1
Alanys levantó un poco la persiana y estudió a
los candidatos. Nunca se dejaba llevar por la primera impresión. Era consciente
que no se debía comprar un libro por la portada. Sin embargo, tenía el pálpito
que ninguno era el adecuado para Candem. En realidad, ya no sabía qué
necesitaba su hijo. En menos de dos años fueron cuatro los tutores que contrató
y no lograron conectar con él. Y, a pesar de que la duda nunca la subyugaba, en
este asunto, era incapaz de discernir qué era lo que más le convenía a Candem;
porque desde el divorcio el pequeño ya no era el mismo. Perdió concentración,
las ganas de aprender que siempre demostró y lo más grave, su carácter risueño.
Y una criatura a los nueve años se
siente motivado por lo que le rodea, por aprender y ser más independiente, y
Candem desarrolló un vínculo obsesivo hacia su madre. Tal vez, por el temor a
que ella, al igual que su padre, desapareciese de su vida. Porque Garvey,
ocupado con su nueva familia, apenas veía a su hijo; ni tan siquiera tenía la
decencia de que conviviese con su nuevo vástago. Hecho que desató que el
carácter risueño se tornase taciturno y su docilidad pura rebeldía. Precisaba a
alguien que le retornase al pequeño dulce y encantador que fue.
Suspiró con cansancio. Había sido una semana
muy intensa. Reuniones, inconvenientes, fiestas, y en apenas unos días debería
iniciar la ronda de inspección de varios de sus hoteles y encima, añadir la
búsqueda del tutor. Por suerte tenía a Franziska,
la fiel secretaria que sirvió a su padre y ahora a ella. Era una alemana de
pura cepa. Eficiente, trabajadora incansable y estricta. Virtudes que escogió
para su asistenta privada, sin tener en cuenta el aspecto físico. Para Louis Farrell
lo primordial era la profesionalidad. Por lo que, no le importó tener a su lado
a esa teutona alta, desgarbada y de rostro nada acorde con lo que estaba de
moda. Así que, Franzeska entrevistaría a los aspirantes y elegiría a los que
considerase más adecuados para el joven Relish. Tenía plena confianza en que lo
haría a conciencia.
Y lo hizo una hora después, entregándole la
documentación con las cualidades más significativas para la educación de su
hijo.
—Los he numerado por orden de preferencia,
señora. Al igual que siempre. Pero creo que, en esta ocasión, hemos acertado. Son
profesores muy capacitados y con referencias excelentes.
—Gracias, Franziska. A ver si tenemos suerte.
Es tarde. Ya puedes ir a casa. ¡Ah! Mañana pásate por la notaría y recoge la
documentación del nuevo apartamento. Después ponte en contacto con Art
Especial, que estudien la decoración y que me la envíen por email.
—Claro, señora Farrell. Buenas tardes.
Alanys abrió el primer expediente. Datos
típicos de un instructor británico. Lo mejor de lo mejor. Sin embargo, no le
funcionó ninguna de sus tipologías. Al igual que los siguientes. A pesar de
ello, debía decidirse por uno. El tiempo apremiaba y no estaba dispuesta a
dejar a su hijo en un internado. No le haría pasar el mismo infierno que ella. Nunca.
—Pero estos no me inspiran la confianza
necesaria para que congenien con mi pequeño —musitó.
Los suaves golpes en el cristal le hicieron
levantar la vista de los papeles.
—Pasa, Franziska.
No fue su secretaria la que entró.
—Perdón. ¿Es aquí dónde entrevistan? Me refiero
para el puesto de tutor.
Alanys miró al hombre. Debía rondar los
cuarenta. Barbudo, vestido con traje informal y con el cabello de color café revuelto;
y para adornar su excentricidad, con los auriculares apoyados alrededor del
cuello. No tenía el aspecto que se suponía debía tener un maestro. Más bien de
un bohemio.
—Entiendo lo que piensa. No estoy presentable.
Pero tengo excusa. Me han pasado la oferta de trabajo hace apenas dos horas. Mi
apartamento se encuentra a las afueras de la ciudad y si me entretenía en
arreglarme como es debido, no hubiese llegado a la hora.
—Y, aun así, no lo ha hecho —le recalcó ella.
—Ya. Es que el taxi se ha visto envuelto en un
atasco en Piccadilly y decidí continuar a pie, con la mala suerte de que se ha
levantado una gran ventisca. Es la razón por la que me he retrasado unos
minutos.
—Más bien treinta, señor…
—Gaël Montcada.
Ella juntó las cejas.
—Nombre catalán. Soy originario de Ibiza. Sé
que ustedes buscan a alguien muy opuesto a mí. Por regla general quieren
tutores británicos. Y la competencia británica es muy difícil de derrotar. No
obstante, opino que esa reputación es exagerada. Ya se sabe, cría fama y échate a dormir. Lo que significa que,
hoy en día, se columpian gracias a ella.
—¿Cómo dice? —inquirió Alanys con incredulidad
ante la poca formalidad del hombre que tenía delante.
—Pues eso. Que no todos los tutores ingleses
son tan experimentados y eficaces como parecen. Pero si usted mira mis
credenciales, puede que me tenga en cuenta; pues reúno virtudes interesantes
que pueden serle de gran utilidad —dijo él. Y, con una sonrisa educada, le
entregó el expediente.
Alanys dudó unos segundos.
—No tiene el perfil que exigimos. Ha llegado
tarde y su modo de hablar me resulta… digamos un tanto informal.
—Le aseguro que no se arrepentirá —insistió
Gaël.
—No suelo conceder excepciones. Soy una persona
muy estricta. Hay que respetar las condiciones. No obstante, debido a que se ha
esforzado en superar los obstáculos que ha tenido en el camino, en esta
ocasión, la haré.
Gaël la observó mientras ojeaba los folios. Era
una mujer bellísima. Cara de facciones delicadas, perfectas. Ojos esmeraldas,
labios turgentes y cabello brillante cómo el negro charol, puro misterio. Sin
embargo, aquella hermosura quedaba opacada por el rictus de esos labios
sugerentes. Tensos, nada amistosos, más bien enojados. No dudó que la señora Farrell
era esa mujer de la que le hablaron. Dura, implacable, ambiciosa y abducida por
el negocio. Lo sabía muy bien. Se informó en cuánto decidió optar al empleo.
Hija única de uno de los empresarios hoteleros hecho así mismo más importantes
del Reino Unido; educada para seguir con la estela de su progenitor al igual
que si fuese un varón. Y lo hizo, pues llegó a ser tan respetada como él.
Alanys alzó la cabeza y él dejó de
escudriñarla.
—Su currículo es impecable. Más bien
impresionante. Cum laude en cada asignatura y las referencias hablan maravillas
de su trabajo.
—He procurado no ser un estudiante mediocre.
Siempre busqué la excelencia. Con mis alumnos pido lo mismo. A condición de que
gocen de las cualidades necesarias, por supuesto. No me gusta torturar a ninguno.
Al contrario. Me centro en las aptitudes naturales e intento que sean el centro
de las clases.
—¿A qué se refiere?
—Hace unos años tuve a un muchacho que era nulo
en matemáticas. Por mucho que se esforzó, jamás logró comprenderlas. ¿Sabe la
razón? Porque el chico era hábil en Humanidades. Su mente estaba cualificada
para absorber cualquier tema filosófico. Entonces, ¿para qué atormentarlo con
cifras que no le servirían para su futuro? La educación está mal enfocada. ¿No
le parece?
—Lo que me parece es que un alumno debe tener
conocimiento de cualquier materia —contestó Alanys.
—Usted lo ha dicho, conocimientos, no ser
eruditos en todo. Mire. Un cerebro que aún no está formado y que ignora lo que
desea ser en el futuro, hay que mostrarle el camino que puede recorrer para ser
feliz al llegar a adulto. Si sus disposiciones se inclinan hacia la medicina,
la música o la pintura, se han de potenciar. De lo contrario, si insistimos en
llenarle la mente de ciencias ajenas a su comprensión, podemos perder a un gran
pintor, médico o músico. Ese es mí método de enseñanza.
—En ese caso, no es el perfil que buscamos.
—Lamento no ser de su mismo parecer.
Ella se reclinó en el respaldo.
—¿Sabe mejor que yo lo que necesito para mí
hijo?
—Hasta el momento no ha tenido suerte. Estoy
convencido de que, si me contrata, eso cambiará —respondió Gaël dedicándole una
sonrisa cargada de confianza.
—¿No le parece que es un poco arrogante?
—Poco no, señora Farrell. Del todo, porque sé
que soy lo que espera para su hijo.
Ella ladeó la cabeza y sin pudor lo escrutó.
—¿De verdad piensa que Candem puede ser educado
por alguien que alberga tanta vanidad?
—Más bien diga confianza. Creo en mí, señora Farrell.
Porque dudar de uno mismo es lo peor. No puedes avanzar en la vida si no te
lanzas. Tal vez ello te lleve al desastre, sí. Pero te otorga una enseñanza que
será muy beneficiosa para el futuro. Presumo que su padre también le inculcó
esa idea.
—Lo hizo, sí.
—Pues, soy su hombre.
Alanys inspiró hondo.
—¿Puede decir la razón por la que dejó su
último trabajo?
—No me dieron libertad de como llevar mis
materias. Y eso es incuestionable.
—Hecho que también impide que pueda
contratarlo. La educación de mi hijo no tan solo consta de materias, también de
su educación cómo ser humano. Y esa la elijo yo en armonía con el tutor.
—Crea que se equivoca al rechazarme, señora Farrell.
—Le repito que no, señor Montcada.
Ella cerró la carpeta y se la entregó. Él la
rechazó.
—Mejor guárdela. Sé que acabará llamándome
—aseguró Gaël. Se levantó y le tendió la mano.
—Mejor no tenga esperanzas. De todos modos,
gracias por venir. Deseo que encuentre trabajo en el lugar que necesiten lo que
ofrece.
Él le guiñó un ojo y le dedicó una amplia
sonrisa.
—Ya lo he encontrado. Volveremos a vernos.
Buenas tardes.
Alanys parpadeó perpleja. El tipo era de
aquellos que no aceptaban un no por respuesta. Pues con ella iba listo. Gaël
Montcada no sería el tutor de Candem.
2
El destino tenía otros planes para Alanys; pues
ninguno de los dos elegidos estuvo, por una circunstancia u otra, disponible
para incorporarse de inmediato.
—¿Está segura, señora?
Su jefa resopló.
—En absoluto. A pesar de eso, no tengo más
tiempo para una nueva ronda. En dos días debo que subir a ese avión rumbo a Cerdeña.
Candem tiene que estar bajo el cuidado de alguien responsable y que, de paso,
le enseñe las materias que el año que viene tendrá que impartir en el colegio.
El señor Montcada estará con él unos dos meses. Y dudo que, si lo contrato, se
niegue a seguir mis instrucciones.
—Por lo que ha detallado, me huelo que no será
tan estricto cómo un inglés. Señora. ¡Es ibicenco! Ya sabe. Hippies, drogas,
fiestas… Y es demasiado joven. ¿Está segura de lo que hará? —se estremeció la
estirada Franziska.
—No exageres. No es un jovencito. A pesar de su
aspecto, hace poco cumplió treinta y cinco. Y la época de la que hablas quedó
atrás hace muchos años. Además, has visto el informe. El hombre posee una
inteligencia excepcional. Si en este tiempo conseguimos que inculque en Candem
algo de su sabiduría, me daré por satisfecha.
—La fotografía no es lo que se dice la esperada
para un informe en busca de trabajo. Esa barba y esos pelos desmadrados…
Aunque, tengo que reconocer que es guapo —opinó la asistente.
—¿Guapo? —inquirió Alanys mirándola con
atención.
—Lo es, señora. Lo es. El típico por el cuál
las mujeres se derriten. Seguro que tiene un harén de admiradoras. Por ello,
deduzco, la razón por la que no está casado. Todo un Don Juan que disfruta de
los placeres mundanos. No creo que sea el mejor ejemplo para el joven Relish.
Alanys se fijó mejor en el retrato y reconoció
que sí, que era muy atractivo. Sonrisa adecuada a un seductor, ojos negros,
profundos y facciones delicadas, casi perfectas, que no restaban para nada su
masculinidad.
—Lo admito. De todos modos. No me importa su
físico. Lo esencial es su currículo y es inmejorable. Además, comparte con mi
hijo un cerebro privilegiado. Puede que por ello lleguen a congeniar. Llámalo y
explícale las condiciones. Si acepta, prepara el contrato y los billetes.
Gaël no pudo evitar que su boca dibujara una
gran sonrisa de victoria al recibir la llamada. Y en especial, por el mondante
del salario. Era muy generoso, si se tenía en cuenta que incluía mantenimiento,
hospedaje y viajes.
—Señor Montcada. Ya le he explicado las
condiciones. ¿Acepta?
—Antes me gustaría concretarlo con su jefa.
Franziska efectuó un mohín de desagrado ante la
expresión tan burda.
—Puede venir esta tarde.
—Hoy estoy ocupado.
—En ese caso, nos veremos obligadas a escoger a
otro tutor.
No podía permitirlo. El trabajo era un chollo y
aceptó reunirse con esa mujer tan antipática.
En esta ocasión procuró estar más presentable.
Y por la expresión un tanto asombrada de la empresaria, lo logró.
Se sentó ante ella y aguardó que comenzara a
hablar.
—Cómo ya le avanzaron, su misión consistiría en
enseñar a mi hijo mientras viajamos. Mi trabajo me obliga a hacer un recorrido para
revisar los nuevos hoteles que se han de inaugurar en varios países y no quiero
separarme de Candem. Aún es muy pequeño.
—Ya ha cumplido los nueve.
—Pero hay un dato que desconoce y es que mi
hijo nunca ha pisado una escuela. Ha sido educado en casa.
Gaël alzó una ceja.
—Hay una explicación. El hecho que lo
diferencia de los demás niños de su edad. Es superdotado. Preferí que recibiese
una educación acorde a sus dotes. Por ello quiero que lo prepare con materias
avanzadas, no las que corresponden a su edad.
—¿Quiere? —matizó él.
—Sí, señor Montcada. He decidido
contratarlo.
—Le aseguré que acabaría aceptando mis
servicios —dijo Gaël con una sonrisa victoriosa.
Alanys la obvió y dijo:
—Su trabajo consistirá en aleccionarlo con los
temas que le indicaré. De este modo, no se sentirá desubicado. Aunque, le
informo de que sabe leer a la perfección y posee un gran conocimiento en todas
las materias. Imagino que usted, perteneciendo a esa clase privilegiada, no
tendrá problemas.
—Ninguno. Y me sentiré orgulloso de aleccionar
a una mente tan especial. ¿Y puedo preguntar a qué lugares deberé ir? Más que
nada por saber que debo meter en el equipaje.
—Ropa veraniega. Y por supuesto, incluya algo
elegante. Puede que tenga que asistir a algún lugar que lo requiera. Si no
tiene, puede adquirirla a cargo de la empresa.
Él elevó la comisura del labio.
—No será necesario.
—Bien. Tome. Aquí tiene todo lo que debe saber —dijo
Alanys entregándole una carpeta.
—¿Y cuándo veré a su hijo?
—Nuestro primer destino será Cerdeña. Tendrán
suficiente tiempo para conocerse durante el vuelo. Le espero pasado mañana en el aeropuerto. Y
por favor, sea puntual.
—Siempre lo soy; si las circunstancias no lo
impiden. Gracias por su confianza, señora Farrell.
—Espero no quedar decepcionada. Nos vemos el
jueves. Buenas tardes.
Él, eufórico, llegó al apartamento.
—¿Cómo ha ido? —le preguntó su compañero de
piso.
—Tengo el empleo.
—¿Buenas condiciones?
—Inmejorables.
Dos meses de contrato, mientras recorro una gran parte del mundo hospedándome
en hoteles de lujo.
—¿Estás seguro? Esa mujer tiene fama de
insoportable y exigente.
Gaël miró a su mejor amigo.
—Lo sé. Me ha ordenado que me ciña a los
estudios que ha implantado. Por primera vez podré soportarlo, pues me ofrece la
oportunidad de alejarme de todo lo que me duele. Será bueno para sanar las
heridas. Daré la vuelta al mundo. ¡Y sin abrir la cartera! ¿Cómo voy a perder
esta ganga? James, amigo. Sabes que he soportado situaciones mucho peores.
Alumnos inaguantables, otros casi delincuentes y los que se niegan a abrir un
libro. Que tenga que enseñar a un niño de nueve años, aunque sea insufrible,
durante tan corto tiempo, será pan comido.
James asintió.
—Visto así… No te olvides del bañador. Vas a
bañarte en las aguas cristalinas del pacífico. Pero ten tiento con los
tiburones.
—¿Por qué siempre encuentras la pega en todo?
—se quejó Gaël.
—Sólo apunto un hecho real. Hay mares que están
infestados de esos escuálidos. No quiero que mi mejor amigo regrese sin un
miembro a causa de un mordisco.
Gaël bufó.
—Lo dicho. Eres un cenizo.
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