1
No podía creer que estuviese a
punto de materializarse el principio de aquello por lo que tanto se esforzó. Y
lo más milagroso fue a los pocos días de licenciarse. Claro que, sus excelentes
credenciales la avalaron. Pocos debieron postularse con sus calificaciones.
Nerviosa llamó al timbre de la
enorme cerca. El portero abrió a los pocos segundos. Se presentó y tras enseñar las credenciales la dejó pasar.
—Soy la nueva chef.
—La esperábamos. Bienvenida,
señorita Durmaz. Al final del edificio está la cocina –le indicó le hombre.
Aylin inspiró hondo y hacia allí
se encamino. Abrió la puerta de color rojo. No era la cocina. Se trataba del
estudio de rodaje. El corazón se le detuvo al ver en acción a los actores más
famosos del momento. Y pensó en cómo se emocionaría su madre al contarle que
los vio en persona y no a través de una pantalla. Aunque, también se
decepcionaría al contarle que las escenas románticas de su pareja preferida
distaban mucho de serlo. Decenas de trabajadores se movían a su alrededor y
rompían el encanto de ese romance que a todos hacia soñar.
—¿Qué hace aquí? –le susurró un
joven.
—Busco la cocina. Soy la nueva
chef.
—Está al doblar la esquina. La
puerta azul. Salga y sin hacer ruido, por favor. Y…
—¡Corten!
El grito del director los
sobresaltó.
—¡Maldita sea, Leyla! Ya sé que
estás cansada y que te sientes poco motivada. Pero eres actriz. Y estás
considerada de las mejores. ¡Por Dios! ¿Es qué no puedes mostrar un poquito más
de emoción? ¡Repitamos! ¡A ver si podemos terminar de una puñetera vez! ¡Acción!
—La mañana no sale cómo se
esperaba. Leyla tiene uno de esos días insufribles. La verdad es que es
insoportable casi siempre. Si la gente supiera como es… ¡En fin! Por favor, váyase. Nadie ajeno a la
producción puede estar aquí –le susurró el muchacho.
Aylin obedeció, pero caminó con
lentitud, observando el plató. Nada parecido a la realidad que se mostraba en
las pantallas. La hermosa mansión o paisaje no existían. Se implantaban en la
posproducción en el croma azul que se encontraba tras los actores; y estos, en
lugar de mostrar emoción en las pausas, sus rostros reflejaban apatía o
cansancio.
El regidor, desde el fondo del
estudio, le indicó con la mano que se fuese de una vez. Salió y se encaminó al
lugar indicado. Espero no errar de nuevo al abrir la puerta.
—Buenos días –dijo aliviada al
ver la cocina.
—¿Tú eres la nueva chef? –preguntó
un tipo orondo y de faz atocinada mirándola sin la menor expresión de simpatía.
No podía creer que la dirección escogiera a una chiquilla como su jefa. No
duraría ni una semana en un lugar como aquel.
—Sí. Aylin Durmaz.
—Yo soy Yussuf, de oficio
pastelero. Aunque, no puedo lucirme. En esta profesión apenas toman algo dulce.
Así se les agria el carácter a la mayoría. Me paso las horas horneando pan
integral, asados insulsos y preparando ensaladas. Claro que, ya sabrás de qué
pie calzan si te han dado el puesto. ¿No?
—Sí. Me han informado de todo.
—Ya. Aunque, por lo que aprecio,
tú no te aplicas el cuento. Tienes sobrepeso, cielo. Pero no te preocupes. No
estarás en primera línea o de lo contrario jamás hubieses pisado estas cocinas.
En esta industria se valora más la imagen que el talento.
Aylin no podía creer lo que escuchaba. Ese tipo era un grosero.
—¿Sobrepeso dice? Mi índice de
masa según la OMS es normal –musitó perpleja.
Yussuf la miró de arriba hacia
abajo sin el menor decoro.
—Cariño. Esas medidas han quedado
caducas para esta industria. La moda dicta otras cantidades. Actualmente te
sobran varios kilos. Deberías hacer dieta para quitarte esas curvas tan
pronunciadas. No son elegantes.
—¿Dice que soy vulgar? –susurró
ella, incrédula ante la desfachatez de ese tipo.
—Querida. No te ofendo. Si te
digo todo esto es por tu bien. Ahora te moverás en un círculo muy selectivo. El
aspecto lo es todo. Por aquí pasan las estrellas más rutilantes del panorama
televisivo. Hay que estar a la altura. ¿Comprendes?
La ira de Aylin tomó forma y le
espetó:
—¿Y qué hay de la tuya? Calculando
por encima, diría que rondas los cien kilos o más. ¿Qué tienes que decir a eso?
El hizo un gesto desdeñoso.
—¡Oh! Es distinto. Soy
cincuentón, hombre y cocinero. Todo se me disculpa. Pero tú… Mira, nena. Tú
eres joven y mujer. Tienes que demostrar lo que vales. Aunque, con ese aspecto
poco agraciado, vestida al igual que una desarrapada y esos lentes pasados de
moda te será difícil. Por mucho que intentes arreglarlo, cualquier estilista lo
tendría complicado. Aunque, pensándolo bien, sería un gran reto que lo
animaría.
Aylin apartó el sentimiento de
depresión que estaba a punto de invadirla y lo miró ceñuda.
—El reto lo tendréis vosotros si
no comenzáis a cocinar. Hace diez minutos que tendríamos que ponernos a ello.
¿Puedes decirme dónde está el resto de empleados? –siseó.
—Deduzco que curioseando en el
plató. Hoy ha comenzado a trabajar Serdar Tilbe. ¡Ay, cielo! Es una leyenda
viva. Un actor colosal. ¿No te parece? Deberíamos ir nosotros también a echar
una ojeada. Al fin y al cabo, tampoco tenemos muchas elaboraciones complicadas.
Las haremos en un periquete. Todo tan sano que da asco. ¡Pero es lo que hay!
Aylin resopló.
—¿Pretendes que el primer día ya
me salte las condiciones laborales? Estoy aquí para que la alimentación esté
elaborada con minuciosidad; pues tengo entendido que hasta ahora la calidad no
era precisamente elogiable. De ahí que venga al rescate.
—¡Uy, niña! Me parece que te
tomas esto con demasiada responsabilidad. Si al fin y al cabo tenemos que
preparar ensaladas, caldos, carnes y pescados al horno. No hay ningún misterio.
Si has pensado que aquí podrás lucir tus dotes culinarias has errado. Cómo he
dicho, aquí impera lo saludable.
—La gente ha perdido la noción de
lo que es realmente saludable –protestó Aylin colocándose el delantal.
—Y de lo que alegra el estómago y
el alma, preciosa. Está claro que tú no lo ignoras. A la vista está –insistió
Yussuf.
Ella cogió un enorme cuchillo, lo
balanceó ante el cocinero y echó chispas por sus ojos del color de los
topacios, masculló:
—A partir de este momento para ti
soy tú superior. Por lo que te dirigirás a mí de usted y con la categoría de
chef, y responderás con un sí o un no, chef. ¿Te ha quedado este concepto
suficientemente claro, Yussuf? Porque si no es así, te aseguro que a pesar de
lo que piensas, me han contratado por mi excelente currículo y no por mí
apariencia. Confían tanto en mi habilidad que me han dado manga ancha para
organizar esta cocina. ¿Y sabes qué? ¿No? Pues también sobre los empleados. Yo
decido si os quedáis o no, y si vuelves a pasarte un pelo comentando algún
aspecto de mí físico o me faltas al respeto, juro que mañana no vuelves a pisar
este lugar. ¿Entendido?
Él tragó saliva. Subestimó a esa
muchachita diminuta. La gordita tenía arrestos.
—Sí, chef.
Ella sonrió satisfecha al ver su
cara grasienta tornarse blanquecina.
—Así me gusta. Serás educado y estarás
dispuesto a realizar la labor con la exigencia y perfección que exigiré, al
igual que tus compañeros. ¿Verdad, Yussuf?
—Sí, chef.
—¡Perfecto! Ahora ve a por los
otros y adviérteles lo que hay. O colaboran o a la calle. No podemos perder más
tiempo en explicaciones que deberían ser ya sabidas.
En cuando Yussuf salió a toda
prisa se miró en el espejo. ¿De verdad ofrecía un aspecto tan patético? La
verdad, nunca se molestó en fijarse demasiado en ello. El tiempo lo empleó en
estudiar lo máximo posible. Aunque, tal vez se esforzó en la inteligencia y sus
habilidades innatas al carecer de esa belleza que ahora se le requería a una
mujer. Lo consideró un trabajo absurdo porque jamás obtendría un resultado
distinto. Era cómo era y la opinión de los otros nunca le importó. Ni tampoco,
a pesar de la actitud humillante de Yussuf, le importaría ahora a pesar de
estar rodeada de mujeres deseadas por medio mundo. Su imagen, horrible según la
opinión del cocinero, no era espantosa. Era corriente al igual que el noventa y
nueve por ciento de las mujeres del mundo que mantenían el aspecto físico
natural y no modificado por el bisturí. No existía razón para deprimirse.
—Aylin deja de divagar con
estupideces y ponte a la faena. ¡Venga! –musitó.
Abrió la carpeta, extrajo el
folio del menú y comprobó que no faltara ningún ingrediente.
—Perfecto.
—Chef. Ya estamos todos –le
anunció Yussuf.
Aylin alzó la mirada. Bajo su mando
estarían seis empleados más. Dos mujeres de mediana edad, tres hombres ya
bastante maduros y un aprendiz recién salido de la escuela. Comprendió que le
sería dificultoso implantar un nuevo sistema de trabajo. No obstante, ella
mandaba y se haría según su criterio.
—Buenos días –los saludó.
—Bienvenida, chef –respondieron
sus subordinados.
Aylin vio en sus rostros la
desconfianza. No le extrañó. Gente de su edad debería estar bajo el mando una
joven que terminaba de cumplir los veintiuno. Debió parecerles vejatorio. De
todos modos, no se achantó. Se aclaró la garganta y dijo:
—Me llamo Aylin Durmaz.
Yussuf le presentó a sus
compañeros y la labor que realizaban.
—Me honra que cocineros tan
experimentados como vosotros vayan a trabajar bajo mis órdenes. Espero que lo
hagamos con el máximo rigor y también de cordialidad. Sabed que me gusta el
orden, la puntualidad, la pulcritud, pero en absoluto los conflictos. Por ello,
si doy una orden confío que será cumplida. No obstante, estoy abierta a las
sugerencias. Y dicho esto, pongámonos manos a la obra. Ya llevamos varios
minutos de retraso. ¿De acuerdo?
Dio las instrucciones y cada uno
se afanó en realizar la tarea designada.
2
Era la mujer ideal para cualquier
hombre que adorase la estética. Rostro perfecto, rubia natural, ojos verdes,
labios turgentes y un cuerpo escandaloso y cómo excepción, también aportaba un
toque de inteligencia. Sin embargo, en
cuanto se la presentó a *Müdür, sus ojos y movimiento corporal mostraron
discrepancia; tornándose ésta en desagrado al intentar ella acariciarlo
dedicándole uno de sus característicos gruñidos de enemistad.
Hakan, a los pocos días, cortó la
relación con la modelo más cotizada del momento. Al igual que su adorado perro
comprendió que no era la adecuada.
—Está visto que no tengo ojo para
las mujeres. Sin embargo, tú sí ves a la primera si me convienen o no. Pero hay
una duda que me corroe y es que no se si algún día darás tú aprobación a
alguna. Porque hasta el momento no te ha agradado ninguna de mis conquistas. Me
temo que todo es cuestión de celos. Quieres tenerme en exclusiva. Y eso, amigo
mío, no es posible. ¿Lo entiendes?
El perro ladró una vez para
negarlo.
—¡Vaya! ¿No? Pues, tendrás que
demostrarlo. Aunque, temo que será difícil. Yo también soy exigente en
cuestiones sentimentales. No me conformo con cualquier mujer. Tiene que ser
muy, muy especial. ¿No te parece?
Müdür volvió a ladrar.
Su dueño se levantó.
—Dejaremos esta conversación para
más tarde. Tengo que irme. Ya sabes cómo es mi hermana. La persona más puntual
de mundo. Si me paso tan sólo un minuto me aguardará una enorme bronca. Aunque,
hoy la tendré de todos modos cuándo vea que no llevo compañía.
*Jefe
No erró.
—¿Vienes solo? ¿Es qué ya
concluiste con la maravillosa Sabriye? Hermano. Ni una te dura más allá de unas
semanas. No sé qué buscas. Bueno, sí. Imagino que la perfección. Sin embargo,
por mucho que te empeñes no la hallarás. No existe. La usas como una mera
excusa para no comprometerte. Cielo. ¿Cuándo sentarás la cabeza?
—Ya sabes cuándo.
—¿Bromeas?
—En absoluto.
—¡Por Dios! Hiciste una promesa
absurda.
—Soy hombre de palabra.
—¿De qué promesa habláis?
–intervino Basir, el marido de Sema.
—Mi excéntrico hermano dijo que
jamás se casaría a no ser que su estimada mascota estuviese de acuerdo –le
aclaró ella.
—¿Y sigues manteniéndola, cuñado?
Por supuesto que no pensaba tal
idiotez. Pero decidió seguir la broma y dijo:
—Así es.
—¿Lo dices de verdad? Pues me da
la sensación de que nos tomas el pelo.
—No, amor. No se burla. Según él,
Müdür es capaz de distinguir que mujer es la ideal para ser su esposa –aseguró
Sema.
—¿Ah, pero piensas casarte?
–inquirió escéptico, Basir.
—Que disfrute de la vida en estos
momentos no significa que no desee formar mi propia familia. Y esa decisión no
se puede tomar a la ligera.
—Y esa responsabilidad recae en
un perro. ¡Increíble!
—Búrlate, querido. Pero te
aseguro que conozco a mí hermano y si ha tomado esa decisión, así será. Porque
según su teoría consideró, con el tiempo, que la promesa era una completa
memez. No obstante, se dio cuenta de que Müdür siempre acertó en descartar a sus
conquistas.
—Porque a pesar de su intención,
su subconsciente le dice que no quiere atarse a nadie y echa la culpa al pobre
perro. Por lo tanto, no culminará ese juramento y seguirá comportándose al
igual que un Don Juan –argumentó él.
—Pues, te equivocas por completo
–aseguró Hakan.
—Bien. Acepto estar equivocado.
Pero, ¿que ocurrirá con la elección? ¿Te casarás sea cuál sea la mujer?
¿Seguro? ¿Has caído en ello?
Hakan se sirvió una copa de
ginebra, simuló recapacitar y la hizo rodar entre los dedos.
—Hombre, hay ciertos límites;
cómo es natural. Si elige a una anciana,
a alguien enfermo o a una cría, por supuesto que no.
—Lo que nos da un amplio abanico
de posibilidades. Alguien que abandonó recientemente la adolescencia, una
madurita, un adefesio… Imagina cualquier escenario. Por esa causa dudo que tal
cómo eres veamos realizar esta extravagancia.
Hakan juntó las cejas en un gesto
de enfado.
—¿Y cómo soy? ¿Qué dice el psicólogo?
Basir tomó un sobro de té y tras
dejar la taza, dijo:
—Puedo decir que eres
inteligente, perfeccionista, noble, responsable y exigente contigo mismo, al
igual que con los que te rodean; que no soportas la mediocridad, ni las
adulaciones, ni las mentiras. Tampoco la falta de estética. Te gusta rodearte
de belleza. Por otro lado, los demás ven en ti a un hombre frío, calculador y
ambicioso. Y se equivocan, porque ocultas tú verdadera naturaleza sensible y
generosa.
—¡Vaya por Dios! ¿Así que soy un
angelito? –se burló Hakan.
—Basir dice la verdad. Te conozco
muy bien y sé que bajo esa coraza dura e impenetrable late un corazón bondadoso,
sensible y lleno de amor. No obstante, te da miedo mostrar tú fragilidad
emocional; sobre todo por el ambiente en el que te mueves –reafirmó Sema.
—Ya no soy ese niño. He cambiado.
Sería más acertado decir que la vida ha sido el artífice. Esas sensiblerías han
quedado atrás o jamás habría llegado
donde estoy.
—Lo que tú digas. ¡En fin! Espero
que esta locura no se lleve a término o vaticino un desastre.
—¿Cómo qué no? Él hizo una
promesa y si tenemos en cuenta su personalidad, la cumplirá. ¿No es así,
cuñado?
Sema le lanzó una mirada
iracunda.
—Basir. ¿Has perdido la cordura?
—Querida, hay que abandonarla de
vez en cuando. Y al no ser yo, me divertirá ver cómo termina esto. Incluso
podemos apostar. ¿Qué te parece?
—Como terapeuta lo que deberías
hacer es convencerlo de que se olvide del asunto y no fomentar su memez. ¡Dejar
en manos de un can el futuro de uno! ¡Absurdo! –le recriminó Sema.
—Hermanita. Puedo asegurar, a
pesar de parecer paranoico, que ni una sola vez Müdür erró.
—¡Pero si nunca ha dejado que,
aparte de mamá o de mi se le acerque
otra mujer! –apuntilló ella.
—No mientas. Mi perro es cariñoso
y amable con todo el mundo. Aunque, en algo tenéis razón. Nunca permite que lo
toquen las mujeres con las que me relaciono sentimentalmente o desconocidas
jóvenes. Si les gruñe es por la simple razón de que ve en ellas algo extraño.
—En eso debo darle la razón. Se
ha estudiado a fondo que los animales, en especial los perros, pueden intuir cu
una persona no es lo que digamos agradable o cariñosa con ellos –apuntilló
Basir.
—No te lo rebatiré. Sin embargo,
dudo mucho que todos estos años Müdür haya dado con chicas antipáticas o con
sentimientos poco bondadosos. Para mí que tiene fobia a las chicas jóvenes. ¿No
os parece? –opinó Sema.
—Da igual lo que digáis.
Continuaré confiando en él. Y tú, Basir, asistirás a mi boda con la chica que
mi adorada mascota elija –dijo Hakan, siguiendo la broma.
—¡Ay, Dios! Sin duda has
enloquecido –exclamó Sema.
3
Aylin logró terminar a tiempo el
menú. Ahora solamente esperaba que los comensales expresaran su satisfacción. Más,
no podía aguardar a ello; por lo que en un acto de intrepidez salió de la
cocina y se acercó a la zona donde los especialistas, extras y actores de
reparto comían. Con tiento atisbó escondida tras una columna. Parecía que
ninguno le hacia ascos a los platos. Por el contrario, mostraban complacencia.
Orgullosa del trabajo realizado
regresó.
—Si espera que vengan a
felicitarla, va lista. Por el contrario, recibirá decenas de quejas y muchas
sin venir a cuento. La mayoría de esa gente tan estirada es así. Se creen
superiores a los mortales por el simple hecho de que son famosos –dijo Yussuf.
—No con mi comida. Has comprobado
que está deliciosa y en el comedor no han dejado ni las migas –aseguró Aylin.
Él encogió los labios.
—Bueno… Tampoco se pase, chef. No
son más que lechugas y pescados sin la menor sustancia; ya que apenas puedo
ejecutar un buen aliño sustancioso. Ya sabe, las malditas calorías –intervino
Evren, la encargada de las salsas.
—El mérito está en la calidad de
los productos –opinó Cemil, el responsable de las carnes.
—La cuestión es que más que
buenos cocineros necesitan gente hábil para preparar comida que un niño podría
ejecutar –dijo Asaf, guardando un trozo de merluza en el frigorífico.
—La ventaja es que con esta
alimentación tan sana la cocina apenas se ensucia y me ahorro unas buenas horas
de limpieza –dijo el joven Oka.
El positivismo de Aylin comenzó a
decaer ante tales comentarios.
—Y tú, Nesrin. ¿No tienes nada
qué opinar?
—¿Para qué? Ya ha visto lo que
hay. Aquí la alta cocina ni la huelen, cómo tampoco la vulgar y corriente que
toman los demás mortales. Si esperaba lucirse, ha errado de lugar.
La llegada de un tipo con unos
auriculares pegados a la cabeza los interrumpió.
—La señorita Leyla le retorna
este plato. Dice que hay demasiado aliño en la ensalada, al igual que en el
pescado. Vuelvan a cocinarlos cómo desea —dijo. Dejó la bandeja sobre la mesa y
se largó.
Aylin permaneció petrificada.
—¿Demasiado condimentados? ¡Por
Dios! Si es la comida más sosa que he hecho en la vida.
—Se lo dije, chef. Solamente nos
llegan las quejas. Y si no quiere recibir una amonestación en su primer día,
póngase manos a la obra ya –dijo Yussuf con evidente tono de satisfacción por
el fracaso de su fatua chef.
—Hazlo tú. Y que quede perfecto.
—Pero yo…
Ella le lanzó una mirada colérica.
—A la orden, chef.
Unos minutos después la comida
estaba lista.
—¿Dónde está esa caprichosa?
–quiso saber Aylin.
—En la caravana principal.
—Bien.
—¿Va a ir usted? –se sorprendió
Evren.
—Por supuesto. Quiero que me diga
a la cara la razón de su desagrado.
—Pues, suerte; porque no sabe lo
que hace. Tengo entendido que hoy se ha levantado de un humor de perros. Verá su
nombre estampado en la puerta de la rulot –le deseó Cemil.
Aylin ya lo presenció en persona.
No obstante, se encaminó hacia la caravana de la gran protagonista de la serie
que causaba furor en todo el país. Por supuesto, conocía este dato por su
madre, ya que ella no tenía tiempo para perder ante el televisor con esas historias
absurdas y fantasiosas tan ajenas a la vida real. Su tiempo ante la pantalla lo
dedicaba a los programas culinarios o culturales. A pesar de ello, nadie podía
escapar de ver a los famosos puesto que aparecían en todas partes, incluso en
los informativos cuando eran noticia por algo importante o escandaloso. Así que,
Leyla no la sorprendería.
Inspiró hondo y golpeó con el
nudillo la puerta.
—¡Adelante!
Abrió. Subió los escalones y
entró.
La actriz se hallaba ante el
espejo retocándose el cabello. Era tan hermosa cómo se veía en las revistas. No
le extrañaba que fuera una de las mujeres más envidiadas. Cualquiera daría
media vida por poseer su belleza. Ella no. Por lo menos esa; porque adoraba lo
natural y en su rostro apenas quedaba nada. Botox, silicona, un sinfín de
retoques y exceso de maquillaje. No quiso ni imaginar que haría al cumplir los
cuarenta.
—Deja la bandeja ahí y vete –le
ordenó la actriz sin siquiera mirarla.
—Preferiría quedarme para ver si
ahora la comida está a su gusto –dijo Aylin.
La gran estrella alzó el rostro y
la miró con expresión enojada.
—¿Alguien cómo tú me va a decir
cuándo debo o no comer? ¡Inaudito!
—En absoluto quiero intervenir en
sus decisiones. Sin embargo, en una hora termina mi horario de trabajo y si
tengo que repetir el menú, pues…
Leyla alzó la mano para
interrumpirla.
—Me importa bien poco si tienes
que trabajar más o no. Lo único primordial es que yo esté bien atendida. Y si
te causa algún problema mis exigencias, puedes buscar empleo en otra parte. Por
lo tanto, lárgate y si necesito algo más te lo haré saber.
Aylin permaneció quieta e intentó
amarrar la furia que se desató en sus entrañas.
No podía estallar o su carrera que acaba de comenzar terminaría esa
misma mañana.
—¡¿Qué haces ahí parada?¡ ¡Largo!
–explotó Leyla. Cogió la bandeja y mirándola con asco, añadió: Espera. Llévate
esto y olvida el pedido. En unos minutos ruedo y no quiero que el aliento me
huela a pescado. Hoy tenemos una escena que es casi un beso. Mejor trae unas
manzanas. ¡Y qué sea rapidito! ¿Entendido? ¡Vete ya! ¡Venga!
Aylin reprimió las ganas de
arrearle un sopapo y salió sin poder evitar escuchar las quejas de esa arrogante.
—¡Por Dios! Que mujer tan torpe,
de aspecto tan desagradable y poco agraciada. No tiene la menor idea de vestir
cómo es debido. ¡Y esos pelos! ¿De dónde la han sacado? ¡Uf! Ha conseguido
desquiciarme. Leyla. Debes serenarte o por su culpa el rodaje no saldrá bien.
Aylin apretó los dientes. Bajó,
cerró, se dio la vuelta y se topó con una enorme masa humana.
—¡Mierda! ¡Por Dios! ¡Menuda
patosa! ¿Por qué no mira por dónde va? ¡Mire lo que ha hecho! ¡Me ha manchado
por completo la americana! ¡Qué asco!
Ella observó al tipo que la
miraba enfurecido. La comida se había estampado en su traje. Un traje que debía
costar miles de liras. Más, no se amilanó. No fue su culpa. Y así se lo hizo
saber.
—¿Yo? Es usted quien no lo hacia
porque se encontraba enfrascado en la pantalla del teléfono. A partir de ahora
sea más responsable y fíjese en su alrededor cuando camina, y evitará estos
accidentes. Así que, no me eche la culpa ni espere que pague la factura de la
tintorería –dijo Aylin retándole con la mirada.
—¿Qué no soy responsable? –siseó
él.
—Eso mismo. Va por ahí
comportándose al igual que un adolescente enfrascado en el móvil. ¡Que ya es
mayorcito, hombre!
—Y usted se supone una
profesional del servicio y ya ve lo que ha hecho. Si ha ocurrido esto es por su
culpa.
Aylin resopló.
—No me venga con tácticas
desmoralizantes. Usted es el único causante del desastre. Así que, por mucho
que intente encasquetármelo no pagaré la tintorería. Olvídese de ello.
No solía alterarse. Era conocido
por su templanza y aguante para no perder los estribos. Siempre antepuso la
educación y respeto. Pese a lo cual, aquella chica logró romper su paciencia y
su prudencia.
—¿Tintorería? ¡Ilusa! ¡Esto ya no
tiene arreglo! Pero que sabrá una mujer cómo usted –exclamó, observándola sin
la menor vergüenza. Aquella muchacha aparte de insolente, era un desastre.
Cabello revuelto, nada atractiva, miope y encima con unos kilos de más. La
mujer menos deseable del mundo.
—¿Una mujer cómo yo? –inquirió
ella indignada.
—Sí. Alguien que no tiene el
menor concepto de lo que es elegancia, ni reconoce lo que es calidad. Esto es
lino inglés. Estos lamparones ya son permanentes. Me ha hecho perder un dineral
y el tiempo, pues tendré que volver a casa para cambiarme. Debo acudir a una
cita muy importante. Pero que le voy a explicar. ¡Usted es una ignorante de los
negocios!
—¿Me puede decir en qué basa esa rotunda
opinión sobre mí? –siseó Aylin.
Él la miró con menosprecio.
—Por el uniforme que lleva es
evidente a que se dedica.
—A lo mejor, a diferencia de
usted, trabajo en lo que realmente me gusta.
—¿Cómo lavar platos o camarera?
—¿Usted no ha escuchado el refrán
que dice que el hábito no hace al monje?
—Puedo intuir que bajo la bata,
su ropa es de mercadillo. Barata y de mala confección. ¿Me equivoco? ¿A qué no?
¡Ah, ah! Por su expresión he dado en el clavo –dijo él, jactándose.
Ella, indignada, lo apuntó con el
dedo.
—La ropa hace la función de
cubrir nuestra desnudez o preservarnos del frío. No es necesario emplear una
fortuna. Lo considero inmoral cuándo hay tanta penuria en el mundo. Pero claro,
usted es de esos que ignoran las
necesidades vitales de los demás para satisfacer las suyas. El típico ricachón
egoísta que desprecia a los que están debajo de él.
—Ya veo. Es usted una de esas que
cuestiona la moralidad de los demás sin tener la menor idea de cómo piensan o
actúan.
—No me venga con actitudes de
ofensa. Usted lo ha hecho sobre mí de la misma manera.
Él dejó escapar aire con gesto
cansino.
—Mire. Soy un hombre muy ocupado.
No tengo tiempo para discusiones absurdas que no conducen a ningún fin
provechoso. Apártese, por favor.
Aylin se alteró.
—¿Absurdas? ¡Ah! ¡Me ha acusado
de algo que no he hecho y encima me ha insultado! Ocupado, dice. ¡Lo que es usted
es un engreído maleducado! ¡Y además es usted un… un miserable!
Él también perdió los estribos.
—Y usted una… una… mujer
espantosa y fea. ¡Un adefesio que encima tiene un carácter insoportable!
—¡¿Qué?¡ ¿Qué ha dicho? –jadeó Aylin.
Él, en el mismo momento de lanzar
esos insultos tan terribles, se arrepintió. Jamás se trastornó hasta ese
extremo tan cruel. No comprendía que le pasaba. Nunca ofendió a nadie. La
educación recibida por sus padres fue estricta en esa cuestión. El respeto
hacia los demás era sagrado. Sin embargo, no era momento de deducir, era momento de disculparse.
Antes de que pudiese hacerlo, la
puerta de la roulotte se abrió.
—Hakan, cariño. ¿Qué pasa? ¿Qué
son estos gritos? ¡Vaya! Ésta de nuevo. ¿Te
molesta cielo? Tú. ¿Es qué no has entendido que te he dicho que te largaras?
¡Uf! ¡Que pesada, por el amor de Dios! ¿Sabes qué ha osado decirme lo que debía
hacer? Es una mal educada y una impertinente.
Él le lanzó una mirada gélida a
Aylin.
—Así parece. Tranquila, Leyla. Ya
se va. ¿No es así, señorita?
Cómo única respuesta, ella tiró
con brusquedad la bandeja en el contenedor. Dio media vuelta, alzó la barbilla y
se largó.
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