CAPÍTULO 1
Nick clavó los ojos en la joven que
buscaba a su alrededor con gesto preocupado. La había imaginado bien distinta,
mucho más joven. En realidad había creído que aquella mañana su misión
consistiría en ir a recoger a una niña y ante él estaba la joven más hermosa
que había visto. Alta y espigada, pero de formas turgentes, como sus labios.
Rostro perfecto, enmarcado por unos cabellos que poseían la misma tonalidad que
la miel. Aunque lo más excepcional eran sus ojos de un inusual color
violeta.
-¿La señorita Catherine Kline? -le
preguntó.
-Si -respondió ella mirando con desconcierto al hombre de
cabellos rojos, de figura alta y esbelta, no precisamente bien vestido. Parecía
uno de esos obreros que de vez en cuando veía en Londres, aunque reconoció que
su rostro era atractivo.
-Bienvenida. Soy Nick. Su tío me pidió
que viniese a buscarla. Si es tan amable, por favor, deme el equipaje.
Cargó los baúles. La ayudó a subir al
carruaje. Montó y tras instar suavemente a caballo con el látigo, se pusieron
en marcha hacia la plantación Edén.
-¿Ha tenido una buena travesía?
-preguntó él.
No era habitual que un empleado
iniciase una conversación a no ser que su superior se lo autorizase. Claro que,
llevaba muchos años en Londres y apenas recordaba como era el vida cotidiana en
la isla. Las normas podían ser muy distintas. Por lo que, apartó el desagrado
inicial y dijo:
-A excepción de una tormenta, se puede
decir que la navegación ha sido tranquila. Hemos estado de suerte. Oímos decir
que un barco pirata nos rondaba.
-Efectivamente. Estos mares están
infectados de corsarios. Aunque, apenas hay incidentes graves. Las navieras
están bien protegidas.
-¿Es amigo de mí tío? -preguntó ella.
Nick sonrió divertido.
-¿Amigo? No, señorita. Soy el capataz.
-Es muy joven para tan gran
responsabilidad -se asombró ella. Pocos lograban ese puesto sin haber alcanzado
aún la treintena.
-Y usted mayor de lo que supuse. El
señor dijo que fuese a recoger a su sobrinita y me he encontrado con toda una
mujer -dijo él mirándola con intensidad, recorriendo con descaro cada una de
las curvas de su cuerpo.
Ella se ruborizó ante el gesto
atrevido. Era impropio de un caballero. Claro que, él no lo era en absoluto. Volvió
el rostro hacia la mansión que se divisaba a lo lejos abanicándose con vigor.
Nick sonrió divertido. La señorita
Catherine era la viva estampa de la inocencia. Una candidez femenina de la que
había estado alejado durante muchos años. Sería divertido verla desenvolverse
por la plantación.
-¡Esa casa la recuerdo! Ahí vivía
Virginia. Jugábamos de niñas y durante un tiempo viví con ella. Espero que aún
se acuerde de mí -exclamó Catherine al reconocer la hermosa casa bordeaba por
enormes palmeras.
-Nadie podría olvidarse de usted -
aseguró él clavándole sus ojos azules.
Catherine volvió a darse aire con
ímpetu. Jamás había estado tan cerca de un hombre. No abundaban en el colegio
de la señorita Mary. Sólo el jardinero y el sacerdote que acudían varios días a
la semana para los oficios religiosos. Por lo que, ningún hombre la había
mirado de ese modo. Esperaba llegar cuando antes a casa y librarse de ese
descarado.
-¡Que calor! Había… olvidado esta
sensación… durante mi estancia en Inglaterra.
-Tendrá que habituarse. A diferencia
de allí, aquí nunca cesa -le recordó él.
-¿Es usted inglés?
-Escocés.
-¿Y que hace tan lejos del hogar?
-Trabajar -respondió Nick.
-¿Tiene familia?
-No, señorita.
Ella esbozó una sonrisa triste.
-Sé lo que es perder a los seres
queridos. Mis padres murieron siendo yo muy niña. Tío Ernest pensó que lo mejor
sería que fuese educada en Inglaterra y que permaneciera el resto de mi vida
allí. Pero este es mí hogar.
-Tal vez el señor tenía razón. Este no
es lugar para una joven educada en Londres. La vida es dura en estas tierras. Y
hay pocas diversiones.
Ella suspiró hondamente.
-Le aseguro que en el internado no
existían. El aburrimiento ha formado parte de mi existencia.
-Como he dicho, no espere un cambio
radical. Apenas unas cuantas reuniones al año entre los terratenientes. No
podrá ir al teatro, salones de baile o de té. Lo cuál, esto último es curioso,
teniendo en cuenta que nos encontramos en las tierras que más lo produce.
-Temo que pretende desanimarme.
-¿Por qué debería? Lo que haga usted
con su vida no es de mi incumbencia. Solamente la pongo al corriente de la
realidad. Y diga. ¿Qué sabe usted sobre
plantaciones?
-Nada, pero le tenemos a usted. ¿No?
¡Ya llegamos! -dijo Catherine cuando el carromato cruzó bajo el cartel que
anunciaba la plantación Edén.
Las palmeras bordeaban el camino y los
nativos trabajaban las tierras sembradas de té.
-¡Que belleza! -suspiró.
-Sí. Es el paraíso, a veces -murmuró
él.
La muchacha miró su rostro. En él se
reflejaba tristeza y al mismo tiempo, en sus ojos, el odio.
Tras unos minutos, al final de camino,
llegaron a la mansión bordeada por un jardín exuberante.
-¡Ahí está tío Ernest! -gritó ella.
Nick detuvo el carromato. Saltó y
ayudó a Catherine a descender. Ella corrió hacia un hombre considerablemente
alto y de facciones duras, que perdieron rigidez al sonreír complacido al ver a
su sobrina.
-Bienvenida, pequeña. ¡Cielos, cuanto
has crecido! -rió él, dándole un beso en la mejilla.
-Ya soy una mujer, tío.
-Lo veo. Y muy bonita. Nick, trae el
equipaje, por favor.
Catherine miró la casa. Era señorial.
Sus paredes impolutas como la nieve destacaban bajo el tejado de caña y las
columnas estaban revestidas con enredaderas tan verdes como las esmeraldas.
Subieron la pequeña escalinata y
entraron. Catherine estaba fascinada. Los muebles de mimbre, los cuadros
familiares, los jarrones chinos, resplandecían bajo la intensa luz del sol
tropical. Los días grises de Londres habían acabado.
-No ha cambiado nada. Está igual que
cuando lo dejé -dijo. Al ver a una mujer que sonreía llena de felicidad gritó
alborozada. -¿Shina? ¡Dios! ¡Shina!
La sirvienta de tez aceitunada la
abrazó con efusión.
-¡Mi pequeña niña! ¡Te acuerdas de mí!
No sabes cuanto te he añorado. ¡Señor! ¡Cuánto has crecido! ¡Y que hermosa
eres! Igual a la señora -dijo la mujer con los ojos empapados en llanto.
-Dejemos las sensiblerías. Katy ha
hecho un largo viaje y debe descansar. No está habituada a este clima tan
extremo -dijo Kline.
-No estoy cansada, tío -rehusó ella.
-Sin protestar. Shina, acompáñala a su
habitación. Que se de un baño y se ponga un vestido más adecuado a este clima.
Nick. Regresa a la plantación. Hay mucho trabajo por hacer.
-Sí, señor. Señorita, le deseo una
feliz estancia -dijo el capataz mientras ella se alejaba.
Kline observó como Nick miraba a
Catherine.
-Espera. Quiero que quede algo muy
claro. Te prohíbo que te acerques a ella.
-No tengo la menor intención de
molestarla, señor -dijo Nick colocándose el sobrero.
-Te conozco bien y sé que muy pocas
mujeres se resisten a tus encantos. Y no me importa lo más mínimo. Pero Katy es
una mujer respetable y como me entere que le has rozado un solo cabello, te
mataré. Para ella reservo un destino mejor. ¿Comprendes?
-Del todo, señor. ¿Ya ha pensado en un
buen partido? -repuso Nick con sarcasmo.
-Te aconsejo que no utilices ese tono
conmigo, muchacho. Tú empleo está en mis manos y no me gustaría tener que
despedirte. A pesar de ser un sinvergüenza y de tu juventud, eres el mejor
capataz que he tenido.
-No le daré ningún motivo. ¿Puedo
irme, señor?
-Sí. ¡Ah! Dile a Rasim que venga.
Nick abandonó la casa. Aquella
jovencita no sabía que se había metido en la guarida del lobo. Kline no era
precisamente un buen hombre, todo lo contrario. La codicia y la crueldad eran comunes
en él. No le importaban los medios a seguir para obtener lo que deseaba. Él lo
sabía muy bien. Y su sobrina le ayudaría en sus ambiciones. La casaría con
algún rico terrateniente y se convertiría en el más poderoso hacendado de la
isla.
Sería una pena. Catherine era
realmente hermosa y su vida se malgastaría al lado de un viejo que no podría
darle pasión, ni felicidad. Sin embargo, ella se lo había buscado. Nunca debió
regresar. Había cometido la mayor estupidez de su vida.
Sacudió la cabeza apartando esos
pensamientos. A él no le importaba el destino de la joven. Tenía algo mucho más
importante que hacer. Había ido a Ceilán para zanjar de una vez por todas
aquella obsesión que lo consumía desde hacia años. Y lo lograría. Costase lo
que costase.
-Hola, Nick. ¿En que piensas?
Miró a la mujer de piel tostada
enfundada en una túnica que permitía ver el contorno de sus voluptuosas curvas
y sonrió.
-Pensaba en la señorita Kline.
-¿Es bonita? -preguntó ella borrando
la sonrisa.
-No tanto como tú.
-¿De verdad? -dudó.
No. No era cierto. Catherine era la
mujer más bella, pero no podía decírselo a Lansa. Le arrancaría los ojos. Era
como un gato salvaje.
-De veras. Tú eres la mejor.
-¿Vendrás esta noche?
Él se echó a reír y asintió. Ningún
hombre podría despreciar la invitación. Lansa era seductora y sabía como
complacerle a uno.
-Te esperaré ansiosa -susurró ella
besándole los labios con intensidad.
Nick se encaminó hacia la plantación.
-¿Cómo va eso, Renae?
-Hace falta la lluvia, señor. Si el
tiempo continúa así, puede perderse la cosecha.
-Eso no le gustaría nada al patrón
-dijo el capataz tocando la planta recesa.
-Le pondría furioso. Ya sabe como es.
-Desgraciadamente, sí.
-¿Ha visto a la señorita Katy? ¡Era
tan adorable de niña! ¿Cómo está? -se interesó el nativo.
-Preciosa, te lo aseguro -contestó
Nick sonriendo con malicia.
-No debe acercarse a ella, señor -
dijo Renae arrugando la frente.
-Eso mismo me advirtió Kline.
-Con razón.
-¿Tú también crees que soy un peligro?
-se burló Nick simulando ofensa.
-No sé si para ella, pero yo no
tentaría al diablo. Estoy convencido que el patrón espera casarla con un rico.
La llevó a Inglaterra con esa intención. Aquí no abundan las damas educadas.
Todos lo sabemos.
-Todos menos ella. ¡Pobre chica! Creo
que alguien debería advertirla.
-Ella tendrá que obedecer a su tutor.
Nick volvió a estudiar las plantas.
-Dile a los hombres que hagan surcos
entre las plantas y llenen cubos.
-¿Para qué? - inquirió el nativo con
extrañeza.
-Regaremos los campos.
-¡Está usted loco!
-Haz lo que digo. Tal vez logremos
salvar éste.
-Como ordene, señor Craven -murmuró el
empleado. Sería inútil. No obstante, obedecería al capataz. Era el mejor que
habían tenido. Los hombres le respetaban. Sabía como sacar rendimiento sin
tener que utilizar el látigo. Era justo y se unía a ellos en sus fiestas. Por
una vez en toda su vida, el amo había tomado una buena decisión al contratar a
ese muchacho.
Claro que, tenía sus retractores en el
poblado. Aquel hombre de cabellos rojos como el fuego había causado demasiada
admiración entre las mujeres y muchos de los maridos las apartaban de él como
si se tratase del mismo Satanás. Aún así, era respetado y admirado. Con él
había llegado la tranquilidad a Edén. Ya nadie era golpeado y si caían enfermos,
él se preocupaba de su recuperación.
-Espera. ¿Qué ocurrió con los padres
de Catherine? -preguntó Nick.
El hombre no respondió.
-¿He preguntado algo indebido?
-El amo no desea que se hable de ello.
-¿Por qué razón?
-El señor no quiere que su sobrina
tenga malos recuerdos.
-Vamos, a mí puedes contarlo -insistió
Nick.
Renae miró con temor a su alrededor.
-Los padres de la pequeña murieron en
un incendio.
-¿Aquí?
-No señor, al otro lado de la montaña.
Ellos vivían en la plantación Heaven. Aún nadie sabe lo que pasó, ni como
comenzó el incendio. Es un misterio.
-¿Cuántos años tenía ella?
-Cuatro. Fue un milagro que se
salvara. La encontraron en el sótano medio muerta. El amo sufrió mucho con la
muerte de su familia. Afortunadamente quedó ella. Se la trajo a Edén y solo se
separó de la niña cuando decidió que era mejor que se educara en Inglaterra.
-Y también logró su tutela -murmuró
Nick.
-Es su único familiar. Sí.
El capataz sacudió la cabeza.
-Un hecho muy productivo para él. Le
buscará un buen compromiso y aún será más rico. Es una pena. ¡Ella es tan
bonita! -suspiró Nick.
-Señor, siga mi consejo. No se acerque
a la chica.
-Ya lo hice. Kline me ordenó que la
fuese a buscar al puerto.
-Mal hecho.
-Vamos, Renae. ¡Que no soy el demonio!
-rió Nick.
-El amo ha cometido un gran error. Sí.
Un gran error -murmuró el nativo alejándose.
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