domingo, 29 de octubre de 2017

un amor del pasado

1


Desde niño se preguntó que ocultaba esa cortina a la que nadie tenía acceso. El misterio había desatado todo tipo de especulaciones e incluso, conspiraciones para echar una ojeada. Pero lo cierto era que nadie tuvo el valor de hacerlo. Nadie tenía las agallas suficientes  para desafiar al poderoso Marcel Dupont.
Ahora, su padrino, estaba dispuesto a revelarle el secreto.
Sin poder evitar un hormigueo en el estómago, clavó sus ojos grises en esa cortina que, lentamente, se deslizaba mostrándole lo que durante tantos años permaneció oculto. 
Un halo de decepción cruzó los ojos grises. 
-Esperabas otra cosa, ¿cierto?
-Con franqueza, sí. ¿Por qué ocultar un cuadro? ¿Por su valor?
-El valor de las cosas es relativo. Cada uno se lo da. Para mí, es el más especial del mundo. ¿Qué opinión tienes de él?
Lo estudió detenidamente. Una joven de belleza abrumadora se encontraba tendida sobre la cama. Estaba desnuda, pero las violetas, del mismo color que sus increíbles ojos, cubrían sus zonas erógenas
-No es excepcional; aunque sí bueno. El pintor logró plasmar la belleza de la muchacha y también, su alma.  
Su  padrino dibujo una leve sonrisa.
-Gracias, Jules.
Su ahijado lo miró con la boca abierta.
-De joven quise ser pintor. Pero el destino me deparaba otra cosa. Ya sabes, uno planta una semilla esperando que se convierta en flor, pero eso queda en manos de los elementos.   
-No se porqué lo has ocultado. Es bueno. Debiste perseverar.
-Perdí la motivación.
-Entonces, no entiendo. Ni tampoco por qué ahora decides mostrármelo.
Marcel inspiró con fuerza. Sus ojos negros, por unos segundos, parecieron perderse en la lejanía.
-Porque creo que eres el único que puede ayudarme. Necesito que encuentres a esa mujer- respondió mirando la pintura.
Jules permaneció callado. No entendía la actitud de Marcel. Siempre fue un hombre formal, entregado al trabajo, a la familia. Ya ahora, le estaba pidiendo una frivolidad. Tal vez, se dijo, la muerte de su esposa lo había afectado más de lo que demostró.
-Amigo, es realmente importante para mí. Por favor, búscala.  
-¿Qué? Eso el algo que debe hacer un detective, no un abogado -refutó Jules.
-Necesito a alguien de confianza. A alguien que se implique a fondo, sin intereses crematísticos. Muchacho, te estoy pidiendo un favor personal.
Jules, indeciso, sacudió la cabeza. Le debía mucho a ese hombre. Fue quién lo salvó de ir a parar a un centro frío e impersonal cuando sus padres fallecieron en ese accidente aéreo.  Y no solamente porque los ligaba un vínculo sellado ante la pila del bautismo. Marcel lo quería sinceramente. Lo acogió en el seno familiar y lo trató como si  fuese el hermano que nunca tuvo. Sin embargo, lo que le estaba pidiendo era una locura. No sabría ni por donde comenzar. Tenía que quitarle la idea de la cabeza.
-Imagino que ese cuadro lo pintaste hace... ¿unos treinta años?
-Veinticinco.   
-¿Y por qué de repente éste interés y no antes?
-Por respeto.
Jules soltó un sonoro bufido.
-Francamente, hoy tienes un comportamiento un tanto extraño, Marcel. Durante esos veinticinco años no has permitido que nadie viese la pintura y de repente, descubres el secreto. ¿Y qué es eso del respeto? No le encuentro ningún sentido.
-Siempre tan analítico. Precisamente por ello me convienes para esta investigación. No quiero que los sentimientos u opiniones sean un impedimento...Será mejor que te sientes y escuches -dijo Marcel al ver la impaciencia en los ojos  plomizos de Jules. Abrió la botella de brandy y llenó dos copas. Le ofreció una y se acomodó ante su ahijado.
-Soy todo oído -dijo éste.
Su padrino dio un sorbo y después, comenzó a hablar.
-La historia comenzó cuando terminé los estudios superiores. En unos meses debía comenzar la universidad.
-Lo recuerdo. Monsieur Orlen  pensó que lo mejor era que  antes de iniciar unos estudios que te ocuparían muchos años duros, pudieses relajarte fuera de Francia, de los recuerdos que te entristecían.
-Así es. Robert y yo decidimos viajar por lugares exóticos. Comenzamos por España. Robert, deseaba dedicarse a la arquitectura  y en esos momentos, Barcelona era el destino ideal. Las olimpiadas se acercaban y la explosión de ideas era constante. Tras unas semanas, pasaríamos a la misteriosa África. Pero yo, a diferencia de mis amigos, nunca llegué.   
-¿Me equivocaría si digo que ella fue la culpable? -dijo Jules.
-En absoluto. 
Jules esbozó una media sonrisa.
-Te entiendo. Era realmente más interesante que África.  ¿Fue tú amante?
Marcel tomó otro sorbo de brandy y lo paladeó lentamente.
-¿Lo fue? -insistió su ahijado.
-Siempre tan impaciente. Todo llegará. Como decía, fuimos a Barcelona. Allí nos aguardaba nuestro amigo Marc. Nos hospedó en su apartamento situado en el Barrio Gótico. De su mano recorrimos los lugares más emblemáticos y también, los más sórdidos. Robert estaba entusiasmado. Gaudí, Bofill… Y yo, con la camarera del bar que había bajo el piso.
-No me extraña. Era muy hermosa. Yo también habría caído rendido a sus encantos -comentó Jules.
-Por supuesto, todos sabemos la debilidad que tienes por las mujeres; en especial, hermosas. Pero no ye hubieses implicado del mismo modo. Yo me enamoré.
Jules levantó una ceja.
-¿Significa eso que me crees incapaz de amar a alguien?
-Tienes treinta años. Que sepa, has tenido cinco novias y cuando llegaba el momento de formalizar la relación, huías como alma que lleva el diablo.
-Padrino. ¿Cuándo te entrará en la cabeza que no soy hombre de una sola mujer? En cuanto conozco a una a fondo, me aburre y busco a otra. Y dudo que encuentre a una tan especial que me haga perder la cabeza hasta el punto de renunciar a mi independencia. Pero dejemos mi situación sentimental y sigue contado, por favor. Decías que habías caído en sus redes como un tonto.
Marcel hizo oscilar la cabeza con gesto de impotencia. Jules era un hombre atractivo, adinerado e inteligente. El paradigma de la perfección. El único problema era que el trabajo de abogado le había hecho creer que el amor se esfumaba y tan solo quedaba el odio y la ambición. Suspiró y dijo:
-Pues sí y lo más asombroso fue que ella también me correspondió. Fue el verano más maravilloso de mi vida. Amor, pintura, el mar; hasta que el tiempo de mi libertad terminó.
-Y tuviste que volver.
-Así es. Pero no lo hice. Llamé a casa y les dije que me quedaba en Barcelona. Puedes imaginar la reacción de mis padres. Aún así, no me largué. Un día, al llegar al apartamento, María no estaba; ni tampoco en el bar. No me preocupe. Sin embargo, al pasar las horas, comencé a intranquilizarme. De madrugada, ya no pude más y salí a buscarla. Horas más tardes volvía a casa. La vecina, al ver mi estado, me informó que un hombre llamado Dumond había preguntado por mí y que María lo atendió. En ese instante comprendí lo que había pasado. Dumond era el abogado de la familia y vino a hacer el trabajo sucio. No sé que le diría a ella, pero lo único cierto es que no volví a verla jamás -explicó Marcel con semblante sombrío.
-Pues, ofrecerle una buena suma para que dejase en paz al heredero de una de las familias más ricas y poderosas de Francia -dedujo Jules.
Marcel negó con énfasis.
-Puedo asegurarte que conocía a María. Nunca habría vendido nuestro amor por dinero. ¡Jamás! Se fue para no perjudicarme.
-¿En serio pensabas dejarlo todo por esa muchacha? -inquirió, incrédulo, Jules.
-Por supuesto. Y lo hice por un tiempo, hasta que comprendí que ella no volvería y que todo había terminado. Regresé a casa. Sin embargo, ya nada volvió a ser igual. Me distancié de mis padres y me dediqué a trabajar. Cuando conocí a Josephine pensé que ella me ayudaría a suavizar el dolor. Era bonita, inteligente y con buen corazón. Sí. Aplacó el dolor. Pero no pudo con los recuerdos. La quería, de veras. Aunque, nunca la amé. Y ahora que ha muerto y sin hijos a los que rendir cuentas, quiero recuperar a María.
Jules lo miró perplejo.
-¿Recuperarla? Han pasado veinticinco años. Puede estar casada y con hijos, en cualquier parte del mundo. Y si sigue soltera cabe la posibilidad de que ya no esté ni en Barcelona. También, en el peor de los casos, que esté muerta.
-Siempre tan optimista –remugó su amigo.
-Enumero los contratiempos. Y me olvido de otro. ¿No has contemplado que ella  te haya olvidado? Marcel. Eres un tipo inteligente. ¿Has pensado en esas contingencias?
-He pensado en todas. Aún así, me niego a morir sin saber qué ha sido del ser más importante de mi vida. Y si vive y damos con ella, lucharé por recuperarla. ¡Joder, Jules! Tengo cuarenta y cinco años. Tengo todo el derecho a rehacer mi vida y si puedo, lo haré con la mujer que aún amo. Y necesito que me ayudes -se exasperó Marcel.
-¿Por qué yo? Un detective…
-En este asunto, no sacaría nada. Un abogado inspirará más confianza. Las herencias siempre son tentadoras; tanto para el beneficiario como para los que le rodean. Hablarán con más facilidad.
-Eso esta muy bien. Pero… ¿Qué se supone va a heredar María? ¿Y de quién? ¿Tienes datos de su familia? ¿Detalles de lo que sea? 
-El tiempo que estuve con ella con su nombre me bastó.
Jules lo miró perplejo, para después, sacudir la cabeza con energía.
-¿Y pretendes que la encuentre? ¡Por Dios! No estás siendo nada razonable, Marcel.
-La tienes a ella. Quién la conociera, no la habrá podido olvidar.
Jules se levantó y ceñudo, miró de nuevo el cuadro. Ciertamente, era una mujer fuera de lo común. Cabellos azabaches, ojos violetas, labios rojos como el fuego y unas facciones perfectas, al igual que su cuerpo. Por la sonrisa que desprendía se adivinaba extrovertida y el brillo de sus ojos indicaba que no conocía el pesimismo. Pero habían pasado muchos años. Sin apellidos, domicilio o familiares, era una misión abocada al desastre. No obstante, sería un miserable si lo dejaba en la estacada. Además, se dijo, no tenía ningún caso importante entre manos. Podía delegar perfectamente en su socia. Estaría bien ir a Barcelona.
-Bien. Haré unas fotos del cuadro. No me mires así. Nadie la verá desnuda. El ordenador ayudará a ello. La cara simplemente. Para esta tarde quiero la dirección de ese piso, lugares que pisasteis juntos, amigos… En una palabra, todo lo que puedas recordar que ayude. Yo iré a por el billete de avión y a preparar el equipaje. Saldré en el primer vuelo hacia Barcelona.
Marcel sonrió con gesto ladino y le mostró una carpeta
-Está todo listo. Mi avión y esta carpeta. Sales hoy mismo. En cuanto al equipaje, no es necesario. Me he permitido que tu asistenta prepare una muda y el neceser. En el Ars te espera un personal shopping. No repares en gastos. Con los documentos va una visa oro. Quiero que mi abogado luzca elegante.
Jules cogió la documentación.
-Eres un… ¿Cómo demonios sabías que aceptaría?
-Porqué en el fondo, sé que eres un sentimental.
-Temo que no me conoces tanto como piensas.
-¿Tú crees? Sospecho que eres tú quién no se conoce a si mismo.
Jules alzó la carpeta y dijo:
-No hay tiempo para disecciones filosóficas. Tengo que coger un avión.
-Ya. Siempre eludiendo lo sentimental. Pero, llegará el día que deberás enfrentarse a tus emociones, muchacho. Buen viaje y suerte.
Su amigo aseveró y comenzó a marcharse. De repente, se dio media vuelta.
-¿Por qué nunca me lo contaste?
Marcel se encogió de hombros.
-Cuando ocurrió eras demasiado joven y después, al casarme, pensé que debía enterrar el asunto para siempre.
Jules miró el cuadro.
-Pero nunca murió para ti. Haré todo lo que esté en mi mano para encontrar a esa mujer. Lo juro.






        
2


Aterrizaron a las dos en punto en el aeropuerto de Barcelona. El día era soleado y la temperatura demasiado calurosa para el mes de Junio. No quería ni pensar como sería en pleno Agosto.
Una limusina lo llevó hasta el hotel Ars, tomando el cinturón que rodeaba la ciudad; lo cuál no le permitió ver mucho. Era extraño, pero a pesar de haber pasado media vida viajando, nunca había estado en Barcelona.
El hotel estaba situado a orillas de la playa, en medio de una zona de ocio, con restaurantes y discotecas. Y la vista de la suite situada en la planta 38, con mayordomo incluido, que su padrino le había reservado, impresionante. No por el lujo. Estaba acostumbrado. Era por esa gran cristalera que te permitía creer que podías tocar el Mediterráneo con los dedos.   
Lucas, que así se llama el lacayo, le comunicó que estaba a su servicio las veinticuatro horas del día. Y añadió:
-Puede pedir lo que desee, que si está en mi mano, será complacido, monsieur Valmont. ¿Un refresco?
Jules pidió una limonada y que llamase a su personal shopping. Necesitaba proveerse de ropa inmediatamente. La búsqueda la iniciaría a la mañana siguiente. Se dio una ducha y se cambió la ropa interior, poniéndose el mismo traje.
Cuando entró en el salón, el timbre de la puerta sonó. Abrió. Sus ojos de gato parpadearon al ver a la mujer. Alta, de curvas que se apreciaban turgentes bajo el traje chaqueta impersonal. Ojos negros enmarcados por un cabello negro como la noche, labios turgentes y un rostro, que desgraciadamente, rompía la perfección. No es que fuese fea. Simplemente era bonita. 
-Señor Valmont. Lucas me ha informado que solicita mis servicios. Mi nombre es  Violeta Martínez. Soy su asistente personal -dijo ella en perfecto francés, con una voz un tanto profunda, pero cargada de sensualidad; como, a pesar de no ser un bellezón, toda ella emanaba. Y pensó que más qué sus servicios de asistente le gustaría que le proporcionase otros más  entretenidos, como un buen masaje, besos con esos labios carnosos y algo mucho más pecaminoso. Apartó la idea al instante. No había venido a Barcelona a divertirse y mucho menos, a complicarse la vida con una empleada; que por otro lado, parecía fría como el hielo. Eso nunca salía bien.
-Así es. Por favor, pase.
-Gracias.
-No es necesario que hablemos en francés. Me defiendo con el castellano -contestó él, hablándolo con un ligero acento.
-Como desee.
Jules extrajo una pitillera del bolsillo, cogió un cigarrillo y lo encendió, ante la mirada acusadora de la señorita Martínez.
-Privilegios de lo ricos -dijo él y exhaló el humo lentamente.
Ella no replicó. Estaba ante el típico ricachón, altivo y prepotente que creía que podía comprarlo todo a golpe de talón. Y encima, éste era atractivo. Muy alto, corpulento, pero elegante. Ojos grises, nariz proporcionada y facciones muy masculinas, que para nada mitigaban su cabello dorado. Un play boy acostumbrado a que ninguna mujer se le resistiese. Por suerte, estaba inmunizada contra ellos. Ya tuvo bastante con el primero con el que se topó. Podían engañarla una vez, la siguiente, no.
-Mientras no se ponga en marcha la alarma de humos –comentó. Se aclaró la garganta y dijo: Como sabe, estoy a su disposición para conseguirle lo que necesite. Ropa, entradas para cines, conciertos o estadios. También estoy capacitada para reservarle restaurantes, alquiler de un coche o idearle una ruta turística con un guía.   
-No lo dudo en absoluto. Parece usted una mujer muy eficiente. Y dígame, Violeta. ¿Cuántos idiomas habla?
-Español, francés, inglés, alemán y catalán. Un poco de árabe y chino.
Lo dijo sin el menor signo de arrogancia; lo cuál, le llevó a pensar que estaba ante una de esas sabihondas con las que coincidió en la facultad. Chicas serias, responsables y que jamás se permitían un momento de relax. Lo que no llegaba a entender es que, alguien de su inteligencia ejerciese como asistente personal.
-Admirable, para ser tan joven. ¿Veinte?
-Veinticuatro.
-¿Y está casada?
-No.
-¿Hijos?
-No.
-¿Algún novio que la aguarde con impaciencia?
Ella endureció el rostro.
-Puede que esté aquí para ayudarle en las necesidades que puedan surgirle. Pero no tengo por costumbre a que me interroguen ni que urgen en mi vida privada, señor Valmont.
-Solamente compruebo que esté totalmente a mi disposición, como indica el contrato. No quiero que los asuntos personales interfieran. Soy un hombre muy ocupado y los minutos cuentan.
-Le aseguro que, si tuviese compromisos, no haría este trabajo. Y ya que ha visto que no habrá ningún problema, me gustaría que me indicase que necesita. Sé que el tiempo es oro para mis clientes -replicó Violeta con sequedad.
-Ropa. He tenido que salir precipitadamente.
-Comprendo. ¿Preferencias?
-Ninguna en especial.
-¿Estará muchos días?
-No lo sé.
-En ese caso, serán varias piezas. Formal y algo ligero. ¿Tipo de ropa interior?
-Lo dejo a su elección.
-¿Talla?
Él levantó una ceja al tiempo que dibujaba una sonrisa maliciosa. Pero ella no se dejó intimidar y repitió:
-¿Talla?
-Cuarenta y ocho.
-Bien. Se lo traeré lo antes posible. ¿Algo más?
Jules aplastó la colilla en el cenicero. ¿Algo más? Sí. Salir de esa habitación y tomar el aire.
-Creo que iremos los dos de compras. Pero antes comeremos.  
-No suelo entablar relaciones amistosas con los clientes -recusó ella.   
-¡Oh! ¿Le he dado esa impresión? Lo siento. Me refería a que no deseo comer en el hotel. No conozco la ciudad…
-Puedo indicarle varios restaurantes de por aquí realmente buenos.
La chica era dura, pensó él.
-Sí, claro. Aunque, como tenemos que seguir hablando de los servicios que debe prestarme, considero que podríamos hacerlo ante una mesa. Así ganamos tiempo. Estaré muy ocupado en los próximos días.
Ella, finalmente, aseveró.
-Tratándose de trabajo, de acuerdo.



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