1
Desde
niño se preguntó que ocultaba esa cortina a la que nadie tenía acceso. El
misterio había desatado todo tipo de especulaciones e incluso, conspiraciones
para echar una ojeada. Pero lo cierto era que nadie tuvo el valor de
hacerlo. Nadie tenía las agallas suficientes para desafiar al
poderoso Marcel Dupont.
Ahora,
su padrino, estaba dispuesto a revelarle el secreto.
Sin
poder evitar un hormigueo en el estómago, clavó sus ojos grises en esa cortina
que, lentamente, se deslizaba mostrándole lo que durante tantos años permaneció
oculto.
Un halo
de decepción cruzó los ojos grises.
-Esperabas
otra cosa, ¿cierto?
-Con
franqueza, sí. ¿Por qué ocultar un cuadro? ¿Por su valor?
-El
valor de las cosas es relativo. Cada uno se lo da. Para mí, es el más especial
del mundo. ¿Qué opinión tienes de él?
Lo
estudió detenidamente. Una joven de belleza abrumadora se encontraba tendida
sobre la cama. Estaba desnuda, pero las violetas, del mismo color que sus
increíbles ojos, cubrían sus zonas erógenas
-No es
excepcional; aunque sí bueno. El pintor logró plasmar la belleza de
la muchacha y también, su alma.
Su
padrino dibujo una leve sonrisa.
-Gracias,
Jules.
Su
ahijado lo miró con la boca abierta.
-De
joven quise ser pintor. Pero el destino me deparaba otra cosa. Ya
sabes, uno planta una semilla esperando que se convierta en flor, pero eso
queda en manos de los elementos.
-No se
porqué lo has ocultado. Es bueno. Debiste perseverar.
-Perdí
la motivación.
-Entonces,
no entiendo. Ni tampoco por qué ahora decides mostrármelo.
Marcel inspiró
con fuerza. Sus ojos negros, por unos segundos, parecieron perderse en la
lejanía.
-Porque
creo que eres el único que puede ayudarme. Necesito que encuentres a
esa mujer- respondió mirando la pintura.
Jules
permaneció callado. No entendía la actitud de Marcel. Siempre fue un hombre
formal, entregado al trabajo, a la familia. Ya ahora, le estaba pidiendo una
frivolidad. Tal vez, se dijo, la muerte de su esposa lo había afectado más de
lo que demostró.
-Amigo,
es realmente importante para mí. Por favor, búscala.
-¿Qué?
Eso el algo que debe hacer un detective, no un abogado -refutó Jules.
-Necesito
a alguien de confianza. A alguien que se implique a fondo, sin intereses
crematísticos. Muchacho, te estoy pidiendo un favor personal.
Jules,
indeciso, sacudió la cabeza. Le debía mucho a ese hombre. Fue quién lo
salvó de ir a parar a un centro frío e impersonal cuando sus padres
fallecieron en ese accidente aéreo. Y no solamente porque los ligaba un
vínculo sellado ante la pila del bautismo. Marcel lo quería sinceramente. Lo
acogió en el seno familiar y lo trató como si
fuese el hermano que nunca tuvo. Sin embargo, lo que le estaba pidiendo
era una locura. No sabría ni por donde comenzar. Tenía que quitarle la idea de
la cabeza.
-Imagino
que ese cuadro lo pintaste hace... ¿unos treinta años?
-Veinticinco.
-¿Y por
qué de repente éste interés y no antes?
-Por
respeto.
Jules
soltó un sonoro bufido.
-Francamente,
hoy tienes un comportamiento un tanto extraño, Marcel. Durante esos
veinticinco años no has permitido que nadie viese la pintura y de repente,
descubres el secreto. ¿Y qué es eso del respeto? No le encuentro ningún
sentido.
-Siempre
tan analítico. Precisamente por ello me convienes para esta investigación. No
quiero que los sentimientos u opiniones sean un impedimento...Será mejor que te
sientes y escuches -dijo Marcel al ver la impaciencia en los ojos plomizos de Jules. Abrió la botella de brandy
y llenó dos copas. Le ofreció una y se acomodó ante su ahijado.
-Soy
todo oído -dijo éste.
Su
padrino dio un sorbo y después, comenzó a hablar.
-La
historia comenzó cuando terminé los estudios superiores. En unos meses debía
comenzar la universidad.
-Lo
recuerdo. Monsieur Orlen pensó que lo
mejor era que antes de iniciar unos
estudios que te ocuparían muchos años duros, pudieses relajarte fuera de
Francia, de los recuerdos que te entristecían.
-Así
es. Robert y yo decidimos viajar por lugares exóticos. Comenzamos por España.
Robert, deseaba dedicarse a la arquitectura y en esos momentos, Barcelona era el
destino ideal. Las olimpiadas se acercaban y la explosión de ideas era
constante. Tras unas semanas, pasaríamos a la misteriosa África. Pero yo,
a diferencia de mis amigos, nunca llegué.
-¿Me
equivocaría si digo que ella fue la culpable? -dijo Jules.
-En
absoluto.
Jules
esbozó una media sonrisa.
-Te
entiendo. Era realmente más interesante que África. ¿Fue tú
amante?
Marcel tomó
otro sorbo de brandy y lo paladeó lentamente.
-¿Lo
fue? -insistió su ahijado.
-Siempre
tan impaciente. Todo llegará. Como decía, fuimos a Barcelona. Allí nos
aguardaba nuestro amigo Marc. Nos hospedó en su apartamento situado en el
Barrio Gótico. De su mano recorrimos los lugares más emblemáticos y también,
los más sórdidos. Robert estaba entusiasmado. Gaudí, Bofill… Y yo, con la
camarera del bar que había bajo el piso.
-No me
extraña. Era muy hermosa. Yo también habría caído rendido a sus encantos -comentó
Jules.
-Por
supuesto, todos sabemos la debilidad que tienes por las mujeres; en especial,
hermosas. Pero no ye hubieses implicado del mismo modo. Yo me enamoré.
Jules
levantó una ceja.
-¿Significa
eso que me crees incapaz de amar a alguien?
-Tienes
treinta años. Que sepa, has tenido cinco novias y cuando llegaba el momento de
formalizar la relación, huías como alma que lleva el diablo.
-Padrino.
¿Cuándo te entrará en la cabeza que no soy hombre de una sola mujer? En cuanto
conozco a una a fondo, me aburre y busco a otra. Y dudo que encuentre a una tan
especial que me haga perder la cabeza hasta el punto de renunciar a mi
independencia. Pero dejemos mi situación sentimental y sigue contado, por
favor. Decías que habías caído en sus redes como un tonto.
Marcel
hizo oscilar la cabeza con gesto de impotencia. Jules era un hombre atractivo,
adinerado e inteligente. El paradigma de la perfección. El único problema era
que el trabajo de abogado le había hecho creer que el amor se esfumaba y tan
solo quedaba el odio y la ambición. Suspiró y dijo:
-Pues
sí y lo más asombroso fue que ella también me correspondió. Fue el verano más
maravilloso de mi vida. Amor, pintura, el mar; hasta que el tiempo de mi
libertad terminó.
-Y
tuviste que volver.
-Así
es. Pero no lo hice. Llamé a casa y les dije que me quedaba en Barcelona.
Puedes imaginar la reacción de mis padres. Aún así, no me largué. Un día, al
llegar al apartamento, María no estaba; ni tampoco en el bar. No me preocupe.
Sin embargo, al pasar las horas, comencé a intranquilizarme. De madrugada, ya
no pude más y salí a buscarla. Horas más tardes volvía a casa. La vecina, al
ver mi estado, me informó que un hombre llamado Dumond había preguntado por mí
y que María lo atendió. En ese instante comprendí lo que había pasado. Dumond
era el abogado de la familia y vino a hacer el trabajo sucio. No sé que le
diría a ella, pero lo único cierto es que no volví a verla jamás -explicó
Marcel con semblante sombrío.
-Pues,
ofrecerle una buena suma para que dejase en paz al heredero de una de las
familias más ricas y poderosas de Francia -dedujo Jules.
Marcel
negó con énfasis.
-Puedo
asegurarte que conocía a María. Nunca habría vendido nuestro amor por dinero.
¡Jamás! Se fue para no perjudicarme.
-¿En
serio pensabas dejarlo todo por esa muchacha? -inquirió, incrédulo, Jules.
-Por
supuesto. Y lo hice por un tiempo, hasta que comprendí que ella no volvería y
que todo había terminado. Regresé a casa. Sin embargo, ya nada volvió a ser
igual. Me distancié de mis padres y me dediqué a trabajar. Cuando conocí a
Josephine pensé que ella me ayudaría a suavizar el dolor. Era bonita,
inteligente y con buen corazón. Sí. Aplacó el dolor. Pero no pudo con los
recuerdos. La quería, de veras. Aunque, nunca la amé. Y ahora que ha muerto y
sin hijos a los que rendir cuentas, quiero recuperar a María.
Jules
lo miró perplejo.
-¿Recuperarla?
Han pasado veinticinco años. Puede estar casada y con hijos, en cualquier parte
del mundo. Y si sigue soltera cabe la posibilidad de que ya no esté ni en
Barcelona. También, en el peor de los casos, que esté muerta.
-Siempre
tan optimista –remugó su amigo.
-Enumero
los contratiempos. Y me olvido de otro. ¿No has contemplado que ella te haya olvidado? Marcel. Eres un tipo
inteligente. ¿Has pensado en esas contingencias?
-He
pensado en todas. Aún así, me niego a morir sin saber qué ha sido del ser más
importante de mi vida. Y si vive y damos con ella, lucharé por recuperarla.
¡Joder, Jules! Tengo cuarenta y cinco años. Tengo todo el derecho a rehacer mi
vida y si puedo, lo haré con la mujer que aún amo. Y necesito que me ayudes -se
exasperó Marcel.
-¿Por
qué yo? Un detective…
-En
este asunto, no sacaría nada. Un abogado inspirará más confianza. Las herencias
siempre son tentadoras; tanto para el beneficiario como para los que le rodean.
Hablarán con más facilidad.
-Eso
esta muy bien. Pero… ¿Qué se supone va a heredar María? ¿Y de quién? ¿Tienes
datos de su familia? ¿Detalles de lo que sea?
-El
tiempo que estuve con ella con su nombre me bastó.
Jules
lo miró perplejo, para después, sacudir la cabeza con energía.
-¿Y
pretendes que la encuentre? ¡Por Dios! No estás siendo nada razonable, Marcel.
-La
tienes a ella. Quién la conociera, no la habrá podido olvidar.
Jules
se levantó y ceñudo, miró de nuevo el cuadro. Ciertamente, era una mujer fuera
de lo común. Cabellos azabaches, ojos violetas, labios rojos como el fuego y
unas facciones perfectas, al igual que su cuerpo. Por la sonrisa que desprendía
se adivinaba extrovertida y el brillo de sus ojos indicaba que no conocía el
pesimismo. Pero habían pasado muchos años. Sin apellidos, domicilio o familiares,
era una misión abocada al desastre. No obstante, sería un miserable si lo
dejaba en la estacada. Además, se dijo, no tenía ningún caso importante entre
manos. Podía delegar perfectamente en su socia. Estaría bien ir a Barcelona.
-Bien.
Haré unas fotos del cuadro. No me mires así. Nadie la verá desnuda. El
ordenador ayudará a ello. La cara simplemente. Para esta tarde quiero la
dirección de ese piso, lugares que pisasteis juntos, amigos… En una palabra,
todo lo que puedas recordar que ayude. Yo iré a por el billete de avión y a
preparar el equipaje. Saldré en el primer vuelo hacia Barcelona.
Marcel
sonrió con gesto ladino y le mostró una carpeta
-Está
todo listo. Mi avión y esta carpeta. Sales hoy mismo. En cuanto al equipaje, no
es necesario. Me he permitido que tu asistenta prepare una muda y el neceser. En
el Ars te espera un personal shopping. No repares en gastos. Con los documentos
va una visa oro. Quiero que mi abogado luzca elegante.
Jules
cogió la documentación.
-Eres
un… ¿Cómo demonios sabías que aceptaría?
-Porqué
en el fondo, sé que eres un sentimental.
-Temo
que no me conoces tanto como piensas.
-¿Tú
crees? Sospecho que eres tú quién no se conoce a si mismo.
Jules
alzó la carpeta y dijo:
-No hay
tiempo para disecciones filosóficas. Tengo que coger un avión.
-Ya.
Siempre eludiendo lo sentimental. Pero, llegará el día que deberás enfrentarse
a tus emociones, muchacho. Buen viaje y suerte.
Su
amigo aseveró y comenzó a marcharse. De repente, se dio media vuelta.
-¿Por
qué nunca me lo contaste?
Marcel
se encogió de hombros.
-Cuando
ocurrió eras demasiado joven y después, al casarme, pensé que debía enterrar el
asunto para siempre.
Jules
miró el cuadro.
-Pero
nunca murió para ti. Haré todo lo que esté en mi mano para encontrar a esa
mujer. Lo juro.
2
Aterrizaron
a las dos en punto en el aeropuerto de Barcelona. El día era soleado y la
temperatura demasiado calurosa para el mes de Junio. No quería ni pensar como
sería en pleno Agosto.
Una
limusina lo llevó hasta el hotel Ars, tomando el cinturón que rodeaba la ciudad;
lo cuál no le permitió ver mucho. Era extraño, pero a pesar de haber pasado
media vida viajando, nunca había estado en Barcelona.
El
hotel estaba situado a orillas de la playa, en medio de una zona de ocio, con
restaurantes y discotecas. Y la vista de la suite situada en la planta 38, con
mayordomo incluido, que su padrino le había reservado, impresionante. No por el
lujo. Estaba acostumbrado. Era por esa gran cristalera que te permitía creer
que podías tocar el Mediterráneo con los dedos.
Lucas,
que así se llama el lacayo, le comunicó que estaba a su servicio las
veinticuatro horas del día. Y añadió:
-Puede
pedir lo que desee, que si está en mi mano, será complacido, monsieur Valmont.
¿Un refresco?
Jules
pidió una limonada y que llamase a su personal shopping. Necesitaba proveerse
de ropa inmediatamente. La búsqueda la iniciaría a la mañana siguiente. Se dio
una ducha y se cambió la ropa interior, poniéndose el mismo traje.
Cuando
entró en el salón, el timbre de la puerta sonó. Abrió. Sus ojos de gato
parpadearon al ver a la mujer. Alta, de curvas que se apreciaban turgentes bajo
el traje chaqueta impersonal. Ojos negros enmarcados por un cabello negro como
la noche, labios turgentes y un rostro, que desgraciadamente, rompía la
perfección. No es que fuese fea. Simplemente era bonita.
-Señor Valmont.
Lucas me ha informado que solicita mis servicios. Mi nombre es Violeta Martínez. Soy su asistente personal -dijo
ella en perfecto francés, con una voz un tanto profunda, pero cargada de
sensualidad; como, a pesar de no ser un bellezón, toda ella emanaba. Y pensó
que más qué sus servicios de asistente le gustaría que le proporcionase otros
más entretenidos, como un buen masaje,
besos con esos labios carnosos y algo mucho más pecaminoso. Apartó la idea al
instante. No había venido a Barcelona a divertirse y mucho menos, a complicarse
la vida con una empleada; que por otro lado, parecía fría como el hielo. Eso
nunca salía bien.
-Así
es. Por favor, pase.
-Gracias.
-No es
necesario que hablemos en francés. Me defiendo con el castellano -contestó él, hablándolo
con un ligero acento.
-Como
desee.
Jules
extrajo una pitillera del bolsillo, cogió un cigarrillo y lo encendió, ante la
mirada acusadora de la señorita Martínez.
-Privilegios
de lo ricos -dijo él y exhaló el humo lentamente.
Ella no
replicó. Estaba ante el típico ricachón, altivo y prepotente que creía que
podía comprarlo todo a golpe de talón. Y encima, éste era atractivo. Muy alto,
corpulento, pero elegante. Ojos grises, nariz proporcionada y facciones muy
masculinas, que para nada mitigaban su cabello dorado. Un play boy acostumbrado
a que ninguna mujer se le resistiese. Por suerte, estaba inmunizada contra
ellos. Ya tuvo bastante con el primero con el que se topó. Podían engañarla una
vez, la siguiente, no.
-Mientras
no se ponga en marcha la alarma de humos –comentó. Se aclaró la garganta y
dijo: Como sabe, estoy a su disposición para conseguirle lo que necesite. Ropa,
entradas para cines, conciertos o estadios. También estoy capacitada para
reservarle restaurantes, alquiler de un coche o idearle una ruta turística con
un guía.
-No lo
dudo en absoluto. Parece usted una mujer muy eficiente. Y dígame, Violeta.
¿Cuántos idiomas habla?
-Español,
francés, inglés, alemán y catalán. Un poco de árabe y chino.
Lo dijo
sin el menor signo de arrogancia; lo cuál, le llevó a pensar que estaba ante
una de esas sabihondas con las que coincidió en la facultad. Chicas serias,
responsables y que jamás se permitían un momento de relax. Lo que no llegaba a
entender es que, alguien de su inteligencia ejerciese como asistente personal.
-Admirable,
para ser tan joven. ¿Veinte?
-Veinticuatro.
-¿Y
está casada?
-No.
-¿Hijos?
-No.
-¿Algún
novio que la aguarde con impaciencia?
Ella
endureció el rostro.
-Puede
que esté aquí para ayudarle en las necesidades que puedan surgirle. Pero no
tengo por costumbre a que me interroguen ni que urgen en mi vida privada, señor
Valmont.
-Solamente
compruebo que esté totalmente a mi disposición, como indica el contrato. No
quiero que los asuntos personales interfieran. Soy un hombre muy ocupado y los
minutos cuentan.
-Le
aseguro que, si tuviese compromisos, no haría este trabajo. Y ya que ha visto
que no habrá ningún problema, me gustaría que me indicase que necesita. Sé que
el tiempo es oro para mis clientes -replicó Violeta con sequedad.
-Ropa.
He tenido que salir precipitadamente.
-Comprendo.
¿Preferencias?
-Ninguna
en especial.
-¿Estará
muchos días?
-No lo
sé.
-En ese
caso, serán varias piezas. Formal y algo ligero. ¿Tipo de ropa interior?
-Lo
dejo a su elección.
-¿Talla?
Él
levantó una ceja al tiempo que dibujaba una sonrisa maliciosa. Pero ella no se
dejó intimidar y repitió:
-¿Talla?
-Cuarenta
y ocho.
-Bien.
Se lo traeré lo antes posible. ¿Algo más?
Jules aplastó
la colilla en el cenicero. ¿Algo más? Sí. Salir de esa habitación y tomar el
aire.
-Creo
que iremos los dos de compras. Pero antes comeremos.
-No
suelo entablar relaciones amistosas con los clientes -recusó ella.
-¡Oh!
¿Le he dado esa impresión? Lo siento. Me refería a que no deseo comer en el
hotel. No conozco la ciudad…
-Puedo
indicarle varios restaurantes de por aquí realmente buenos.
La
chica era dura, pensó él.
-Sí,
claro. Aunque, como tenemos que seguir hablando de los servicios que debe prestarme,
considero que podríamos hacerlo ante una mesa. Así ganamos tiempo. Estaré muy
ocupado en los próximos días.
Ella,
finalmente, aseveró.
-Tratándose
de trabajo, de acuerdo.
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