaciones que
tanto te enervan, ni tan siquiera te llegarán; y perderás la oportunidad de
cazar un buen partido.
Olivia,
observándose en el espejito, dibujó una gran sonrisa.
—Cielo. Ningún
hombre se ha resistido jamás a esto. Y como bien dices, ahora hay que
añadir a mi innegable atractivo mi inmensa fortuna. Puedo conseguir el marido
que me plazca. Incluso, puedo comprarlo e imponer mis propias normas. Sí. Es
una idea estupenda.
—Mas bien una
estupidez. Y espero que esta noche no cometas ninguna. ¿De acuerdo?
—La señorita Olivia
se comportará como una niña buenecita. No hará como Lady Pamela Edmont que se
presentó al baile de disfraces ataviada con el traje de Lady Godiva y un simple
collar de cuentas. Un escándalo en toda regla. Claro que, sino recuerdo mal,
nadie la ha repudiado. Sigue asistiendo a todas las reuniones.
—Como has dicho,
pertenece a su círculo. Se protegen.
—Y yo ya he sido
rechazada por la jauría. Haga lo que haga, no me remedirán.   
Su amiga la miró preocupada.
—Hablo en serio. No
empeores las cosas. Te lo pido por favor.
—No soy tan
estúpida, Francis. Antes de nada, debo saber a qué atenerme como
"señorita". Aunque, sé muy bien como me tratará más de una. Me la
tenían jurada y ahora que he caído en desgracia harán leña conmigo.
Francis sonrió.
—Dudo mucho que te
troceen. No he conocido a nadie con más fortaleza que tú. Hemos llegado.
¿Lista?
Olivia inspiró
profundamente y bajó del coche, seguida de Francis.

















2


La gran escalinata
ya estaba repleta de invitados. Unos invitados que Olivia conocía muy bien.
Llevaba años dejándose ver por los elegantes salones de las mansiones más
señoriales del reino. Pero solamente eso. A diferencia de las demás
casaderas, nunca tuvo la menor intención de encontrar marido. Su única
aspiración fue ser libre y ahora, tras la enorme generosidad de su
estimado tío, sola en el mundo y habiendo cumplido los veinticinco, no
había nadie que mandase sobre su persona.
—Ahí está
Celestine. Me han dicho que este año irá a por todas —susurró
Francis.
—Ya no le quedan
candidatos dignos de su ambición. Tiene que darse prisa o sus esperanzas se
verán abocadas al fracaso.
—Dicen que ha
puesto los ojos sobre el Marqués de Langfort. ¡Por el amor de Dios! ¿De veras
se verá capaz de meterse en la cama con ese viejo repugnante? 
Olivia la miró
boquiabierta, al tiempo que entregaba la invitación al mayordomo.
—Sé que es
ambiciosa, pero casarse con ese carcamal...
—Llevas demasiado
tiempo fuera de Londres y no estás al corriente de las noticias. El anciano
marqués falleció. Ahora el carcamal se ha convertido en eso. Como ves, ha
mejorado mucho el marquesado —le aclaró su amiga indicándole con un leve
movimiento de cabeza al hombre que charlaba sin mucha emoción con la
anfitriona.
Sin duda, pensó
Olivia. El nuevo marqués era joven y muy atractivo. El perfecto candidato a
marido ideal. Incluso ella, si tuviese la necesidad de no quedarse soltera,
apostaría por él.
—Aunque, temo que
no se ha enterado que el pobre está prácticamente en la ruina. Sería divertido
ver como le echa el anzuelo y le sale rana —rió Francis.
—¡Sería un placer
indescriptible! Deberíamos alentarla, ¿no te parece? Pero primero necesito animarme
con una copa de champaña. Necesito burbujas para que mis agudezas broten
alegremente.
—Olivia. Me has
prometido que te portarás bien. Moderación.
—No me seas
aburrida, cielo. Ahí llega tu pretendiente. Deberías hacerle más caso, querida.
Es un muchacho estupendo y bien posicionado. Y bebe los vientos por ti.
—Mis sentimientos
hacia él solamente son fraternales. Es imposible que algún día lo vea como un
hombre a conquistar y meterlo en mi cama.
—Permite que
discrepe. Sé que lo encuentras terriblemente atractivo.
—Ya sabes que no es
un detalle primordial para mí. Quiero a alguien bueno, leal y amante de la
familia.
—Pues deberías
comprarte un perro, querida.
—Eres imposible
–remugó Francis.
—Soy de mente
fría.  Sé que terminaréis juntos. Así
que, se amable —le susurró Olivia.
—Lady Vaughan —saludó
a Francis, besándole la mano.
—Un placer verlo de
nuevo, lord Rawson.
—Lady... Señorita Coleman. 
—Si me disculpan, deberé
acudir en ayuda de nuestra anfitriona. Está ansiosa por escupir su veneno y no
quiero ser la culpable de que se envenene al morderse la lengua —dijo Olivia.
—¡Por Dios, Olivia!
–jadeó su amiga.
Por el
contrario,  lord Rawson sonrió divertido.
Olivia se acercó a
la mujer de porte altivo.
—Una fiesta
maravillosa, lady Wildock. Ha sido un acierto, teniendo en cuenta el clima
caluroso, centrarla en el jardín; que por cierto, lo ha decorado con exquisitez.
Da la sensación de encontrarnos en un bosque encantado.   
—Gracias, querida.
Yo me alegro de tú buen aspecto. Todos pensábamos que estarías... Bueno, tras
lo ocurrido, que no te encontrarías en tu mejor momento.
—La muerte de mí
tío ha sido dolorosa, ciertamente. Pero, la vida sigue, lady Wildock.
—Por supuesto. Sin
embargo, las circunstancias no son nada agradables. Una se levanta un día y es
toda una aristócrata y al otro, una vulgar ciudadana. Sin el patrimonio
familiar, sin apenas nada. Debe de ser espantoso, querida.
Olivia se percató
de que su círculo social desconocía que su tío no la había dejado en la
miseria. Pensaban que toda la herencia había ido a parar a manos de su estúpido
primo, pues este, con toda seguridad, ocultó que a parte del título y las
tierras apenas obtuvo unas miles de libras. La situación que le pareció
divertida. Y no trató de sacarla del error.
—Si, es terrible.
No se imagina cuanto. Tendré que adaptarme a mi nuevo status o buscar un esposo
adecuado cuanto antes.
La anfitriona la
miró estupefacta. Estaba loca si pretendía cazar a alguien. Ningún caballero la
sacaría del apuro y mucho menos, tratándose de ella. Hasta ahora sus locuras le
habían sido conmutadas por ser quien era. Ahora no era nadie. Absolutamente
nadie. Si la había invitado era para que comprendiese que ya no era uno de
ellos y que esta sería la última invitación que recibiría. Su vida social
estaba muerta.
—Un título, dinero,
prestigio, son avales incuestionables, por mucho que uno cometa errores o se
tome la vida muy a la ligera. Temo que despreciaste a grandes candidatos y
en estos momentos, no posees lo necesario.  
—Entre ellos se
encontraba su adorable nieto. He sido una tonta, ¿verdad? —replicó Olivia,
fingiendo aflicción.
—Del todo,
querida. Cuando uno no se toma la vida en serio, ésta le pasa
factura. Disfruta de la noche, nunca se sabe si será la última fiesta.
Lady Wildcok se
alejó con porte orgulloso. Olivia dejó la copa vacía en la bandeja del
camarero, tomó otra y salió al jardín.
—¿Qué te ha dicho
esa bruja? —se interesó Francis.
Olivia sonrió.
—Ha dictaminado
sentencia: Soy una apestada socialmente. Temo que será mí último acto social.
Así que, disfrutaré al máximo.
—¿Y eso te
divierte? Olivia, estás en una situación realmente complicada.
—¿Por qué? Aborrezco
estas fiestas y a la mayoría de los que transitan este salón. No ser invitada
me importa un pimiento. Al contrario. Viviré como me plazca, pues soy una mujer
adulta, libre y millonaria.   
—Me alegro de que
ya no te afecte que tú primo ostente el título que te corresponde por
nacimiento y que por ello te exilien.
—¡Por supuesto que
me importa! ¡Es una injusticia! —se enfureció Olivia.
—Pero no se puede
hacer nada.  Es la ley.
—Y ellos están
encantados de castigarme.
—Has roto las
normas más básicas y ahora pagas las consecuencias. Te han cerrado
las puertas de nuestro círculo. Tendría que ocurrir un milagro para que se
abriesen de nuevo.
—O pescar a un pez
gordo —musitó Olivia, observando al nuevo marqués que salía al jardín.
—¿No hablarás en
serio?
—Es atractivo,
joven y a pesar de no tener una libra, ostenta un título poderoso. Una
tentación para la joven rica, pero carente de nobleza.
—Por suerte te
conozco y sé que jamás harías algo semejante. ¿Te importa que te deje
unos minutos? He prometido este baile a George.
—Deberías
prometerle algo menos liviano, querida.
Su amiga resopló.
—Pesada.
—Me preocupa tú
felicidad, cielo. Y sé que lord Rawson es el hombre que te la daría.
Francis se alejó.
Olivia dejó la copa vacía y se sirvió otra, sin dejar de observar al
marqués. Era realmente atractivo. Moreno, cabello y ojos color miel, rostro
masculino, pero bien delineado. Muy alto y musculoso, aunque ello no le
impedía derrochar elegancia. El partido perfecto para todas aquellas
que desconocían que se encontraba en la ruina. Sería divertido ver
cual sería la incauta que cayera en sus garras. Porque estaba segura de que el
nuevo marqués haría lo que fuese necesario para conseguir una esposa que le
permitiera vivir una vida fastuosa. Y por el momento, tenía un buen ramillete a
su alrededor donde escoger. 
—Un tipo
misterioso, ¿verdad?
Olivia se dio la
vuelta. Sonrió ampliamente al ver al joven de aspecto angelical y bello como un
dios. 
—¡Alan! ¿Cuándo has
llegado?
—Hace un par
de días.
—¿Y no me has
llamado? —le recriminó ella.
—La vida parisina
es agotadora, cielo. Desperté hace apenas unas horas.
—¿Por qué dices que
el marqués es misterioso?
—Por la sencilla
razón de que nadie sabe de donde procede.
—¿Cómo que nade lo
sabe?
—Cariño. Deberías
prestar más atención a los cotilleos sociales. Te va el futuro en ello.
—Mi destino ya lo
han sellado. Ya no importa lo que haga o deje de hacer. Soy simplemente una
señorita. Ya no pertenezco a su club. Esta es mí última fiesta.
—¡Bobadas! Francis
y yo te recibiremos encantados. Además, sé que eres muy rica. Ningún hombre con
dos dedos de cabeza te repudiará. Y volviendo al tema, el viejo marqués,
cuando enviudó, decidió ir a Egipto para practicar su gran afición que no era
otra que la arqueología. Dicen que se enamoró de una nativa y que de esta unión
nació Rayan. Pero, como es natural, al regresar a casa, dejó atrás ese pasado.
No era apropiado traerse a una egipcia y a su bastardo. 
—Al parecer, a
nadie le importa ahora que sea mestizo. Como es marqués... —Comentó Olivia,
observando como las casaderas revoloteaban a su alrededor.
—La ley sálica es
una mierda. Pero ante lo inevitable, hay que seguir. Y tú eres una
chica fuerte. Nada te hunde.
—No estoy
desmoralizada por mi. Más bien, por ellos. Me odiaban y ahora podrán apartarme
porque he perdido mí título. No soporto que ganen. 
—Ni yo que intenten
casarme cada dos horas.
—Somos unos parias —bromeó
Olivia.
—Deberíamos hacer
un frente común. Yo te doy mí título y tú a cambio, obtienes libertad y
prestigio.
—Sería estupendo.
Pero nos conocen demasiado bien. No colaría, querido. Estamos
sentenciados.
—¡Me niego a que
estos estirados nos amarguen la noche! Estamos aquí para divertirnos y
están tocando un Charleston. Así que, a bailar. ¡Venga!
El nuevo marqués se
retiró a un rincón, observando como los jóvenes danzaban alegres. Él ya no
tenía ganas de divertirse. En cuando se hizo cargo de la herencia no pudo
imaginar que las cosas estuvieran tan mal. Pero lo cierto era que el
marquesado se encontraba en la ruina. Apenas tenía liquidez para
sobrevivir unos meses y ni una libra para cancelar los impuestos. Lo
cierto es que no debería importarle en absoluto. Durante toda su vida fue
ignorado por su padre. Ahora él debería ignorar su legado. Pero no podía. Tenía
la obligación de recuperar lo que legalmente le correspondía por derecho y
sobre todo, ver como todos esos arrogantes que despreciaron a su madre se
inclinaban ante ella. Ante la esposa legal del viejo
marqués. Pero apenas tenía opciones. Pedir un crédito era del
todo imposible. Nadie se arriesgaría a poner su dinero en unas tierras que
apenas producían y en una casa que necesitaba una fortuna para ser reparada. Lo
único factible era seducir a una casadera rica que no desease dinero
y que buscase un título. Una solución arriesgada, pues no era hombre
que estuviese hecho para el matrimonio. Y mucho menos para guardar fidelidad o
simularla. Era un espíritu libre. Un hombre demasiado apasionado para
entregar su corazón a una sola mujer.
La música
estridente dio paso a un vals, momento que aprovechó para alejarse de las
casaderas. No estaba de humor para comportarse como un caballero educado.  Se detuvo ante el fabuloso bufete y se sirvió
unos emparedados de pepinillos. Una comida humilde, pero que le entusiasmaba.
—Deberías probar
los de salmón. Son los mejores de la ciudad.
Rayan miró al joven
de aspecto refinado.
—En realidad, no
tengo mucho apetito. Pero es una excusa para alejarse del baile.
Alan sonrió
divertido.
—Te comprendo. Algunas
son como lobas. Como se te ocurra perderte en sus dominios, te devorarán. Ya sé
quien eres. Así que me presentaré yo. Soy Alan Douglas.  
Rayan le estrechó
la mano.
—Deduzco
que tú habilidad te ha mantenido a salvo. Me vendrá bien alguien
que me guíe. ¿Qué hay de ellas?
Alan miró al grupo
de jóvenes.
—Es el trío más
desesperado. La rubia es Helen Northon. Pertenece a una de las familias
con más abolengo de la nación. Su padre es el vizconde de Bonside. Pero
ahora están en horas bajas. No están en la ruina, pero casi. Eso le resta
puntos. La pelirroja es Amelia Borrows, hija del conde de
Erlingth, fortuna considerable, pero un tanto simple para un hombre
medianamente cabal y nada atractiva. Todo lo contrario es
Celestine, hija del Baronet de Coldom. Un título menor y sin
apenas capital, pero gran amigo del rey; por lo que muy influyente. Está
dispuesta a todo con tal de pescar al mejor partido. Su inteligencia y
belleza la convierte en una víbora peligrosa. Mantente lejos. En realidad,
si no piensas en el matrimonio, abstente de confraternizar. A no ser que estés
buscando esposa.
—Es posible. 
Del todo, pensó
Alan. El marquesado estaba en quiebra y urgía dinero candente.
—Te aconsejo que elijas
bien. Tendrás que soportar a tú mujer el resto de tus días.
—¿Alguna adecuada?
—En asuntos
amorosos, el consejo sobra.  
—¿Y quién está
hablando de amor? El matrimonio en nuestras esferas es un negocio.
—¡Vaya! Veo
que te has integrado con rapidez —se burló Alan. 
—Lo aprendí cuando
el dinero se interpuso entre mis padres.
—No siempre tiene
que ser así.
Rayan esbozó una
media sonrisa.
—Me parece que eres
un soñador. Y por lo que he podido observar, tus ensoñaciones se encaminan
hacia esa preciosidad rubia. La señorita Olivia.
Alan arrugó la
nariz.
—Veo que ya te han
hablado de ella.
—Algo me han dicho,
sí.
—Y deduzco que no maravillas.
—No suelo hacer
caso de los rumores. Confío más en la información de primera mano.
—Cualidad de un
hombre sensato. Pero deberías prestarles atención. Siempre ocultan alguna
verdad.
—¿Y cuál es la verdad
de ese bombón?
—Que está bajo mi
protección y que no consiento que nadie pueda dañarla.
—Comprendo. Terreno
acotado.
—No exactamente. Se
trata de mi mejor amiga. Y la mejor que ronda por este salón. A todo aquel
que la lastime, me encontrará.
—Tomo nota.
—En cuanto a lo que
pretendes, no tiene la menor intención de contraer matrimonio.
—¿De veras? —inquirió
Rayan no muy convencido.
—De veras. Aunque,
si de bailar. Si me disculpas.
Rayan observó a la
pareja que, de nuevo, se sumergía en la pista de baile y danzaba con frenesí;
mientras pensaba que era una lástima que Olivia estuviese arruinada. No
era la chica más hermosa de la tierra, pero era la mujer más interesante que
había visto. Su naturalidad, nada habitual en los salones de la alta sociedad,
le confería una sensualidad que la hacía irresistible. Y él debía resistir. No
podía permitirse que las candidatas a marquesas lo viesen como un mujeriego.
Olivia Coleman era fruta prohibida.





















No hay comentarios:

Publicar un comentario