sábado, 17 de marzo de 2018

un caballero del sur de concepción marín







CAPÍTULO 1


La puerta se abrió. Los caballeros reunidos volvieron el
rostro y miraron la figura imponente de Elliot Owens. Era el último que faltaba
para comenzar la reunión.
—Siento el retraso. Problemas en la plantación –se excusó.
Marcel Gautier, uno de los terratenientes más antiguos del
estado de Louisiana,  aplastó el puro en
el cenicero y espetó:
—Comparado con la que se avecina, habrá sido como una
fiesta. Si las cosas no cambian, preveo una guerra civil.
—¿No exagera un poco? Ha sido un incidente aislado –refutó
el muchacho que aún parecía encontrarse en plena pubertad.
—Charles. Tú juventud no te permite ver aún como es la
realidad. No podemos llamar “incidente” a un loco que pretende asaltar el
depósito del ejército e intenta sublevar a los esclavos. Por suerte, Brown fue
apresado de inmediato, juzgado y condenado a la horca.
El juez Porter se llenó la copa de brandy y dejó la botella
sobre la mesa haciéndola sonar como si se tratase del mazo que utilizaba en el
juzgado.
—Será un ejemplo para los que quieran seguir sus pasos.
—¿Y piensa que se detendrán? Abraham Lincoln no se
contentará con el alto a la trata de esclavos. Es un abolicionista y
lamentablemente, tiene muchos seguidores.  Puede que convenza a los demás políticos y nos
exijan que nuestro modo de vida termine de inmediato –dijo Owens.   
  —¿Quién son para decirnos qué debemos hacer? Ellos
no tienen ni la menor idea de cómo son esos negros. Si no tuviésemos mano dura,
nos aniquilarían. No son más que salvajes. ¡Paganos que adoran a animales! Para
lo único que  sirven es para trabajar
como los bueyes y a base del látigo –bramó Edmond Godard, su vecino.
Los demás caballeros aseveraron con énfasis.
—Precisamente esos métodos son los que han levantado las
voces de protesta –apuntilló Owens.
—Pues, ya me dirán como lo hacemos. Ayer mismo, dos de mis
esclavos se fugaron y ni mis hombres, ni los perros pudieron darles caza. Si
esto sigue así, puede extenderse y vernos en serios problemas. ¿Qué ocurrirá si
nos volvemos unos blandos? Yo lo diré. Que nuestros esclavos nos tomarán el
pelo y dentro de poco nos veremos sin nadie que cultive nuestros campos –gruñó
Owens.
El muchacho, con el rostro encendido por la ira, exclamó:
—Pues, que sigan gritando. Nadie nos obligará a nada. ¡No
vamos a consentirlo!  Y si hemos de
enfrentarnos a ellos, lo haremos como caballeros que defienden su honor; pues
yo me siento ofendido por su actitud prepotente.
Jean Ribeaux, su padre, le posó la mano en el hombro.
—Hijo. Dios no quiera que tengamos que desenvainar la
espada. Señores. Por el momento, sugiero que mantengamos la calma. Cuando
sepamos qué partido gana, actuaremos en consecuencia.
—Roguemos que Lincoln no llegue al poder –suspiró Gautier.
—Si lo hace, ningún estado del Sur lo apoyará. Nuestros
vecinos hablan de secesión. Y espero que nosotros, llegado el momento, hagamos
lo mismo. Debemos permanecer unidos. Eso nos hará más fuertes. Ahora, si me
disculpan, tengo una reunión de negocios que no puedo eludir –dijo Godard.
Cogió el sombrero y caminó hacia la puerta.
—Si no te importa, te acompaño. Como llevamos el mismo
camino… –le propuso Owens.
Su vecino aseveró y se despidieron de los demás. Recorrieron
sin mediar palabra el sendero bordeado de robles hasta alcanzar los caballos.
Montaron y se alejaron de la plantación.
Godard rompió el silencio.
—Imagino de qué quieres hablarme. El plazo cumple dentro de
una semana y querrás saber si podré saldar la deuda. Pues… La cosecha no ha
sido buena este año. ¡La maldita plaga!
—Entre otras cosas. Que nos conocemos, Edmond. Poco algodón
y demasiadas partidas de dados. Me han contado que la otra noche perdiste una
buena suma. Espero que  lo que me debes
no lo apostaras sobe esa mesa. Ese dinero ya lo tengo empleado.
—Elliot. Te pido paciencia. Lo arreglaré. 
Owens detuvo el caballo y lo encauzó ante su acompañante.
—¿Aún más? Creo que lo hemos ido aplazando muchas veces. Y
desgraciadamente, me huelo que nunca llegarás a cancelar la deuda. Así que, he
pensado cobrarme de otro modo.
La mejilla de Edmond se tensó.
—¿Vas a confiscarme mí plantación? No puedes hacerme esto,
Owens –dijo ronco.
—¿Tú plantación? Te recuerdo que el trato fue que si no
había dinero, me quedaba con ella. E imagino que como caballero harás honor a
la palabra dada –dijo Owens con tono acerado. Al ver la palidez en el semblante
de su deudor, dibujó una sonrisa malévola y añadió: Aunque, podemos llegar a
otro acuerdo que puede beneficiarnos a los dos. Tú no quedarás como un perdedor
ni yo como un desalmado.  ¿Te cuento la
nueva propuesta?           
 —Soy todo oído.
—Tienes una hija que ya debería estar casada y con una prole
de hijos. Lamentablemente, ya no quedan solteros en la zona dignos de ella. Y
los únicos pretendientes que se han interesado por Charlote lo han hecho por tú
supuesto dinero; y como viejo zorro que eres, los has despedido con viento
fresco. Ahora debes sentirte arrepentido, pues aceptarías a cualquiera que
tuviese lo bastante para sacarte del apuro. ¿No es así?
—¿A parte de querer quitarme la mayor posesión que tengo,
ahora insultas a mí hija? –siseó Edmond.
—No la conozco mucho, pero no dudo que la muchacha posea
méritos. Aunque, los que están a la vista no atraen precisamente, reconócelo.
No es que la esté llamando fea. Nada de eso. Es agraciada. Aunque, también
arisca y sin el menor sentido del humor. Parece como si estuviese enfadada con
el mundo. Y ahora, si se difunde el hecho de que estás sin blanca, se quedará
para vestir santos y tus tierras sin herederos. 
 
Edmond lo fulminó con sus ojos negros.
—¿Y a ti que más te da? Ya has dicho que lo único que
quieres es mi plantación… —Calló al intuir las intenciones de Elliot. Asintió
con la cabeza y preguntó: ¿Estás pensando en casarla con algún familiar?  
—No tengo familia.
El hombre lo miró con la boca abierta. Era imposible lo que
estaba imaginando. Owens no se caracterizaba precisamente por ser un caballero
dado a la vida hogareña; todo lo contrario. Su mejor concepto de hogar era la
habitación de un burdel.
—¿No te parezco un buen partido? –se burló Elliot.
—Pero… Acabas de confesar que mi hija no te gusta en
absoluto. Francamente, me desconciertas.
—¿Y eso importa? Estamos hablando de negocios, amigo mío. No
encontrarás mejor propuesta. Charlote deja de ser una solterona y yo me quedo
con la plantación. Por supuesto, no antes de que abandones este mundo. Aunque,
si aceptas, seré quién se encargue de ella. Te limitarás a firmar documentos y
te asignaré una cantidad mensual para tus gastos. Como es natural, generosa.  
El rostro de Edmond quedó petrificado ante las condiciones.
Pero a los pocos segundos, enrojeció por la cólera. 
—¿Me tomas el pelo? ¡Dios mío! ¡Tú te has vuelto loco! Me
estás proponiendo que se uno de tus empleados. ¡Es indignante!
—Edmond, recuerda que Dios ama al pobre y ayuda al rico. O
eso o la vergüenza pública, y la pobreza. Porque, yo no tengo el menor problema
en ejecutar lo que pactamos. Contrariamente a ti, no escondo que soy despiadado
en cuestión de negocios. ¿Y bien?  ¿Qué
decides?
—Con franqueza, no te entiendo. Dices que no tienes
escrúpulos. Entonces, ¿por qué deseas casarte? No te veo como un maridito al
lado de la chimenea –dijo Edmond intentando serenarse. No debía perder los
nervios o junto a ellos, también se volatilizarían sus tierras.
—Tengo mis razones. O hay boda o nada. ¿Qué decides?
Edmond se pasó la mano por el cabello con gesto nervioso. La
propuesta era denigrante, tanto para él como para Charlote. Le estaba
proponiendo que se convirtiese prácticamente en su siervo y a su hija, unirse a
un hombre que jamás la amaría. Y no porque no creyese que ella pudiera enamorar
a un hombre. Charlote era lista, de cara agraciada y con un corazón generoso.
El problema era Owens. Dudaba que ese tipo tuviese sentimientos. Era el hombre
más impasible, cerebral y despiadado que conocía. Dos años atrás llegó a Lake
Providence al comprar la plantación Old Tree. Nadie pudo dar explicaciones de
dónde procedía, ni a qué familia pertenecía. Su pasado era todo un misterio. Y
jamás se molestó en desentrañarlo. Lo único cierto era que, era rico. Muy rico.
Y ese dinero era lo que más necesitaba en esos momentos. Su futuro se
encontraba en las manos de ese cabrón y desgraciadamente, no le quedaba más
remedio que aceptar. Inspiró con fuerza y dijo:
—Está bien. Aunque, hay un problema. Charlote no se avendrá
tan fácilmente como yo.  Como sabrás, ha
habido pretendientes y aceptables. Los rechacé porque sabía que solamente la
deseaban por su dinero. Y he de decir que ella fue de la misma opinión.  Nunca aceptará un marido que, al menos, sepa
que quiere algo más.  
—Le cuentas la situación y no pondrá impedimento alguno.
Ninguna joven sureña acostumbrada a todos los caprichos renunciaría a ellos.
—¡Ah! No la conoces. Tiene muy marcado el sentido de la
dignidad. Antes preferirá ponerse a trabajar que venderse a alguien que no
siente nada por ella. Claro que, si le hiciéramos creer lo contrario…  No será difícil. Precisamente tú no te
acercarías a ella porque su fortuna no te es indispensable.   
Elliot levantó los hombros.
—¿Por qué no? Si de este modo me evita problemas.
—En ese caso, tendremos que preparar el cortejo.
Owens levantó una ceja.
—¿Bromeas? No tengo tiempo para esas estupideces. En cuanto
llegues a casa, le comentas a tú hija que he mostrado interés por ella. Si es
inteligente, entenderá que no encontrará mejor partido. Soy joven, rico y según
las mujeres, apuesto. Si pone alguna pega, argumenta las ventajas y si aún así
se niega, dile que la encerrarás en un convento. Pero hazlo. Mañana vendré a
comer y espero salir comprometido. ¿Queda claro?
—Como el agua.
—Bien. Hasta mañana.
Elliot espoleó el caballo y tomó el sendero que llevaba a su
plantación.
  
       


CAPITULO 2


Charlote, con una dulce sonrisa, miraba a través de la
puerta que daba al jardín como un jilguero se afanaba en hacer el nido. Pronto
llegaría el frío y necesitaría un buen refugio para su pequeña familia.
Inconscientemente, borró la sonrisa al pensar que ella, una temporada más,
debería pasar el invierno sin el calor de ese sentimiento que daba calidez al
corazón. Estaba convencida que jamás tendría a su lado a un hombre que la
amase. No reunía ninguna de las condiciones que un enamorado precisaba para
entregar su corazón. No era hermosa, ni sumisa, ni dicharachera. Al ver entrar
a su padre, volvió a sonreír.
—¿Todo bien?
Él se quitó el sombrero. Destapó la botella de güisqui, se
sirvió una copa y tras dar un sorbo, dijo: 
—¿A qué te refieres?
—Vamos, papá. No me tomes por una de esas estúpidas
señoritas. Sabes que no lo soy. Conozco el motivo de la reunión. ¿La situación
es grave?
—En absoluto. Meras discrepancias que se solucionarán políticamente.
Sin embargo –dijo sentándose ante ella.  Dio otro sorbo y buscó el mejor modo de darle
la noticia. Conocía a su hija y esa propuesta le parecería muy extraña. Bebió
un poco más y continuó hablando —traigo una noticia. Más bien, un bombazo. Algo
que jamás pensé que llegase ha ocurrir. Francamente, vengo impactado.
Charlote inclinó el torso y lo miró expectante.
—Vamos, papá. Habla de una vez. ¿Se trata de algún
escándalo?
—Se trata de Elliot Owens. Al parecer, cree que ha llegado
la hora de formar una familia y piensa casarse cuanto antes.
Ella efectuó un mohín de desencanto.
—¿Y eso es una gran noticia? ¡Bah! Y dime. ¿Quién es la
elegida? ¿Lorraine o esa tonta de Olivia? ¿Ninguna de ellas? Entonces, será de
Nueva Orleáns. Owens viaja mucho a la ciudad. Con toda seguridad, será una
heredera muy rica y hermosa. Ese hombre no se conformaría con menos.
—¿Y por qué debería hacerlo? Reúne todas las cualidades para
exigir lo máximo. Es el mejor partido que existe en muchos kilómetros.
—¿Consideras cualidades la riqueza y una buena planta? Eso
es demasiado superficial para mí. Un hombre debe poseer virtudes más
espirituales y Owens carece de ellas. Es arrogante, ambicioso y mujeriego.
Dicen que sus locales preferidos son los burdeles.
—¡Mon Dieu, Charlote! Una señorita no habla de esas cosas.
Ni tan siquiera deberías saber que existen —la reprendió.
—Por mucho que intentéis mantenernos en una urna, tenemos
ojos y orejas; y la inteligencia suficiente para no permitir que nos eduquéis
como a tontas. Simulamos ser inocentes para complaceros. Así que, toma nota.
—Pues te aconsejo que sigas con la farsa o tu futuro marido
no sería tan condescendiente como tu padre. Los hombres no quieren una esposa
que los ponga en evidencia. Podrían mancillar su honor.
—¿Qué futuro marido? –inquirió ella con tono mordaz.          
Edmond hizo rodar la copa entre los dedos. Se enderezó y
tras aclararse la garganta, dijo:
—Hija, si te he hablado de Owen es por… Iré al grano. Me ha
pedido permiso para casarse contigo.
Charlote lo miró perpleja. Eso no era posible. ¿Por qué
razón un hombre como él la deseaba como esposa? Seguramente se trataba de una
broma de mal gusto. Ese engreído deseaba burlarse de la solterona de Lake Providence,
se dijo sintiéndose indignada.
—¿Y te lo has creído? Padre, eres un ingenuo. Habrá hecho
una apuesta con sus amigotes.  Pero no
ganará. No se reirá a nuestra costa.
—¿Una apuesta? Charlote. Me molesta que siempre te
desprecies. ¿Tan difícil es para ti creer que un hombre pueda enamorarse de ti?
–se encrespó su padre.
Francamente, lo creía. Desde bien pequeña supo que no se
parecía en nada a las otras chicas.  Y no
por el aspecto físico. Julia y Marie la superaban en fealdad. Más bien por el
carácter. Nunca se adaptó a esas normas absurdas que las obligaban a parecer
muñecas de porcelana, sin cerebro, sin opinión; siempre bajo el dominio de sus
padres, hermanos o maridos. Ella deseaba regir su vida, sus pensamientos. No se
conformaba con gobernar la casa. Presentía que estaba destinada a mucho más. Y
por esa causa, su carácter se tornó rebelde. Replicaba a los halagos absurdos
de los jóvenes caballeros y daba su opinión en asuntos vetados a las
jovencitas. Esa actitud fue alejando a cada uno de los pretendientes que en
alguna ocasión se interesaron por ella. Su padre opinaba que ese comportamiento
era debido a que perdió a su madre cuando tan solo contaba cinco años y que
creció bajo la protección de la vieja Nana. Pero sobre todo, porque nunca pudo tener
mano dura con ella. Sin embargo, se equivocaba. La esclava también la
reprendía.  Pero se negó a cambiar.
Prefería ser una solterona a vivir como una muñeca. Sin embargo, no quiso
admitir ante su padre que no podía inspirar al amor.   
—Evidentemente, no. Pero sí en el caso de Owens. No soy para
nada la mujer de sus sueños. Además, apenas hemos cruzado dos palabras. Y dudo
mucho que mi belleza lo enamorase, pues soy más bien vulgar.
Su padre dejó la copa con brusquedad sobre la mesa.
—¡Deja de decir bobadas! Elliot no es el paradigma de la
perfección, de acuerdo. Pero lo que si posee es una gran inteligencia. Y si ha
decidido que seas su esposa, es que ha visto algo especial en ti.
—Él puede decidir lo que quiera. Pero la palabra final es
mía y no me casaré con ese pretencioso –refunfuñó ella.
—No estás en situación de decidir. Ya no eres una niña. Has
cumplido los veinticinco años. Una solterona en toda regla. Y no estoy
dispuesto a que esto continúe así. Quiero nietos. ¿Entiendes? Nietos que
perpetúen nuestra saga. Owens es tú última oportunidad y no dejaré que pase.
Eres mi hija y harás lo que te mande. Y esta boda es la que más nos conviene a
los dos. ¿Queda claro? –le dijo él con tono soliviantado.     
 Charlote no podía
creer lo que estaba escuchando. Por primera vez le estaba dando una orden y en
el asunto más problemático de su existencia. Debería utilizar todas las
argucias de las que disponía para hacerlo cambiar de parecer.
—¿Vas a obligarme a casarme con un hombre que no amo? Pensé
que me querías, padre –dijo efectuando un mohín de tristeza.
—Por eso mismo, hija. Solamente busco tu bienestar. Se
razonable, por favor. ¿De verdad quieres pasar el resto de la vida sola, sin
tener la experiencia de traer un hijo al mundo? Comprendo tú reticencia. Pero
ya verás como el tiempo me dará la razón. Elliot es el hombre más deseado por
todas las casaderas y tú eres la afortunada que lo llevará al altar. ¡Serás la
más envidiada! Y la más rica. Con vuestra unión, formaremos la plantación más
extensa.
—Esa es la única razón, ¿no? –musitó ella.
—Por supuesto que no.
—Pues, no lo entiendo. Hoy hablas maravillas de Owens,
cuando siempre has comentado que no era hombre de tu agrado.
—Me refería a los negocios. No a su vida privada. Es un buen
tipo. Educado y con todos los valores que debe poseer un caballero del sur.
—Sigues pensando que soy tonta. Me estás ocultando algo.
¿Qué es? Creo que, dada la situación, tengo derecho a saberlo. ¿Por qué me
sacrificas, padre?
Él sacudió la cabeza.
—Nadie te está sacrificando. Pero si quieres la verdad, te
la diré. Le debo dinero. Mucho dinero. Owens tiene todo el derecho a quitarnos
la plantación, pues no puedo devolvérselo.
—¡Dios mío! —gimió su hija. Ahora si entendía los motivos de
instarla a un matrimonio que no deseaba.
—Sí. Lamento haber llegado a esta situación. Pero Elliot ha
demostrado que no le mueve el interés. Más bien un sentimiento honroso, pues me
ha pedido tu mano pudiéndose quedar con todo sin necesidad de comprometerse.
Hija, creo sinceramente que se ha enamorado de ti. Los hechos lo demuestran. Me
prestó el dinero sin dudar, aún, como zorro que es en los negocios, sabiendo
que tendría ciertas dificultades en devolvérselo.
—Tú lo has dicho. Estaba convencido que terminaría
quedándose con nuestras tierras.
—¡Ahí está! No tenía necesidad de pedir tu mano. Por lo que
no es tan descabellado que le gustes. Lo conozco y a pesar de las apariencias,
es hombre que se aburriría mortalmente con una esposa de rostro bello pero con
cabeza hueca. Tú eres bonita e inteligente. Tanto que, si lo tratas, verás que
tenéis muchas cosas en común.   
—No se… —dudó Charlote.
—Cariño. Estamos en apuros. Si no aceptas, perderé lo que
con tanto esfuerzo levantaron nuestros antepasados.
—Owens no me gusta. Esconde algo y con este trato, está
demostrando que no es buena persona –musitó ella.
—Dos perros pueden matar a un león.
—¿Qué significa eso?
—Que si esconde algo, tenemos una probabilidad de recuperar
lo que nos está quitando. Siendo su esposa puedes averiguar cual es su secreto.
Por otro lado, estoy convencido que jamás te lastimará. Elliot no hace nada sin
pensar. Si desea una esposa y te ha elegido, es porque considera que era la
adecuada.  
—Pero… ¡Si apenas hemos cruzados tres palabras! En las
fiestas que hemos coincidido ni se ha molestado en mirarme. Y nuestras escasas
conversaciones, te aseguro que no han sido precisamente cordiales. Esto es
realmente extraño.
—Charlote. Eres bonita, lista y rebelde. Puede que él
necesite a alguien así. Lo cierto es que, Owens tampoco es muy convencional que
digamos. Tiene la puñetera manía de trabajar en los campos. Más que un
terrateniente, parece un capataz. ¡En fin! Ya ves que no es tan disparatada su
propuesta. Puede que piense que podéis complementaros. Hija. ¿Aún dudas de qué pretendo
lo mejor para mi preciosa hija? Cariño, no quiero que al morir te encuentres
sin nadie que te ofrezca amor y termines como esas viejas locas que pasan los
días chismorreando.  Te mereces lo mejor.
Y Elliot, a pesar de las apariencias, es lo mejor. Así que, quiero que mañana,
cuando venga a comer lo recibas como se merece y le demuestres que eres la
mejor anfitriona. ¿De acuerdo?
—Papá. Necesito meditar. Dame tiempo –le pidió ella
frotándose las manos con angustia.
—No lo hay. Mañana quiere una respuesta.
—¿A qué tanta prisa? Esto no me gusta nada. Maquina algo,
estoy convencida.
—Lo que pretenda me da lo mismo. Me salvará de la vergüenza
y a ti te está dando la oportunidad de casarte. Eso me basta. Así que, cuando
salga de esta casa, quiero que lo haga comprometido. ¿Queda claro?
Charlote asintió conmocionada.           




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