1
La fiesta de anoche fue fabulosa. La
mejor que recordaba. Pero las consecuencias estaban siendo terribles. La cabeza
le estallaba y los golpes insistentes en la puerta no ayudaban a mitigar el
dolor.
Gruñendo abrió.
—Patrick, cómo no esté acabándose el
mundo, te juro que te cortaré la cabeza.
El mayordomo levantó el cuello con
aire digno.
—Conozco mis limitaciones, mi lord. Le
he dicho al señor Lane que no podía recibirle y lo he invitado a marcharse. Pero
ha insistido en verle. Me ha asegurado que es un asunto de vital importancia; por
lo que no me ha quedado más remedio que importunarlo.
Su señor suspiró.
—Para Adam todo es importante.
—En esta ocasión ha dicho que trae
información sobre su futuro. Y si me permite dar mí opinión, diré que parecía
estar muy inquieto. Mucho más de lo habitual. Considero que debería recibirlo,
mi lord. ¿Qué traje le preparo?
—Si es tan urgente el batín bastará.
Patrick lo censuró con la mirada
mientras su señor bajaba a la planta baja, pero se mantuvo callado. El
comportamiento de un buen mayordomo era ver, oír y callar. Nunca entrometerse
en los asuntos del que pagaba su salario. Lealtad absoluta hacia lord Nathaniel
Laymore.
—¿Por qué demonios me sacas de la cama
tan temprano? –preguntó él, al entrar en la biblioteca.
Su abogado resopló.
—¡Por Dios, Nathaniel! Son casi las
doce.
Él delineó una sonrisa evocadora.
—La fiesta fue brutal y terminó al
amanecer. Es una lástima que no vinieses. Acudieron las mujeres más salvajes de
la ciudad y también el príncipe Eduardo. Tomamos el champaña más exclusivo y
disfrutamos de un espectáculo escandaloso. Y después… Ya puedes suponer lo que
pasó. Diversión extrema.
—Por si se te ha olvidado, estoy
comprometido. Esos excesos terminaron para mí. Y en cuanto al heredero,
deberías dejar de incitarlo. Si llega a oídos del rey puedes tener serios problemas.
Nathaniel silbó.
—Recuerdo tú compromiso, lo recuerdo. Y
con franqueza, no entiendo qué te ha pasado. Hasta hace unos meses eras el
mayor juerguista de Londres; a parte de mí, por supuesto. ¿Qué maldito hechizo
te ha lanzado esa muchacha aburrida y, perdona si soy sincero, nada atractiva?
—El más poderoso: El del amor –dijo
Adam.
—¿Poderoso? ¡Gilipolleces! Estoy
convencido que dentro de nada estarás liberado y volverás a ser el Adam
libertino. ¿Qué te apuestas? ¿Cien libras?
Éste inspiró hondo.
—Nath, nunca cambiarás. Dentro de cuatro
meses me caso.
—¡¿Qué?! –exclamó su amigo sin poder
dar crédito.
El mayordomo entró y les sirvió té.
—Gracias, Patrick –dijo Nathaniel despidiéndole
con un gesto de la mano. Miró ceñudo a Adam y tras dar un sorbo a la taza,
dijo: ¿Matrimonio? ¡Estás loco! Vas a destrozarte la vida. ¿Pero acaso no sabes
cómo terminan estas cosas? La gloria al principio y el infierno a los pocos
meses. La guerra en los tribunales para conseguir el divorcio o aparentar el
resto de tus días que todo va bien, teniendo que ser prudente para evitar las
murmuraciones y los enfados de una esposa decepcionada. Vas a lanzarte al abismo,
amigo mío.
—No todos terminan del mismo modo.
—Veo que no te convenceré. Es una
lástima. Pero después no me vengas con lloros. Y bien. ¿Qué pasa? ¿A qué viene
esta urgencia?
Adam lo miró con aire circunspecto.
—No debería decirte esto. A pesar de
ello, eres mí mejor amigo y tras pensarlo mucho, he llegado a la conclusión de
que no puedo callar. Pero antes tienes que prometerme que no saldrá de tu boca
esta información o me jugaré la licencia.
Nath sacudió la cabeza y se arrepintió
al instante. Aún le palpitaba.
—Puede que sea un golfo. Pero tengo
una virtud y es la lealtad. Ya lo sabes.
—No lo dudo, Nath. Sin embargo, si uno
se pasa con las copas pierde el control.
Él soltó una risa profunda.
—Ni estando borracho, ni la mujer más
despampanante, han conseguido arrancarme mis más profundos secretos. Desembucha
de una maldita vez. Me duele la cabeza y quiero darme un baño.
Adam apuró el té.
—Bien. Se trata del testamento de tu hermano.
Nath parpadeó confuso.
—¿Por qué rayos ha hecho mi hermano
testamento? ¡Acaba de cumplir los treinta!
—Lo hizo hace años. Su posición así lo
requiere. Aunque, imagino que la muerte inesperada de tu cuñada ha influido para
revisarlo.
—Sí. Ha sido un duro golpe –musitó
Nath.
—Uno se da cuenta que la vida puede
trucarse en cualquier momento. Fue una suerte que James y tú no presenciaseis
la imagen de su cuerpo atrapado en el carruaje.
Nath no pudo evitar estremecerse.
—Por esa causa es mejor no pensar en
ello y disfrutar. Pero mi hermano es sensato y responsable.
—Cierto. No os parecéis en nada –dijo
Adam.
—Lo cuál me lleva a pensar que he
quedado fuera de sus últimas voluntades. Es de cajón. Tiene un hijo que será el
futuro vizconde –dijo Nath con tono de chanza.
—No lo he visto. Como sabes, debido a
nuestra amistad, es mí padre el que lleva sus asuntos. Pero escuché todos los
detalles cuando fue a modificarlo.
Nath sonrió.
—¿No me digas que el abogado más ético
de la ciudad ahora espía tras las puertas?
Su amigo gruñó.
—No digas sandeces. Fue pura
casualidad. Y al escuchar tú nombre, no pude evitar interesarme.
—¿Y qué decían?
—Debo decir que, a pesar de tu suposición,
sí ha pensado en ti.
Nath sonrió con indolencia.
—¿Cuántas migajas me cede?
—Podríamos decir que puedes disfrutar
de una rebanada. Cien mil libras, Nath.
Éste silbó.
—En efecto, es una cantidad muy generosa.
—Una suma con la que podrías comprar
varias casas y con los alquileres salir adelante en caso de pasar problemas
económicos.
—¿De qué demonios hablas? Poseo mucho
dinero. Mis padres se ocuparon de que no todo fuese a manos de James.
—Por supuesto –musitó Adam.
—¿A qué viene esa suspicacia? –se
quejó su amigo.
—Nath. Sé la vida que llevas y conozco
el estado de tus finanzas. Son buenas, pero al ritmo que vas, puedes quedarte
en la ruina muy pronto. A no ser que hagas caso de una vez a mis consejos
financieros.
Él chasqueó la lengua.
—Aún soy joven para enfrascarme en
negocios. Y por favor, deja de ser tan agüero. Sé como administrarme.
—Tú veras –suspiró Adam.
Nath se levantó.
—Si eso es todo, iré al baño. Necesito
adecentarme. Nos vemos esta noche en el club.
—Aún no te lo he contado todo.
Siéntate, por favor.
El semblante circunspecto de Adam lo
alertó.
—El problema está en las condiciones
para que puedas heredar. Exige que… que… Ni me atrevo a decirlo por temor a
cómo reaccionarás.
—Te juro que no me alteraré. Espero
cualquier locura de mi sensato hermano. ¿No es paradójico? –bromeó Nath.
—No es momento para chanzas, amigo –lo
reprendió Adam.
—Adelante –dijo Nath. Inclinó el torso
y lo instó a continuar.
Su amigo aseveró.
—James ha dictaminado que recibirás
esa suma si te haces cargo de tú sobrino.
Nath le lanzó una mirada de reproche.
—¿Acaso has pensado que lo mandaría a
un orfanato? Ni yo podría ser tan cruel. No después de… Ya sabes. ¡Por Dios,
Adam! Me duele que me creáis tan insensible.
—Ni por un segundo se me ha pasado por
la cabeza. Sé lo qué opinas sobre ello.
—¿Entonces?
—Te cederá su tutela con la condición
de que estés… Estés casado. Soltero no verás ni un penique y la custodia irá a
parar a manos de vuestra abuela.
—¿Cómo has dicho? ¿Es qué se ha
trastornado? —siseó Nath. James no podía
estar cuerdo si pensaba dejar al pequeño James
con esa vieja sin corazón.
—Lo cierto es que, esa condición ya la
puso al hacer testamento la primera vez y no ha querido cambiarla. Puedo
entender tu enojo –dijo Adam.
—No tan solo estoy enfadado; también
atónito. Mi hermano es el hombre más cuerdo que conozco. Y ahora va y me impone
una condición absurda.
—James ha estipulado esta norma que descubrirás
en cuanto muera, no antes. Recuérdalo, por favor. No metas la pata o estaré
perdido.
Nath se recuperó en unos segundos.
—Esta situación es ilógica. No sé
porqué has sentido el impulso irrefrenable de venir a contarme esto. No hay
ningún problema. En el momento que mi hermano desaparezca de este mundo, James
ya será mayor de edad y con toda seguridad tenga descendencia; y yo, por
supuesto, seguiré viviendo como me plazca.
Adam se levantó y se sirvió una copa
de brandy. Nath hizo lo mismo. Su amigo, ni en los años más locos, bebió
alcohol hasta después del almuerzo.
—Temo que aún hay más. ¿Cierto?
Adam aseveró y apuró el brandy de un
solo golpe.
—James… James está enfermo. Muy
enfermo –le comunicó.
Nath se dejó caer en el sillón.
—¿Es lo qué imagino?
Adam confirmó sus sospechas con un
leve movimiento de cabeza.
—¿Cuánto tiempo?
—El médico no le da más de un año.
Nath ocultó el rostro entre las manos.
¿James iba a morir? No. No podía ser. Él era su soporte. El hermano mayor que
siempre estaba allí para acudir en su ayuda. El único vínculo que lo unía a un
núcleo familiar.
—Consultaremos a otros médicos —masculló.
—Ya se ha hecho. Es inútil, Nath. Está
sentenciado.
—¡No! –aulló él.
Adam apoyó la mano en su hombro
intentando que se calmara.
—Nath, por favor. Ahora tienes que ser
maduro y aceptarlo. ¿De acuerdo? Y por favor, ni una palabra de esto a nadie. Y
mucho menos a tú hermano. Ya lo conoces. Es orgulloso. No quiere que nadie le
tenga compasión. ¡Ah! Y compórtate cómo hasta ahora. No levantes sospechas.
Aguarda a que James quiera informarte.
—Está bien. Pero no se si podré
disimular –susurró Nath.
—Supongo que esta noche no irás al
club.
—No.
—Lo siento, amigo. Lo siento mucho. De
verdad.
Nath carraspeó e intentó serenarse.
—No comprendo nada. James ha puesto
una condición que es imposible. ¿Cómo ha podido pensar que alguien como yo
puede casarse en menos de un año y con una mujer que considerará adecuada? Pero
lo peor es lo de la abuela. Es… ¡Es cruel!
—Supongo que ha querido evitar que os
enfrentéis en los tribunales. Tal vez piense que es mucho mejor una educación
estricta y dura que dejar a su hijo con el mayor sinvergüenza de Londres. Es
pura lógica, amigo.
Nath asintió con tristeza.
—Reconozco que no sería el mejor hogar
para un niño. Adoro al pequeño James. Aún así, no podría educarlo. Pero dejarlo
con esa bruja… No puedo creer que en verdad desee que crezca con esa mujer. No
puedo consentirlo. No.
—Intenta recomponerte, amigo. Ahora
debo irme. Te llamo más tarde –se despidió Adam.
Nath se sirvió otra copa y murmuró:
—Tendré que pensar en algo. Y rápido.
2
Daphne, con dedos trémulos, abrió el
sobre. Sacó la carta. Antes de leerla cerró los ojos y tomó aire.
—Vamos. Me muero de curiosidad –la
apremió Chuck.
Ella clavó sus ojos verdes en la
palabra mágica: Aprobada.
—¡Me la han concedido! ¡La tengo!
–gritó exultante de felicidad.
—¡Hip, hip, hurra! ¡Daphne será una
doctora especializada en el corazón! –exclamó Chuck.
—Eso parece.
—¿Cómo qué parece? Te han admitido. ¿Y
cuánta pasta te dan?
—La suficiente para no pasar
penalidades. Han sido más que generosos –respondió ella terminando de leer.
La euforia inicial se bajó como un
suflé.
—¡Mierda, Chuk! ¡Serán desgraciados!
¿A quién se le ocurre entregar el dinero de la beca en el momento que uno llega
a la universidad? ¿Acaso no se dan cuenta que cuando uno pide una subvención es
qué carece de dinero? ¡Inútiles! –exclamó. Y lanzó la carta sobre la mesa.
—¿Qué problema hay? La cantidad será
suficiente para todo lo que necesitas –opinó Chuk.
Ella miró incrédula a su mejor amigo y
soltó una risotada.
—¿Qué que problema hay? ¡Pues todos! Y
el primero es que no puedo ir a la universidad porque no puedo comprar el
billete de avión. ¡Esta maldita beca no me sirve de nada! ¡De nada!
—¿A
qué viene querer ir volando como si fueses millonaria? Baja de las
nubes, Daphne. Puede que en el futuro seas una doctora de prestigio, pero ahora
no eres más que una muchacha del Whitechapel. Vives entre ladrones, pedigüeños
y prostitutas. Tú única opción es ir en barco.
—Esa opción no es viable. La carta ha
llegado demasiado tarde. Y si no llego al inicio del curso, pierdo la beca. Y
el barco me dejaría en Nueva York cinco días después.
—Puedes pedir prestado a Logan.
—¿Y qué le doy cómo garantía, eh? ¿Ese
puto jarrón?
Chuck sacudió la cabeza.
—Una futura doctora no debe hablar
como una verdulera.
—La futura doctora ya no existe. Y
cómo has dicho, no soy más que una chica barriobajera.
Él chistó varias veces en señal de
protesta.
—En ningún momento he dicho nada
parecido. Sólo he especificado el lugar dónde vives, no que tú seas como todos
nosotros.
Daphne posó la mano sobre la de su
amigo y le sonrió.
—Tú también eres especial.
—No tanto como tú. Saber pintar no es
importante. En cambio, tú tienes una mente privilegiada. Con diecisiete años ya
estás a punto de realizar el último curso para licenciarte.
—Y juro que si consigo llegar a la
meta te ayudaré para que también salgas de este agujero. Pero con franqueza,
ahora las posibilidades se esfuman. ¡Dios! ¿Por qué tengo tan mala suerte?
—La verdad, ha sido una putada que tú
padre muriese en este momento. De lo contrario, este problema no hubiese
existido. Se esforzó mucho en conseguir que lograses tú sueño.
—Sí. Y creo que trabajar tan duro para
ello es lo que lo ha matado.
—¡No vuelvas a decir algo tan
espantoso! Tú no eres culpable de nada. ¿Entendido? –se enojó Chuck.
—Prepararé té –decidió Daphne. Abrió
el cajón y apretó los dientes para contener la ira al comprobar que no
quedaba.— ¡Mierda! Ni tan siquiera puedo tomar una maldita taza de té.
—Estamos en las últimas –suspiró él.
Daphne cogió la raída chaqueta.
—Y más lo estaremos si llego tarde al
trabajo. Me marcho. Nos vemos esta noche.
Cruzó los callejones húmedos a toda
prisa. La vieja Rose poseía un carácter agrio e irascible. No dudaría ni un
instante en echarla sin contemplaciones.
Jadeando se detuvo ante la puerta.
Rose aún no había abierto. Miró el reloj. Ya eran las nueve.
—Ha cerrado.
Daphne miró a la chiquilla de rostro
cubierto de lamparones.
—¿Qué quieres decir?
—Pues, que sa marchao de la ciudá. Sa
ido con su hijo que vive en Irlanda.
Daphne permaneció petrificada durante
varios minutos. No podía ir a Nueva York, no tenía trabajo y lo peor de todo, era
que la bruja de su jefa se había fugado debiéndole el salario de la semana.
Aquello no podía estar pasando.
—¿Te encuentras bien? –le preguntó una
mujer.
Ella intentó no echarse a llorar y
aseveró.
—Sí, sí.
Dio media vuelta y como una autómata
regresó a casa.
Una vez dentro dejó escapar el inmenso
dolor que le oprimía el pecho y estalló en un llanto desgarrador.
Los golpes en la puerta la hicieron
reaccionar. Sería Chuck. Abrió y el corazón casi se le paraliza al ver al
hombre.
—Hola, Daphne. ¿Puedo pasar?
Sin esperar permiso el hombre apartó
la puerta con brusquedad y entró. Ella retrocedió unos pasos.
—¿Cómo estás, preciosa? ¡Uy! ¿Has
llorado? Cuéntame tus penurias.
Ella se sorbió la nariz y lo miró
desafiante.
—Cody, lárgate de mí casa.
Él sonrió con perversidad.
—¿Tú casa? ¿Ya has pagado el alquiler
de este mes? No. Claro que no. Ni tampoco la deuda que contrajo tú padre
conmigo. Y te comunico que el plazo acordado ya ha llegado a su fin y no estoy
dispuesto a perder mí dinero.
Daphne tragó saliva.
—No… No tengo ni un penique.
—Vaya, vaya. Un gran contratiempo. Deudas,
imposibilidad de pagar la casa... Temo que a final de semana dormirás en la
calle. ¿Así que, dime, preciosa? ¿Qué podemos hacer?
—No se…
Cody se acercó más a ella y levantó la
mano para acariciarle la mejilla. Daphne se apartó.
—Conoces mis gustos. No me interesas
en ese aspecto. Aunque, puede que a otros sí. Me falta una chica de tus
características en el club. Piel de seda, modales educados. Una dama en el
cuerpo de una puta. El ideal de un caballero. Sería un buen modo de saldar lo
que nos debéis.
Ella lo miró horrorizada.
—¡Jamás!
El prestamista se carcajeó.
—No, claro que no. Tú eres una futura
doctora.
El rostro de Daphne mostró asombro.
—Muñeca. Estoy al tanto de todo lo que
sucede en el barrio. Es mí territorio. Por otro lado, tú padre hizo una
exposición muy efusiva sobre los motivos por los que necesitaba dinero. ¿Y
sabes una cosa? Por primera vez se lo dejé sin que empeñase nada. ¿Y sabes la
razón?
—No –susurró ella.
—Tú causa me llegó al corazón. No
siempre tiene uno la oportunidad de ser un buen samaritano con un vecino que
puede aportarnos tantos beneficios. Así que, le dije a tú padre que le daba el
dinero con la condición de jurarme que su doctora nos ayudaría siempre que nos
hiciese falta. Ya me comprendes. Uno no puede ir al hospital depende en que
circunstancias. Pero tú querido papá dilapidó mí dinero apostando a las
carreras y ahora no puedes ir a la universidad –dijo Cody.
—No… No. Él lo gastó en el alquiler y
cosas básicas.
Él volvió a reír.
—Eres más inocente de lo que pensaba,
muñeca. Peter nunca pudo abandonar su mayor vicio. Me pidió más pasta y ahora
tú pagas las consecuencias. Quiero mí dinero.
Daphne, alterada, se frotó las manos.
—Te repito que no lo tengo.
Cody chasqueó la lengua.
—En ese caso, deberás compensarme de
otro modo, encanto.
Ella cogió la carta y se la mostró.
—Me han… concedido una beca. Mira. Me
dan mucho dinero. Pero no lo cobraré hasta llegar a América. Si… Si me prestas
para el pasaje en avión, juro que te mandaré el importe de lo que debemos y cuando
regrese convertida en médico atenderé todos los casos que me pidas. ¡Lo juro!
—¿Piensas que soy imbécil? Te largarás
y nunca más sabré de ti.
—Te doy mi palabra.
Cody alzó las cejas.
—Si confiase en las promesas de la
gente, ahora estaría viviendo bajo un puente. Querida, te aseguro que de un
modo u otro me cobraré. Te daré dos opciones. La primera trabajar en el club.
—¡Jamás! Antes prefiero morir –se negó
Daphne.
Él estalló en carcajadas.
—He escuchado eso infinidad de veces y
llegada la hora todos suplican clemencia. Cielo, nadie quiere irse al otro
barrio por voluntad propia a no ser que esté loco. Tú no serás distinta. Así
que te queda la segunda opción para seguir gozando de este maravilloso mundo.
—¿Y si no acepto? –inquirió ella
mostrando por primera vez un poco de valentía.
Él sacó una navaja.
—Te infringiré algo peor que la
muerte. Dejarás de ser una muchacha bonita y encima, no terminarás los estudios.
Te convertirás en una paria, porque ni de puta te querrán. Serás una pedigüeña
que pide caridad en la escalinata de la catedral. ¿Te parece un buen futuro,
preciosa?
Daphne tragó saliva. Ese hombre era
peor que una bestia. No podía esperar clemencia. Tragó saliva y sin apenas voz,
susurro:
—¿Qué debería hacer?
—Veo que comprendes. Bien. Ya que
hemos llegado a un acuerdo, te contaré lo que vamos a hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario