miércoles, 16 de marzo de 2022

ladrona de corazones...

1

 

 

La fiesta de anoche fue fabulosa. La mejor que recordaba. Pero las consecuencias estaban siendo terribles. La cabeza le estallaba y los golpes insistentes en la puerta no ayudaban a mitigar el dolor.

Gruñendo abrió.

—Patrick, cómo no esté acabándose el mundo, te juro que te cortaré la cabeza.

El mayordomo levantó el cuello con aire digno.

—Conozco mis limitaciones, mi lord. Le he dicho al señor Lane que no podía recibirle y lo he invitado a marcharse. Pero ha insistido en verle. Me ha asegurado que es un asunto de vital importancia; por lo que no me ha quedado más remedio que importunarlo.

Su señor suspiró.

—Para Adam todo es importante.

—En esta ocasión ha dicho que trae información sobre su futuro. Y si me permite dar mí opinión, diré que parecía estar muy inquieto. Mucho más de lo habitual. Considero que debería recibirlo, mi lord. ¿Qué traje le preparo?

—Si es tan urgente el batín bastará.

Patrick lo censuró con la mirada mientras su señor bajaba a la planta baja, pero se mantuvo callado. El comportamiento de un buen mayordomo era ver, oír y callar. Nunca entrometerse en los asuntos del que pagaba su salario. Lealtad absoluta hacia lord Nathaniel Laymore.

—¿Por qué demonios me sacas de la cama tan temprano? –preguntó él, al entrar en la biblioteca.

Su abogado resopló.

—¡Por Dios, Nathaniel! Son casi las doce.

Él delineó una sonrisa evocadora.

—La fiesta fue brutal y terminó al amanecer. Es una lástima que no vinieses. Acudieron las mujeres más salvajes de la ciudad y también el príncipe Eduardo. Tomamos el champaña más exclusivo y disfrutamos de un espectáculo escandaloso. Y después… Ya puedes suponer lo que pasó. Diversión extrema.      

—Por si se te ha olvidado, estoy comprometido. Esos excesos terminaron para mí. Y en cuanto al heredero, deberías dejar de incitarlo. Si llega a oídos del rey puedes tener serios problemas. 

Nathaniel silbó.

—Recuerdo tú compromiso, lo recuerdo. Y con franqueza, no entiendo qué te ha pasado. Hasta hace unos meses eras el mayor juerguista de Londres; a parte de mí, por supuesto. ¿Qué maldito hechizo te ha lanzado esa muchacha aburrida y, perdona si soy sincero, nada atractiva?  

—El más poderoso: El del amor –dijo Adam.

—¿Poderoso? ¡Gilipolleces! Estoy convencido que dentro de nada estarás liberado y volverás a ser el Adam libertino. ¿Qué te apuestas? ¿Cien libras?

Éste inspiró hondo.

—Nath, nunca cambiarás. Dentro de cuatro meses me caso.

—¡¿Qué?! –exclamó su amigo sin poder dar crédito.  

El mayordomo entró y les sirvió té.

—Gracias, Patrick –dijo Nathaniel despidiéndole con un gesto de la mano. Miró ceñudo a Adam y tras dar un sorbo a la taza, dijo: ¿Matrimonio? ¡Estás loco! Vas a destrozarte la vida. ¿Pero acaso no sabes cómo terminan estas cosas? La gloria al principio y el infierno a los pocos meses. La guerra en los tribunales para conseguir el divorcio o aparentar el resto de tus días que todo va bien, teniendo que ser prudente para evitar las murmuraciones y los enfados de una esposa decepcionada. Vas a lanzarte al abismo, amigo mío.       

—No todos terminan del mismo modo.

—Veo que no te convenceré. Es una lástima. Pero después no me vengas con lloros. Y bien. ¿Qué pasa? ¿A qué viene esta urgencia?

Adam lo miró con aire circunspecto.

—No debería decirte esto. A pesar de ello, eres mí mejor amigo y tras pensarlo mucho, he llegado a la conclusión de que no puedo callar. Pero antes tienes que prometerme que no saldrá de tu boca esta información o me jugaré la licencia.

Nath sacudió la cabeza y se arrepintió al instante. Aún le palpitaba.

—Puede que sea un golfo. Pero tengo una virtud y es la lealtad. Ya lo sabes.  

—No lo dudo, Nath. Sin embargo, si uno se pasa con las copas pierde el control.

Él soltó una risa profunda.

—Ni estando borracho, ni la mujer más despampanante, han conseguido arrancarme mis más profundos secretos. Desembucha de una maldita vez. Me duele la cabeza y quiero darme un baño.

Adam apuró el té.

—Bien. Se trata del testamento de tu hermano.

Nath parpadeó confuso.

—¿Por qué rayos ha hecho mi hermano testamento? ¡Acaba de cumplir los treinta!  

—Lo hizo hace años. Su posición así lo requiere. Aunque, imagino que la muerte inesperada de tu cuñada ha influido para revisarlo.

—Sí. Ha sido un duro golpe –musitó Nath.

—Uno se da cuenta que la vida puede trucarse en cualquier momento. Fue una suerte que James y tú no presenciaseis la imagen de su cuerpo atrapado en el carruaje.   

Nath no pudo evitar estremecerse. 

—Por esa causa es mejor no pensar en ello y disfrutar. Pero mi hermano es sensato y responsable.

—Cierto. No os parecéis en nada –dijo Adam.

—Lo cuál me lleva a pensar que he quedado fuera de sus últimas voluntades. Es de cajón. Tiene un hijo que será el futuro vizconde –dijo Nath con tono de chanza. 

—No lo he visto. Como sabes, debido a nuestra amistad, es mí padre el que lleva sus asuntos. Pero escuché todos los detalles cuando fue a modificarlo.

Nath sonrió.

—¿No me digas que el abogado más ético de la ciudad ahora espía tras las puertas?

Su amigo gruñó.

—No digas sandeces. Fue pura casualidad. Y al escuchar tú nombre, no pude evitar interesarme.

—¿Y qué decían?

—Debo decir que, a pesar de tu suposición, sí ha pensado en ti.   

Nath sonrió con indolencia.

—¿Cuántas migajas me cede?

—Podríamos decir que puedes disfrutar de una rebanada. Cien mil libras, Nath.

Éste silbó.

—En efecto, es una cantidad muy generosa.

—Una suma con la que podrías comprar varias casas y con los alquileres salir adelante en caso de pasar problemas económicos.

—¿De qué demonios hablas? Poseo mucho dinero. Mis padres se ocuparon de que no todo fuese a manos de James.

—Por supuesto –musitó Adam.

—¿A qué viene esa suspicacia? –se quejó su amigo.

—Nath. Sé la vida que llevas y conozco el estado de tus finanzas. Son buenas, pero al ritmo que vas, puedes quedarte en la ruina muy pronto. A no ser que hagas caso de una vez a mis consejos financieros.

Él chasqueó la lengua.

—Aún soy joven para enfrascarme en negocios. Y por favor, deja de ser tan agüero. Sé como administrarme.

—Tú veras –suspiró Adam.

Nath se levantó.

—Si eso es todo, iré al baño. Necesito adecentarme. Nos vemos esta noche en el club.      

—Aún no te lo he contado todo. Siéntate, por favor.

El semblante circunspecto de Adam lo alertó.          

—El problema está en las condiciones para que puedas heredar. Exige que… que… Ni me atrevo a decirlo por temor a cómo reaccionarás.

—Te juro que no me alteraré. Espero cualquier locura de mi sensato hermano. ¿No es paradójico? –bromeó Nath.

—No es momento para chanzas, amigo –lo reprendió Adam.

—Adelante –dijo Nath. Inclinó el torso y lo instó a continuar.

Su amigo aseveró.

—James ha dictaminado que recibirás esa suma si te haces cargo de tú sobrino.

Nath le lanzó una mirada de reproche.

—¿Acaso has pensado que lo mandaría a un orfanato? Ni yo podría ser tan cruel. No después de… Ya sabes. ¡Por Dios, Adam! Me duele que me creáis tan insensible.

—Ni por un segundo se me ha pasado por la cabeza. Sé lo qué opinas sobre ello.

—¿Entonces?

—Te cederá su tutela con la condición de que estés… Estés casado. Soltero no verás ni un penique y la custodia irá a parar a manos de vuestra abuela.   

—¿Cómo has dicho? ¿Es qué se ha trastornado?  —siseó Nath. James no podía estar cuerdo si pensaba dejar al pequeño James  con esa vieja sin corazón.

—Lo cierto es que, esa condición ya la puso al hacer testamento la primera vez y no ha querido cambiarla. Puedo entender tu enojo –dijo Adam.

—No tan solo estoy enfadado; también atónito. Mi hermano es el hombre más cuerdo que conozco. Y ahora va y me impone una condición absurda.

—James ha estipulado esta norma que descubrirás en cuanto muera, no antes. Recuérdalo, por favor. No metas la pata o estaré perdido.     

Nath se recuperó en unos segundos.

—Esta situación es ilógica. No sé porqué has sentido el impulso irrefrenable de venir a contarme esto. No hay ningún problema. En el momento que mi hermano desaparezca de este mundo, James ya será mayor de edad y con toda seguridad tenga descendencia; y yo, por supuesto, seguiré viviendo como me plazca.       

Adam se levantó y se sirvió una copa de brandy. Nath hizo lo mismo. Su amigo, ni en los años más locos, bebió alcohol hasta después del almuerzo.

—Temo que aún hay más. ¿Cierto?

Adam aseveró y apuró el brandy de un solo golpe.

—James… James está enfermo. Muy enfermo –le comunicó.

Nath se dejó caer en el sillón.

—¿Es lo qué imagino?

Adam confirmó sus sospechas con un leve movimiento de cabeza.

—¿Cuánto tiempo?

—El médico no le da más de un año.

Nath ocultó el rostro entre las manos. ¿James iba a morir? No. No podía ser. Él era su soporte. El hermano mayor que siempre estaba allí para acudir en su ayuda. El único vínculo que lo unía a un núcleo familiar.

—Consultaremos a otros médicos —masculló.

—Ya se ha hecho. Es inútil, Nath. Está sentenciado.

—¡No! –aulló él.

Adam apoyó la mano en su hombro intentando que se calmara.

—Nath, por favor. Ahora tienes que ser maduro y aceptarlo. ¿De acuerdo? Y por favor, ni una palabra de esto a nadie. Y mucho menos a tú hermano. Ya lo conoces. Es orgulloso. No quiere que nadie le tenga compasión. ¡Ah! Y compórtate cómo hasta ahora. No levantes sospechas. Aguarda a que James quiera informarte.

—Está bien. Pero no se si podré disimular –susurró Nath.

—Supongo que esta noche no irás al club.

—No.

—Lo siento, amigo. Lo siento mucho. De verdad.

Nath carraspeó e intentó serenarse.

—No comprendo nada. James ha puesto una condición que es imposible. ¿Cómo ha podido pensar que alguien como yo puede casarse en menos de un año y con una mujer que considerará adecuada? Pero lo peor es lo de la abuela. Es… ¡Es cruel!

—Supongo que ha querido evitar que os enfrentéis en los tribunales. Tal vez piense que es mucho mejor una educación estricta y dura que dejar a su hijo con el mayor sinvergüenza de Londres. Es pura lógica, amigo.  

Nath asintió con tristeza.

—Reconozco que no sería el mejor hogar para un niño. Adoro al pequeño James. Aún así, no podría educarlo. Pero dejarlo con esa bruja… No puedo creer que en verdad desee que crezca con esa mujer. No puedo consentirlo. No.

—Intenta recomponerte, amigo. Ahora debo irme. Te llamo más tarde –se despidió Adam.      

Nath se sirvió otra copa y murmuró:

—Tendré que pensar en algo. Y rápido.

     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2

 

 

Daphne, con dedos trémulos, abrió el sobre. Sacó la carta. Antes de leerla cerró los ojos y tomó aire.

—Vamos. Me muero de curiosidad –la apremió Chuck.

Ella clavó sus ojos verdes en la palabra mágica: Aprobada.

—¡Me la han concedido! ¡La tengo! –gritó exultante de felicidad.

—¡Hip, hip, hurra! ¡Daphne será una doctora especializada en el corazón! –exclamó Chuck. 

—Eso parece.

—¿Cómo qué parece? Te han admitido. ¿Y cuánta pasta te dan?

—La suficiente para no pasar penalidades. Han sido más que generosos –respondió ella terminando de leer.

La euforia inicial se bajó como un suflé.

—¡Mierda, Chuk! ¡Serán desgraciados! ¿A quién se le ocurre entregar el dinero de la beca en el momento que uno llega a la universidad? ¿Acaso no se dan cuenta que cuando uno pide una subvención es qué carece de dinero? ¡Inútiles! –exclamó. Y lanzó la carta sobre la mesa.

—¿Qué problema hay? La cantidad será suficiente para todo lo que necesitas –opinó Chuk.

Ella miró incrédula a su mejor amigo y soltó una risotada.

—¿Qué que problema hay? ¡Pues todos! Y el primero es que no puedo ir a la universidad porque no puedo comprar el billete de avión. ¡Esta maldita beca no me sirve de nada! ¡De nada!

—¿A  qué viene querer ir volando como si fueses millonaria? Baja de las nubes, Daphne. Puede que en el futuro seas una doctora de prestigio, pero ahora no eres más que una muchacha del Whitechapel. Vives entre ladrones, pedigüeños y prostitutas. Tú única opción es ir en barco.

—Esa opción no es viable. La carta ha llegado demasiado tarde. Y si no llego al inicio del curso, pierdo la beca. Y el barco me dejaría en Nueva York cinco días después.

—Puedes pedir prestado a Logan.

—¿Y qué le doy cómo garantía, eh? ¿Ese puto jarrón?

Chuck sacudió la cabeza.

—Una futura doctora no debe hablar como una verdulera.

—La futura doctora ya no existe. Y cómo has dicho, no soy más que una chica barriobajera.

Él chistó varias veces en señal de protesta. 

—En ningún momento he dicho nada parecido. Sólo he especificado el lugar dónde vives, no que tú seas como todos nosotros.

Daphne posó la mano sobre la de su amigo y le sonrió.

—Tú también eres especial.

—No tanto como tú. Saber pintar no es importante. En cambio, tú tienes una mente privilegiada. Con diecisiete años ya estás a punto de realizar el último curso para licenciarte.  

—Y juro que si consigo llegar a la meta te ayudaré para que también salgas de este agujero. Pero con franqueza, ahora las posibilidades se esfuman. ¡Dios! ¿Por qué tengo tan mala suerte?

—La verdad, ha sido una putada que tú padre muriese en este momento. De lo contrario, este problema no hubiese existido. Se esforzó mucho en conseguir que lograses tú sueño.

—Sí. Y creo que trabajar tan duro para ello es lo que lo ha matado.

—¡No vuelvas a decir algo tan espantoso! Tú no eres culpable de nada. ¿Entendido? –se enojó Chuck.

—Prepararé té –decidió Daphne. Abrió el cajón y apretó los dientes para contener la ira al comprobar que no quedaba.— ¡Mierda! Ni tan siquiera puedo tomar una maldita taza de té.

—Estamos en las últimas –suspiró él.

Daphne cogió la raída chaqueta.         

—Y más lo estaremos si llego tarde al trabajo. Me marcho. Nos vemos esta noche.

Cruzó los callejones húmedos a toda prisa. La vieja Rose poseía un carácter agrio e irascible. No dudaría ni un instante en echarla sin contemplaciones.

Jadeando se detuvo ante la puerta. Rose aún no había abierto. Miró el reloj. Ya eran las nueve.

—Ha cerrado.

Daphne miró a la chiquilla de rostro cubierto de lamparones.

—¿Qué quieres decir?

—Pues, que sa marchao de la ciudá. Sa ido con su hijo que vive en Irlanda.

Daphne permaneció petrificada durante varios minutos. No podía ir a Nueva York, no tenía trabajo y lo peor de todo, era que la bruja de su jefa se había fugado debiéndole el salario de la semana. Aquello no podía estar pasando.

—¿Te encuentras bien? –le preguntó una mujer.

Ella intentó no echarse a llorar y aseveró.

—Sí, sí.

Dio media vuelta y como una autómata regresó a casa.

Una vez dentro dejó escapar el inmenso dolor que le oprimía el pecho y estalló en un llanto desgarrador.

Los golpes en la puerta la hicieron reaccionar. Sería Chuck. Abrió y el corazón casi se le paraliza al ver al hombre.

—Hola, Daphne. ¿Puedo pasar?

Sin esperar permiso el hombre apartó la puerta con brusquedad y entró. Ella retrocedió unos pasos.

—¿Cómo estás, preciosa? ¡Uy! ¿Has llorado? Cuéntame tus penurias.

Ella se sorbió la nariz y lo miró desafiante.

—Cody, lárgate de mí casa.

Él sonrió con perversidad.

—¿Tú casa? ¿Ya has pagado el alquiler de este mes? No. Claro que no. Ni tampoco la deuda que contrajo tú padre conmigo. Y te comunico que el plazo acordado ya ha llegado a su fin y no estoy dispuesto a perder mí dinero.   

Daphne tragó saliva.

—No… No tengo ni un penique.

—Vaya, vaya. Un gran contratiempo. Deudas, imposibilidad de pagar la casa... Temo que a final de semana dormirás en la calle. ¿Así que, dime, preciosa? ¿Qué podemos hacer?

—No se…

Cody se acercó más a ella y levantó la mano para acariciarle la mejilla. Daphne se apartó.

—Conoces mis gustos. No me interesas en ese aspecto. Aunque, puede que a otros sí. Me falta una chica de tus características en el club. Piel de seda, modales educados. Una dama en el cuerpo de una puta. El ideal de un caballero. Sería un buen modo de saldar lo que nos debéis.

Ella lo miró horrorizada.

—¡Jamás!

El prestamista se carcajeó.

—No, claro que no. Tú eres una futura doctora.

El rostro de Daphne mostró asombro.

—Muñeca. Estoy al tanto de todo lo que sucede en el barrio. Es mí territorio. Por otro lado, tú padre hizo una exposición muy efusiva sobre los motivos por los que necesitaba dinero. ¿Y sabes una cosa? Por primera vez se lo dejé sin que empeñase nada. ¿Y sabes la razón?

—No –susurró ella.

—Tú causa me llegó al corazón. No siempre tiene uno la oportunidad de ser un buen samaritano con un vecino que puede aportarnos tantos beneficios. Así que, le dije a tú padre que le daba el dinero con la condición de jurarme que su doctora nos ayudaría siempre que nos hiciese falta. Ya me comprendes. Uno no puede ir al hospital depende en que circunstancias. Pero tú querido papá dilapidó mí dinero apostando a las carreras y ahora no puedes ir a la universidad –dijo Cody.

—No… No. Él lo gastó en el alquiler y cosas básicas.

Él volvió a reír.

—Eres más inocente de lo que pensaba, muñeca. Peter nunca pudo abandonar su mayor vicio. Me pidió más pasta y ahora tú pagas las consecuencias. Quiero mí dinero.

Daphne, alterada, se frotó las manos.

—Te repito que no lo tengo.

Cody chasqueó la lengua.

—En ese caso, deberás compensarme de otro modo, encanto.

Ella cogió la carta y se la mostró.

—Me han… concedido una beca. Mira. Me dan mucho dinero. Pero no lo cobraré hasta llegar a América. Si… Si me prestas para el pasaje en avión, juro que te mandaré el importe de lo que debemos y cuando regrese convertida en médico atenderé todos los casos que me pidas. ¡Lo juro!

—¿Piensas que soy imbécil? Te largarás y nunca más sabré de ti. 

—Te doy mi palabra.

Cody alzó las cejas.

—Si confiase en las promesas de la gente, ahora estaría viviendo bajo un puente. Querida, te aseguro que de un modo u otro me cobraré. Te daré dos opciones. La primera trabajar en el club.

—¡Jamás! Antes prefiero morir –se negó Daphne. 

Él estalló en carcajadas.

—He escuchado eso infinidad de veces y llegada la hora todos suplican clemencia. Cielo, nadie quiere irse al otro barrio por voluntad propia a no ser que esté loco. Tú no serás distinta. Así que te queda la segunda opción para seguir gozando de este maravilloso mundo. 

—¿Y si no acepto? –inquirió ella mostrando por primera vez un poco de valentía.

Él sacó una navaja.

—Te infringiré algo peor que la muerte. Dejarás de ser una muchacha bonita y encima, no terminarás los estudios. Te convertirás en una paria, porque ni de puta te querrán. Serás una pedigüeña que pide caridad en la escalinata de la catedral. ¿Te parece un buen futuro, preciosa?    

Daphne tragó saliva. Ese hombre era peor que una bestia. No podía esperar clemencia. Tragó saliva y sin apenas voz, susurro:

—¿Qué debería hacer?

—Veo que comprendes. Bien. Ya que hemos llegado a un acuerdo, te contaré lo que vamos a hacer.  

        

       

 


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