lunes, 14 de junio de 2021

SIN UN ADIÓS



1

 

 

Malva se miró al espejo, una vez más.

—¿De verdad estoy bien? Temo que me equivoqué al elegir el vestido. No se...   

La muchacha de estatura menuda y rostro pecoso sacudió la cabeza. 

—¿Pero qué dices? Estás preciosa. La novia más bonita del planeta. Si pareces un hada. ¿No es así, señor Martí?

—Amapola dice la verdad. Hija. Estás perfecta. Deja de preocuparte y salgamos de una vez. Llevamos quince minutos de retraso.

—Una novia siempre debe hacerse esperar. Es la tradición. Pero ya has sobrepasado lo prudente. A ver si a este paso Nil se cansa y se larga –rió Amapola.

La faz de Malva se demudó.

—¡Por Dios! Es una broma, cielo. Tu futuro marido está loquito por ti. Ya ves como se ha esforzado por casarse cuanto antes y darte la boda más original que puede imaginarse. ¡Está todo precioso!      

Sí. Era una boda atípica. El altar en medio del bosque rodeado por antorchas, en el cielo millones de estrellas y todos sus seres queridos compartiendo su felicidad. Ninguna mujer podría desear nada mejor. 

—¿Estás lista, mí amor?

Malva aseveró con una amplia sonrisa.

—Vayamos a cumplir mí sueño, papá.

Entrelazó el brazo con el de su padre y salieron de la habitación. Los músicos comenzaron a tocar una melodía celta, muy indicada para el escenario que Nil había dispuesto. 

Nerviosa y emocionada bajó la escalinata que también estaba iluminada con teas. Su futuro marido la aguardaba al final del sendero bajo el altar adorando por cientos de margaritas.  El lugar se había convertido en un bosque encantado.

Conteniendo las lágrimas inició el camino que la conduciría hasta el príncipe que la llenaría de felicidad; bajo los ojos llenos de admiración de los asistentes. Malva estaba muy hermosa con el vestido ligero de tul bordado con estrellas y la corona de flores silvestres. Era como una ninfa surgida de la frondosidad misteriosa. La novia perfecta.

Eso pensó su prometido. Malva era la mujer más maravillosa que había conocido. Cualquiera mataría por estar en su lugar. Cualquiera y sin embargo, el nudo en el estómago le estaba provocando que ese momento tan deseado se estuviese convirtiendo en el peor de su vida. Sentía miedo. Un miedo irracional, pero al mismo tiempo lógico, se dijo. Porque se estaba comprometiendo para el resto de sus días y era muy joven. Tan solo tenía veintitrés años. Demasiado para adquirir tan gran responsabilidad. A partir de ahora se terminaron las salidas con los amigos, las escapadas a los sitios de moda y las decisiones personales. Tras la boda debería compartir cada paso. Ya no sería libre. ¿Qué ocurriría si la convivencia terminase por hastiarlo? ¿O si llegaba el hijo que aún no querían? ¿Lograría el amor que sentía por Malva superar las dificultades? No estaba convencido. No debería lanzarse a una vida para la cuál no estaba preparado. Pero ya era demasiado tarde para rectificar.     

Malva, desde la distancia, lo observó. ¡Era tan atractivo! Facciones delicadas, rubio cómo el oro, ojos del color del mar y su cuerpo era fino y elegante. Un cliché en los sueños de todas las jovencitas y que ella había convertido en realidad. Dentro de unos minutos, ese hombre tan fabuloso se convertiría en su marido. Y Nil, por su expresión, se sentía tan impaciente cómo ella para formalizar el compromiso. Le dedicó una amplia sonrisa y esperó que él reaccionara del mismo modo. En cambio, el semblante de su amado se tornó lívido. Con aire preocupado se pasó la mano por el cabello y sacudió la cabeza en señal de negación, y dando media vuelta, echó a correr.

—Pero… ¿Qué pasa? –musitó el señor Martí.

Malva encaminó la mirada hacia el lugar dónde Nil se marchó.

—¿Se habrá prendido fuego en algún árbol? Lo más probable, con tanta tea… Ya le comenté que era peligroso y que lo más adecuado sería poner farolas, pero cómo siempre, no me hizo caso. ¡Ay, papá! Con lo perfecto que está todo. Espero que se solucione pronto –se lamentó.

Por el cese de la música y la agitación que se levantó entre los invitados, su padre entendió que no había ardido nada. Las caras eran las mismas que se veían en las películas cuando el novio se daba a la fuga. Y no era ficción. El automóvil que pasó veloz iba conducido por el novio.

Malva parpadeó con desconcierto.

—¿Adónde va Nil? ¿Qué ha pasado?

Su padre, intuyendo lo ocurrido, intentó no alterarse o su hija sufriría un ataque de histeria.

—No se, hija.

Amapola corrió hacia ellos.

—Malva, cariño. Mantén la calma. Esto ocurre muy a menudo. Bueno… Muy a menudo no, pero ocurre. Un momento de pánico y después regresan. Nil volverá en unos minutos. Ya lo verás.

—¿Qué…? ¿De qué… hablas? –farfulló Malva.

—Hija. Vayamos adentro. Vamos –le pidió su padre.

—¿Por qué? Nil regresará en unos segundos y seguiremos con la ceremonia.

—Por favor, acompáñame.

—No. Ha ido a comprobar… algo… Lo sé. Nos casaremos en unos minutos.

—Cielo. Nil se ha marchado. Te ha abandonado.

Malva, con ojos extraviados, miró a su alrededor. ¿Qué decían? ¿Por qué todos la miraban con esa expresión de pena? Se habían vuelto locos. Nil la quería. La amaba con locura. Quería casarse con ella, no escapar. Algo importante debió alterarlo, pero en cuanto lo solucionase, regresaría.

 —Dame el teléfono –le pidió a su amiga.

—Malva…

—¡Qué me lo des! –se crispó ella. Marcó con dedos trémulos el número y aguardó frenética que Nil contestara. No lo hizo.

—Por favor, entremos –le rogó de nuevo su padre.

—Estará ocupado. Por eso… no lo coge.

—Nil se ha arrepentido.

—No es verdad. No… ¡Él me ama! ¡Me ama!

—Malva. Mi amor. Lamentablemente, no habrá boda. Vamos a la habitación. Por favor.  

Ella, lívida, al comprender la realidad, se dejó caer de rodillas y gritó con todas sus fuerzas. Los invitados la miraron y sus corazones se encogieron de lástima. Aquello era lo peor que podía sucederle a una mujer enamorada. No podían ni imaginar la vergüenza y sufrimiento que debía estar soportando.  

Amapola alzó la mano e indicó a un joven que se acercara.

—Alex. Ayúdanos, por favor –le pidió.  

Junto al señor Martí levantó a Malva y la llevaron hacia el la habitación. Ella, tras la conmoción, rompió a llorar.      

—No llores, preciosa. No llores –le pidió su amiga.

Malva aún lo hizo con más desgarro y su respiración se tornó dificultosa. Su padre, preocupado, llamó a recepción y pidió unos calmantes. La obligó a tomar un comprimido y minutos después el sueño la venció.  

—¡Maldito cabrón! ¿Cómo ha podido Nil hacerle esto? ¡Se ha vuelto loco! Juro que cuando lo pille lo moleré a puñetazos –mascó Alex, entre dientes.

—Por favor, muchacho. La situación es muy desagradable, pero procuremos mantener la calma; más que nada por mi hija. No hay que alterarla más. Tiene el corazón roto y tardará en recuperarse. Eso si lo consigue –lo reprendió el señor Martí.

Amapola lo miró con ojos encendidos.

—Alex tiene derecho a estar indignado. Nil es un miserable. Un cobarde por no tener el valor de detener esto mucho antes. La ha avergonzado delante de todos sus familiares y amigos. Pero lo peor será la humillación de la prensa. Ya veo los titulares. “El afamado pintor Nil Borrás, deja plantada a su musa y prometida en el altar, ante cientos de invitados. ¿Por qué? No se preocupen. Lo averiguaremos para nuestra fiel audiencia”.

El señor Martí, afligido, asintió.

—Esa será la pregunta y la responderán ellos mismos elucubrando mil y una teorías vergonzosas. Y no sé cómo podremos evitar que mí hija lea los periódicos y revistas. Mañana estará la noticia en primera plana y abrirá los informativos. ¡Maldita sea!

—Habrá que protegerla de algún modo o temo lo peor. Malva ama mucho a ese mal nacido. Si de este golpe tardará en reponerse, no quiero ni imaginar cuánto profundizará en la herida el escarnio popular. Y no podemos esconderla del mundo para siempre –opinó Alex.

—Todo el país cotilleará sobre el asunto.

Amapola, pensativa, se mordió el labio.

—Puede que llevarla lejos de aquí unos días ayude. Tengo la solución. Malva y yo aprovecharemos el viaje concertado para la luna de miel  –consideró Amapola.

—¿Cómo? No. No es para nada lo mejor. Le recordará que tenía que estar con su marido. Imposible –rechazó el señor Martí.

—Mañana a primera hora iré a la agencia y cambiaré el destino. Ninguno que invadan las parejitas. Un lugar bien soleado y con mucha diversión. Le juro que haré lo imposible para que comprenda que no casarse ha sido lo mejor.

Alex dejó escapar una risa sarcástica.

—¿Lo mejor? El sueño de Malva desde que conoció a Nil fue convertirse en su esposa.

—Y ahora se ha visto que no era el hombre indicado, pues no ha tenido el valor de comprometerse con mí hija. Me ha demostrado que nunca la amó como se debe. Malva añoraba la presencia de su madre, pero es una suerte que  mi esposa no haya sido testigo de esta crueldad. Su delicada salud la habría enfermado aún más. Ahora, si me disculpáis, debo ir a hablar con los invitados.

Los amigos de Malva lo vieron alejarse con tristeza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2

 

 

Malva permaneció en cama durante una semana alejándose del resto del mundo; lo cuál facilitó que no se enterara de los comentarios en las televisiones y revistas de lo sucedido. Pero no fue capaz de apartar la imagen de Nil conduciendo como un loco para alejarse de ella. Y no comprendía la razón. Siempre fueron felices. Nunca hubo una pelea, ni tan siquiera un desacuerdo. Ni en la planificación de su futura casa, ni la boda, ni en las normas que tendrían a partir de ahora; que como todo el mundo sabía eran los momentos más cruciales para comprobar la salud de una pareja. Ellos disfrutaron con los preparativos. Y ahora… Ahora toda aquella felicidad se había esfumado. Era como si uno hubiese escalado la montaña más alta para deleitarse con el paisaje y al descender descubrir su casa arrasada por una tormenta devastadora. Se sentía sola, perdida y desamparada. Su futuro lo cimentó junto a Nil y él derribo las bases, e ignoraba la razón. Porque el hombre que amaba aún no se puso en contacto con ella para darle una explicación. Pero lo haría. Y le daría una razón que, a pesar del bochorno público que soportó, llegaría a comprender y lo perdonaría.              

Amapola, una vez que el escándalo dejó paso a otro mucho más suculento, decidió que era hora de reaccionar.

—Sé que estás sufriendo. Que algo así es difícil superarlo. A pesar de ello, tienes que recomponerte. Mira. El tiempo todo lo cura.

—A veces lo enquista –refutó Malva.

—Pero tú podrás extirpar el mal.

—No podré –sollozó Malva.

Amapola, con brusquedad, apartó la sábana.

—Ese infame no tan solo te ha abandonado, también te ha destrozado. Y encima, le estás entregando una nueva derrota. No puedo creer que la chica fuerte y determinada que ha hecho frente a todas las dificultades esté ocultándose con tanta cobardía.  Tienes que levantar con orgullo la cabeza y demostrar a todos que ese sinvergüenza no era digno de ser tu marido, y que te alegras de que te lo demostrara antes de cometer el mayor error de tu vida. Así que, sécate las lágrimas y… ¡Arriba!

—No.

—Señorita Baró, no haga que mí furia explote o lo lamentará. He dicho que salgas de esta cama y te recompongas como la mujer valiente que siempre has sido. ¡Go! –insistió Amapola tirando de su amiga.

Malva no intentó resistirse. Cómo una autómata se dejó llevar hasta el baño, que Amapola la desnudara y la obligase a tomar una ducha. Después la sentó ante el espejo y tomándola de la barbilla, dijo:      

—Mírate. Estás hecha una piltrafa. No soporto verte tan mal. Por favor, intenta apartar la pena para que puedas razonar. Solo así comprenderás que ese tipo no merece ni un segundo de tu sufrimiento. ¡Chica! Te dejo abandonada como a un perro en la gasolinera,

Malva volvió a llorar.

—¿Es qué piensas que él estará padeciendo? ¡No, querida! Estará saltando de alegría al verse libre de un compromiso que, visto lo visto, nunca quiso cumplir. Y tú arrastrándote por los suelos. ¡Tonta!

—Soy una tonta, ¿verdad?

Amapola asintió mientras le cepillaba el cabello.

—Lo eres, cielo, lo eres. Pero ahora que lo has admitido, todo irá mucho mejor. Sobre todo, porque pienso llevarte a disfrutar de unas vacaciones maravillosas. Lejos de aquí podrás relajarte e incluso disfrutar.

Malva la miró aturdida.

—Mira. La familia de ese cabrón pagó un buen viaje. Y nosotras no estamos para desperdiciar estas oportunidades. Lo aprovecharemos y será a lo grande. Nos hospedaremos en el mejor hotel. Cono dos reinas.  

—Estás loca. No… No pienso ir. No puedo ir allí.

—Por supuesto que no. No soy tan torpe, dear. He cambiado el destino. Te llevo a un lugar donde nos divertiremos mucho.

—No.

—Preciosa. Ya he pedido permiso en el trabajo y han contratado a una sustituta. Me harías quedar muy mal si me retracto tras rogarles unos días de vacaciones. No puedo volverme atrás. Así que, no te queda otra que acompañarme. Nos vamos a Santorini. ¿Qué te parece? Dicen que es una isla donde la locura es la principal diversión, además de preciosa. Ya sabes a qué me refiero. Por lo que, ahora mismo nos pondremos a hacer el equipaje. ¿De acuerdo?

Malva no quiso discutir. Le daba igual el lugar dónde soportar el inmenso dolor. No existía paliativo que pudiera aliviarla ni un segundo. No tan solo el corazón se le había despedazado. Su juicio estaba envuelto por una niebla que no le permitía ver con claridad; así que al día siguiente partieron.

Pero el viaje apenas la hizo reaccionar. Era incapaz de apreciar la belleza de sus playas, de los miles de jóvenes que gozaban de la vida. Seguía pensando en Nil y en lo desgraciada que era. Iba de un lado a otro como una autómata, sin que su corazón apreciara ninguna belleza.      

—Te he traído al lugar más divertido y después de seis días sigues con esa cara agria –se lamentó Amapola.   

Malva miró hacia la pista de baile. Todos parecían muy felices. No cómo ella que continuaba sintiendo las palpitaciones de dolor en el pecho. No tan solo por la traición de Nil; si no porque él no se dignó, aún, a darle una explicación. Desde que desapareció el día de la boda nadie sabía de su paradero. Se marchó sin un adiós.  

—¡Ay, no! ¿Por qué demonios sigues pensando en ese traidor? ¿Es qué no ves que no merece ni una lágrima tuya? Lo que deberías hacer es olvidarlo de una puñetera vez.

—No puedo. Aún lo amo –dijo Malva en apenas un susurro.

Amapola la miró sublevada.

—¡Ja! ¿Qué lo amas? ¡Niña, por Dios! Te dejó plantada en el altar. ¡En el altar ante cientos de invitados! Eso es lo peor que puede hacer un hombre. No le importó despreciarte delante de todos, ni que se comentara de ti. Eso demuestra que no te amaba cómo te mereces. Y no solo eso. Aún no se ha dignado en aclararte la razón de su infame comportamiento. Además, quedó ante todos como un maldito cobarde. Por lo que, comienza a pensar con claridad y date cuenta de que ese tipo es indigno de una mujer como tú, y de que eres muy afortunada al descubrirlo a tiempo. 

—¿Crees qué es fácil dejar de amar a alguien después de tantos años?

—¡Por supuesto que lo creo! Y más cuando se ve con claridad que no le importó hacerte daño. Te aseguro que mí novio me hace esto y lo aborrezco en el mismo instante. Dejo de quererlo y de pensar en él; y aún más, me desahogo con el primer hombre atractivo que se me cruce. Mira. Como aquél.

Malva desvió la mirada.

—¿No te parece guapo? Fíjate. Parece un indio salvaje. Ese cabello de chocolate. ¡My god! Me pregunto sí lo será también en la cama. Creo que sí. ¿Qué opinarías de qué quisiera comprobarlo?

Su amiga alzó los hombros con desidia.

—Eres un mujer libre y tú corazón no está infectado por el amor.

Amapola resopló.

—Tú sí qué estás envenenada. Pero juro que encontraré el antídoto para curarte. No me daré por vencida hasta que te vea de nuevo feliz.

—Lo que tú digas. Estoy cansada. Iré a acostarme –murmuró Malva.

—¡Si apenas son las doce! ¡Aburrida!

—Tú quédate. Diviértete por mí.

Amapola, enojada, apretó los dientes.

—Eso deberías hacer tú. Pero no. La señorita solo puede pensar en ese bastardo que la avergonzó.

—Por favor…

—¿Por favor, qué? Es la verdad y te niegas a reconocerla. Sufres por un cabrón y te regodeas en ello. ¡Eres mema! Muy mema. Chica. Tienes veintidós años. Eres guapa, inteligente y ahora, económicamente solvente. Puedes conquistar al hombre que te apetezca. Y mírate. Llorando por los rincones como una protagonista del peor de los dramas. Esto es la vida real, guapa. Hay que echarle ovarios. El bosque mediterráneo arde para renacer con más fuerza. La vida continúa y hay enfrentarse a ella con coraje.   

Malva, nerviosa, se frotó las manos.

—En este momento no puedo pensar en el amor.

—¿Quién está hablando de romanticismo? Hablo de  comprobar que ese ruin no estaba en lo cierto al despreciarte y que eres seductora y muy apetecible. Porque estoy convencida que te ha inculcado en esa cabecita que no eres digna de nadie.  ¡Venga! Ve a mover el esqueleto, lígate a uno de esos guapetones, y dale una alegría al cuerpo. Estoy segura que un buen polvo te vivificará.

Malva bufó.

—Amapola, a veces eres muy vulgar. ¿Crees que tengo ánimos para…? ¡Uf! No quiero escuchar más sandeces. Voy a dormir. Buenas noches.

Fue a la habitación. Lo único que quería era dormir y olvidar por unas horas lo acontecido. Pasó la llave por la cerradura y ésta se negó a abrirse.  Bajó a recepción muy molesta. ¿Cómo podía Amapola pensar qué en su situación podía desear meterse en la cama con alguien que no fuese Nil? En la piel aún quedaban las huellas de sus caricias. Y su memoria guardaba el aroma del hombre que más quiso y que, a pesar del daño que le causó, le era imposible borrar el sentimiento de amor.

—No funciona –refunfuñó.

La recepcionista la reparó. Malva, tras dar las gracias, dio media vuelta y se topó con el tipo más alto que había visto en su vida. Las llaves de las dos habitaciones cayeron.

—Lo siento –se disculpó, agachándose para recogerlas, al mismo tiempo que el hombre. Sus cabezas se golpearon.

—Perdón –dijo él, dándole la tarjeta.

Malva se levantó. Le agradeció con un leve gesto, se marchó a toda prisa y regresó a la habitación.

—¡Mierda! ¿Y dice que la ha reparado? Odio estas llaves. ¿Por qué demonios no utilizarán las de toda la vida? –masculló al comprobar que de nuevo no abría.

—Yo me pregunto lo mismo.

Miró al propietario de la voz profunda con acento italiano. Era el mismo con el que tropezó.

—Al parecer, somos vecinos –dijo él dedicándole una sonrisa.

—Ya –musitó Malva, intentando de nuevo pasar la llave con gesto nervioso por el lector en repetidas ocasiones.

Él hizo lo mismo.

—Es un fastidio pero deberemos regresar... –Calló al ver el número impreso.— ¡Ah! Temo que hemos intercambiado las llaves, signorina. Por eso no nos funcionan. Tenga.

Malva le dio la suya. Probaron y las puertas se abrieron.

—Arreglado. Ya podemos disfrutar de la cama, señorita… ¿No nos conocemos?  –dijo él, mirándola con fijeza.

Ella carraspeó nerviosa.

—No.

—¿Seguro? Pues usted me es familiar y no soy hombre que olvide un rostro; y menos uno tan fascinante como el suyo. ¿Seguro que nos hemos visto antes? –insistió el hombre sin apartar esos ojos negros como el hollín de su rostro, dibujando de nuevo esa sonrisa que sabía era muy seductora.

Pero Malva se encontraba en un momento en el cuál ningún hombre podía caerle bien y menos un ligón arrogante.  Molesta por la actitud descarada, también clavó sus ojos añiles en los de él.

—Yo también tengo mucha memoria, señor. Le aseguro que nunca me he relacionado con un italiano. Que tenga buenas noches —dijo.

Buona notte, bellísima signorina.

Malva dejó escapar un gruñido, entró en la habitación y cerró sin poder evitar dar un portazo.  

    

  

 


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