viernes, 11 de julio de 2025

CORAZONES HERIDOS


CORAZONES HERIDOA

1

 

Alanys levantó un poco la persiana y estudió a los candidatos. Nunca se dejaba llevar por la primera impresión. Era consciente que no se debía comprar un libro por la portada. Sin embargo, tenía el pálpito que ninguno era el adecuado para Candem. En realidad, ya no sabía qué necesitaba su hijo. En menos de dos años fueron cuatro los tutores que contrató y no lograron conectar con él. Y, a pesar de que la duda nunca la subyugaba, en este asunto, era incapaz de discernir qué era lo que más le convenía a Candem; porque desde el divorcio el pequeño ya no era el mismo. Perdió concentración, las ganas de aprender que siempre demostró y lo más grave, su carácter risueño. Y una criatura a los  nueve años se siente motivado por lo que le rodea, por aprender y ser más independiente, y Candem desarrolló un vínculo obsesivo hacia su madre. Tal vez, por el temor a que ella, al igual que su padre, desapareciese de su vida. Porque Garvey, ocupado con su nueva familia, apenas veía a su hijo; ni tan siquiera tenía la decencia de que conviviese con su nuevo vástago. Hecho que desató que el carácter risueño se tornase taciturno y su docilidad pura rebeldía. Precisaba a alguien que le retornase al pequeño dulce y encantador que fue. 

Suspiró con cansancio. Había sido una semana muy intensa. Reuniones, inconvenientes, fiestas, y en apenas unos días debería iniciar la ronda de inspección de varios de sus hoteles y encima, añadir la búsqueda del tutor.  Por suerte tenía a Franziska, la fiel secretaria que sirvió a su padre y ahora a ella. Era una alemana de pura cepa. Eficiente, trabajadora incansable y estricta. Virtudes que escogió para su asistenta privada, sin tener en cuenta el aspecto físico. Para Louis Farrell lo primordial era la profesionalidad. Por lo que, no le importó tener a su lado a esa teutona alta, desgarbada y de rostro nada acorde con lo que estaba de moda. Así que, Franzeska entrevistaría a los aspirantes y elegiría a los que considerase más adecuados para el joven Relish. Tenía plena confianza en que lo haría a conciencia.

Y lo hizo una hora después, entregándole la documentación con las cualidades más significativas para la educación de su hijo.

—Los he numerado por orden de preferencia, señora. Al igual que siempre. Pero creo que, en esta ocasión, hemos acertado. Son profesores muy capacitados y con referencias excelentes.

—Gracias, Franziska. A ver si tenemos suerte. Es tarde. Ya puedes ir a casa. ¡Ah! Mañana pásate por la notaría y recoge la documentación del nuevo apartamento. Después ponte en contacto con Art Especial, que estudien la decoración y que me la envíen por email.

—Claro, señora Farrell. Buenas tardes.

Alanys abrió el primer expediente. Datos típicos de un instructor británico. Lo mejor de lo mejor. Sin embargo, no le funcionó ninguna de sus tipologías. Al igual que los siguientes. A pesar de ello, debía decidirse por uno. El tiempo apremiaba y no estaba dispuesta a dejar a su hijo en un internado. No le haría pasar el mismo infierno que ella. Nunca.

—Pero estos no me inspiran la confianza necesaria para que congenien con mi pequeño —musitó.

Los suaves golpes en el cristal le hicieron levantar la vista de los papeles.

—Pasa, Franziska.

No fue su secretaria la que entró.   

—Perdón. ¿Es aquí dónde entrevistan? Me refiero para el puesto de tutor.

Alanys miró al hombre. Debía rondar los cuarenta. Barbudo, vestido con traje informal y con el cabello de color café revuelto; y para adornar su excentricidad, con los auriculares apoyados alrededor del cuello. No tenía el aspecto que se suponía debía tener un maestro. Más bien de un bohemio.

—Entiendo lo que piensa. No estoy presentable. Pero tengo excusa. Me han pasado la oferta de trabajo hace apenas dos horas. Mi apartamento se encuentra a las afueras de la ciudad y si me entretenía en arreglarme como es debido, no hubiese llegado a la hora.

—Y, aun así, no lo ha hecho —le recalcó ella.

—Ya. Es que el taxi se ha visto envuelto en un atasco en Piccadilly y decidí continuar a pie, con la mala suerte de que se ha levantado una gran ventisca. Es la razón por la que me he retrasado unos minutos.

—Más bien treinta, señor…

—Gaël Montcada.

Ella juntó las cejas.   

—Nombre catalán. Soy originario de Ibiza. Sé que ustedes buscan a alguien muy opuesto a mí. Por regla general quieren tutores británicos. Y la competencia británica es muy difícil de derrotar. No obstante, opino que esa reputación es exagerada.  Ya se sabe, cría  fama y échate a dormir. Lo que significa que, hoy en día, se columpian gracias a ella.   

—¿Cómo dice? —inquirió Alanys con incredulidad ante la poca formalidad del hombre que tenía delante.

—Pues eso. Que no todos los tutores ingleses son tan experimentados y eficaces como parecen. Pero si usted mira mis credenciales, puede que me tenga en cuenta; pues reúno virtudes interesantes que pueden serle de gran utilidad —dijo él. Y, con una sonrisa educada, le entregó el expediente.    

Alanys dudó unos segundos.

—No tiene el perfil que exigimos. Ha llegado tarde y su modo de hablar me resulta… digamos un tanto informal.

—Le aseguro que no se arrepentirá —insistió Gaël.

—No suelo conceder excepciones. Soy una persona muy estricta. Hay que respetar las condiciones. No obstante, debido a que se ha esforzado en superar los obstáculos que ha tenido en el camino, en esta ocasión, la haré.

Gaël la observó mientras ojeaba los folios. Era una mujer bellísima. Cara de facciones delicadas, perfectas. Ojos esmeraldas, labios turgentes y cabello brillante cómo el negro charol, puro misterio. Sin embargo, aquella hermosura quedaba opacada por el rictus de esos labios sugerentes. Tensos, nada amistosos, más bien enojados. No dudó que la señora Farrell era esa mujer de la que le hablaron. Dura, implacable, ambiciosa y abducida por el negocio. Lo sabía muy bien. Se informó en cuánto decidió optar al empleo. Hija única de uno de los empresarios hoteleros hecho así mismo más importantes del Reino Unido; educada para seguir con la estela de su progenitor al igual que si fuese un varón. Y lo hizo, pues llegó a ser tan respetada como él. 

Alanys alzó la cabeza y él dejó de escudriñarla.

—Su currículo es impecable. Más bien impresionante. Cum laude en cada asignatura y las referencias hablan maravillas de su trabajo.

—He procurado no ser un estudiante mediocre. Siempre busqué la excelencia. Con mis alumnos pido lo mismo. A condición de que gocen de las cualidades necesarias, por supuesto. No me gusta torturar a ninguno. Al contrario. Me centro en las aptitudes naturales e intento que sean el centro de las clases.

—¿A qué se refiere?

—Hace unos años tuve a un muchacho que era nulo en matemáticas. Por mucho que se esforzó, jamás logró comprenderlas. ¿Sabe la razón? Porque el chico era hábil en Humanidades. Su mente estaba cualificada para absorber cualquier tema filosófico. Entonces, ¿para qué atormentarlo con cifras que no le servirían para su futuro? La educación está mal enfocada. ¿No le parece?

—Lo que me parece es que un alumno debe tener conocimiento de cualquier materia —contestó Alanys.

—Usted lo ha dicho, conocimientos, no ser eruditos en todo. Mire. Un cerebro que aún no está formado y que ignora lo que desea ser en el futuro, hay que mostrarle el camino que puede recorrer para ser feliz al llegar a adulto. Si sus disposiciones se inclinan hacia la medicina, la música o la pintura, se han de potenciar. De lo contrario, si insistimos en llenarle la mente de ciencias ajenas a su comprensión, podemos perder a un gran pintor, médico o músico. Ese es mí método de enseñanza.      

—En ese caso, no es el perfil que buscamos.

—Lamento no ser de su mismo parecer.

Ella se reclinó en el respaldo.

—¿Sabe mejor que yo lo que necesito para mí hijo?

—Hasta el momento no ha tenido suerte. Estoy convencido de que, si me contrata, eso cambiará —respondió Gaël dedicándole una sonrisa cargada de confianza. 

—¿No le parece que es un poco arrogante?

—Poco no, señora Farrell. Del todo, porque sé que soy lo que espera para su hijo.

Ella ladeó la cabeza y sin pudor lo escrutó.

—¿De verdad piensa que Candem puede ser educado por alguien que alberga tanta vanidad?

—Más bien diga confianza. Creo en mí, señora Farrell. Porque dudar de uno mismo es lo peor. No puedes avanzar en la vida si no te lanzas. Tal vez ello te lleve al desastre, sí. Pero te otorga una enseñanza que será muy beneficiosa para el futuro. Presumo que su padre también le inculcó esa idea.

—Lo hizo, sí.

—Pues, soy su hombre.

Alanys inspiró hondo.

—¿Puede decir la razón por la que dejó su último trabajo?

—No me dieron libertad de como llevar mis materias. Y eso es incuestionable.

—Hecho que también impide que pueda contratarlo. La educación de mi hijo no tan solo consta de materias, también de su educación cómo ser humano. Y esa la elijo yo en armonía con el tutor.

—Crea que se equivoca al rechazarme, señora Farrell.

—Le repito que no, señor Montcada.

Ella cerró la carpeta y se la entregó. Él la rechazó.

—Mejor guárdela. Sé que acabará llamándome —aseguró Gaël. Se levantó y le tendió la mano.    

—Mejor no tenga esperanzas. De todos modos, gracias por venir. Deseo que encuentre trabajo en el lugar que necesiten lo que ofrece.

Él le guiñó un ojo y le dedicó una amplia sonrisa.

—Ya lo he encontrado. Volveremos a vernos. Buenas tardes.

Alanys parpadeó perpleja. El tipo era de aquellos que no aceptaban un no por respuesta. Pues con ella iba listo. Gaël Montcada no sería el tutor de Candem.

 

 

 

2

 

El destino tenía otros planes para Alanys; pues ninguno de los dos elegidos estuvo, por una circunstancia u otra, disponible para incorporarse de inmediato.

—¿Está segura, señora?

Su jefa resopló.

—En absoluto. A pesar de eso, no tengo más tiempo para una nueva ronda. En dos días debo que subir a ese avión rumbo a Cerdeña. Candem tiene que estar bajo el cuidado de alguien responsable y que, de paso, le enseñe las materias que el año que viene tendrá que impartir en el colegio. El señor Montcada estará con él unos dos meses. Y dudo que, si lo contrato, se niegue a seguir mis instrucciones.

—Por lo que ha detallado, me huelo que no será tan estricto cómo un inglés. Señora. ¡Es ibicenco! Ya sabe. Hippies, drogas, fiestas… Y es demasiado joven. ¿Está segura de lo que hará? —se estremeció la estirada Franziska.

—No exageres. No es un jovencito. A pesar de su aspecto, hace poco cumplió treinta y cinco. Y la época de la que hablas quedó atrás hace muchos años. Además, has visto el informe. El hombre posee una inteligencia excepcional. Si en este tiempo conseguimos que inculque en Candem algo de su sabiduría, me daré por satisfecha.

—La fotografía no es lo que se dice la esperada para un informe en busca de trabajo. Esa barba y esos pelos desmadrados… Aunque, tengo que reconocer que es guapo —opinó la asistente.

—¿Guapo? —inquirió Alanys mirándola con atención.

—Lo es, señora. Lo es. El típico por el cuál las mujeres se derriten. Seguro que tiene un harén de admiradoras. Por ello, deduzco, la razón por la que no está casado. Todo un Don Juan que disfruta de los placeres mundanos. No creo que sea el mejor ejemplo para el joven Relish.

Alanys se fijó mejor en el retrato y reconoció que sí, que era muy atractivo. Sonrisa adecuada a un seductor, ojos negros, profundos y facciones delicadas, casi perfectas, que no restaban para nada su masculinidad. 

—Lo admito. De todos modos. No me importa su físico. Lo esencial es su currículo y es inmejorable. Además, comparte con mi hijo un cerebro privilegiado. Puede que por ello lleguen a congeniar. Llámalo y explícale las condiciones. Si acepta, prepara el contrato y los billetes.   

Gaël no pudo evitar que su boca dibujara una gran sonrisa de victoria al recibir la llamada. Y en especial, por el mondante del salario. Era muy generoso, si se tenía en cuenta que incluía mantenimiento, hospedaje y viajes.

—Señor Montcada. Ya le he explicado las condiciones. ¿Acepta?

—Antes me gustaría concretarlo con su jefa.

Franziska efectuó un mohín de desagrado ante la expresión tan burda.

—Puede venir esta tarde.

—Hoy estoy ocupado.

—En ese caso, nos veremos obligadas a escoger a otro tutor.

No podía permitirlo. El trabajo era un chollo y aceptó reunirse con esa mujer tan antipática.

En esta ocasión procuró estar más presentable. Y por la expresión un tanto asombrada de la empresaria, lo logró.

Se sentó ante ella y aguardó que comenzara a hablar.

—Cómo ya le avanzaron, su misión consistiría en enseñar a mi hijo mientras viajamos. Mi trabajo me obliga a hacer un recorrido para revisar los nuevos hoteles que se han de inaugurar en varios países y no quiero separarme de Candem. Aún es muy pequeño.

—Ya ha cumplido los nueve.

—Pero hay un dato que desconoce y es que mi hijo nunca ha pisado una escuela. Ha sido educado en casa.

Gaël alzó una ceja.  

—Hay una explicación. El hecho que lo diferencia de los demás niños de su edad. Es superdotado. Preferí que recibiese una educación acorde a sus dotes. Por ello quiero que lo prepare con materias avanzadas, no las que corresponden a su edad.

—¿Quiere? —matizó él.

—Sí, señor Montcada. He decidido contratarlo. 

—Le aseguré que acabaría aceptando mis servicios —dijo Gaël con una sonrisa victoriosa.

Alanys la obvió y dijo:

—Su trabajo consistirá en aleccionarlo con los temas que le indicaré. De este modo, no se sentirá desubicado. Aunque, le informo de que sabe leer a la perfección y posee un gran conocimiento en todas las materias. Imagino que usted, perteneciendo a esa clase privilegiada, no tendrá problemas.    

—Ninguno. Y me sentiré orgulloso de aleccionar a una mente tan especial. ¿Y puedo preguntar a qué lugares deberé ir? Más que nada por saber que debo meter en el equipaje.

—Ropa veraniega. Y por supuesto, incluya algo elegante. Puede que tenga que asistir a algún lugar que lo requiera. Si no tiene, puede adquirirla a cargo de la empresa.  

Él elevó la comisura del labio.

—No será necesario.

—Bien. Tome. Aquí tiene todo lo que debe saber —dijo Alanys entregándole una carpeta.

—¿Y cuándo veré a su hijo?

—Nuestro primer destino será Cerdeña. Tendrán suficiente tiempo para conocerse durante el vuelo.  Le espero pasado mañana en el aeropuerto. Y por favor, sea puntual.

—Siempre lo soy; si las circunstancias no lo impiden. Gracias por su confianza, señora Farrell.

—Espero no quedar decepcionada. Nos vemos el jueves. Buenas tardes.  

Él, eufórico, llegó al apartamento.

—¿Cómo ha ido? —le preguntó su compañero de piso.  

—Tengo el empleo.

—¿Buenas condiciones?

 —Inmejorables. Dos meses de contrato, mientras recorro una gran parte del mundo hospedándome en hoteles de lujo.

—¿Estás seguro? Esa mujer tiene fama de insoportable y exigente.

Gaël miró a su mejor amigo.

—Lo sé. Me ha ordenado que me ciña a los estudios que ha implantado. Por primera vez podré soportarlo, pues me ofrece la oportunidad de alejarme de todo lo que me duele. Será bueno para sanar las heridas. Daré la vuelta al mundo. ¡Y sin abrir la cartera! ¿Cómo voy a perder esta ganga? James, amigo. Sabes que he soportado situaciones mucho peores. Alumnos inaguantables, otros casi delincuentes y los que se niegan a abrir un libro. Que tenga que enseñar a un niño de nueve años, aunque sea insufrible, durante tan corto tiempo, será pan comido.

James asintió.

—Visto así… No te olvides del bañador. Vas a bañarte en las aguas cristalinas del pacífico. Pero ten tiento con los tiburones.

—¿Por qué siempre encuentras la pega en todo? —se quejó Gaël.

—Sólo apunto un hecho real. Hay mares que están infestados de esos escuálidos. No quiero que mi mejor amigo regrese sin un miembro a causa de un mordisco.

Gaël bufó.

—Lo dicho. Eres un cenizo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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