domingo, 28 de julio de 2019

ESCLAVOS DE LA PASIÓN


1


Alexander Lowell entró en el salón y miró a su hija. Su ceño se frunció involuntariamente al ver a Freddy  Seymur. No era de su agrado. Era un buen muchacho, pero no tenía carácter. Carecía del temple que él requería en un hombre. Lo único que le importaba era vivir a costa de la fortuna paterna y divertirse.
-¿Cómo te encuentras hoy? -le preguntó su hija.
-Mejor -respondió con una sonrisa. Caroline era su mayor tesoro. Era dulce, cariñosa y muy bella. Y con un genio de mil demonios, todo el que le faltaba a su admirador.
Freddy se levantó y lo saludó con una leve inclinación de cabeza.
-Buenas tardes, señor. ¿Se ha enterado? Lord Hallman dará una fiesta para celebrar el compromiso de su hijo. Supongo que irá. 
-Sería una descortesía no acudir.
-¿Podré hacerme un vestido nuevo, papá? -dijo Caroline sonriéndole con seducción.
-Naturalmente -contestó Lowell. Era un error malcriarla, pero no podía negarle nada.
-Caroline será la muchacha más hermosa de la fiesta -dijo Freddy mirándola con devoción.
Lowell se sirvió una copa de brandy y se sentó.
-Por cierto, muchacho. ¿Qué sabes de los caballos de Sir Thomas? Dicen que son los mejores del condado. 
Freddy alzó los hombros con indiferencia.
-Ni idea. De eso se ocupa papá.
-Deberías aprender el negocio. Algún día, que espero sea lejano, todo pasará a tus manos -le aconsejó su anfitrión.
-¿Para qué? Ya tenemos una verdadera fortuna. Lo mejor que podré hacer es disfrutar de ella, como lo hará mí esposa -repuso dirigiendo la mirada hacia Caroline.
Ella sonrió dichosa al imaginar un futuro lleno de vestidos, fiestas y viajes; mientras su padre pensaba que sería un gran error.
-Tengo entendido que estuviste en casa de Lady Mansery -comentó Allen.
-Sí, señor. Y fue un escándalo. Peter Wilson tuvo la osadía de acudir a la recepción.
-¡Cielos! Su desvergüenza no tiene límites -se escandalizó Caroline.
-Ciertamente. Todos sabían lo que ocurrió entre ellos dos.
-¿Y qué hizo Lord Mansery? ¿Lo echó? -se interesó Lowell.
-Lo recibió con cordialidad. No podía arriesgarse a cometer un alboroto. Estaba presente el consejero real. Así que, todos actuaron como si desconociesen los hechos.
-En Londres la inmoralidad está a la orden del día. Por suerte aquí, en el campo, las cosas son muy distintas -dijo Lowell lanzando un suspiro de alivio. 
Caroline, por supuesto, no estaba de acuerdo. A ella le parecía el lugar más aburrido de la tierra y anhelaba poder trasladarse a la ciudad. Pero su padre no estaba bien de salud. Debería esperar a casarse con Freddy.
-No exageres, papá -rió Caroline.
-¡Adelante! -dijo Lowell al oír unos golpes en la puerta.
 Scott Darby entró en el salón. 
 -Señor, debo hablar con usted.
Caroline lo miró con enojo. Ese hombre no le agradaba en absoluto. Siempre con aspecto de disgusto y aires de autosuficiencia a pesar de ser un esclavo. Se paseaba por la casa como si perteneciese a la familia y lo peor de todo era que su padre lo consentía. Sin embargo, todo cambiaría el día que ella tomara las riendas de las posesiones.
-Vamos, muchacho -dijo Lowell alzándose.
Salieron y subieron al despacho. Lowell se sentó tras el escritorio.
-Toma asiento. ¿Qué ocurre?
Scott se acomodó frente a él.
-Ronald se niega a pagar el caballo que se lastimó por su causa. Asegura que no tuvo nada que ver -le comentó. 
-Arréglalo -dijo su amo.
-¿A mí modo?
Lowell asintió. Ese chico, a pesar de sus recién cumplidos veinticinco años era realmente eficaz y no se interpondría en sus métodos; puesto que sabía que eran del todo correctos. Jamás tuvo noticias de que fuesen violentos o degradantes para el inculpado.
-Sabes que tienes total libertad en estos asuntos. ¿Algo más?
-Molly acusa a Sarah de haberle robado una gallina. Y la otra de envenenar a su cerdo. Pero no hay prueba de nada de ello.
-Asunto concluido -decidió Lowell haciendo revolotear la mano con cansancio. Esas dos campesinas se odiaban desde la infancia y buscaban cualquier excusa para perjudicarse.
-Sobre los caballos de Sir Thomas, he oído que piensa venderlos a un precio bastante superior  al del año pasado.
-¡Dios Santo! ¿Se ha vuelto loco? –Lowell golpeando la mesa con el puño.
-Los valen, señor -aseguró Scott.
-¿Los has visto? -se extrañó su amo. El viejo Thomas los guardaba como un verdadero tesoro y jamás permitía que los ojos de los futuros compradores los viesen antes de ser expuestos.
-Pude infiltrarme en la finca -dijo Scott con una sonrisa -. Tengo amigos. Le aconsejo que compre un semental. Será un dinero nada desperdiciado.
Lowell no sabía como lograba sus informaciones. Era el criado más eficaz que había tenido y no comprendía como un hombre como él había terminado en manos de la justicia por robo. Jamás lo engañó con las compras y la finca marchaba como nunca en sus manos.
-Si ese es tu dictamen, compraré. ¿Has hablado con el abogado?
-Vendrá dentro de una hora.
-Perfecto. ¿Eso es todo?
Scott sonrió divertido.
-El criado de La Condesa Forman ha venido a pedirnos unas semillas de rosal. Su jardín se ha marchitado y se siente desesperada. Por supuesto, en su nombre, se las he entregado.
-¡Mujeres! Solo tienen preocupaciones banales. Prudence moriría sin sus flores. Hasta mí hija, a la que considero inteligente, solo siente interés por vestidos y fiestas; y lo peor de todo por ese imbécil de Freddy.
A Scott tampoco le gustaba. No era el adecuado para esa jovencita testaruda y caprichosa. Necesitaba un marido que la hiciese cambiar. De todos modos, estaba seguro que su señor acabaría por aceptar  y Caroline sería una desdichada. Pero eso a él no le importaba. Había visto crecer a la muchacha y jamás lo miró con afecto ni respeto; por lo que le daba lo mismo si no encontraba la felicidad.
-Temo que deberé hacer algo al respecto. No puedo consentir que se case con ese patán -dijo Lowell en un murmullo.
-Caroline... Digo, la señorita, lo hará si se empeña. Ya la conoce.
-Soy su padre y me obedecerá -aseguró Lowell con gesto resuelto.
-¿Seguro? -inquirió Scott acomodándose en el respaldo de la silla.
Su amo soltó un bufido.
-No permitiré que mis nietos sean una replica de ese niñato.   
Scott rió divertido al imaginar el jardín lleno de pequeños Freddys.
-No le encuentro el lado gracioso -dijo Lowell evidentemente preocupado.
-Deje de inquietarse, señor. Su hija aún es joven para casarse. Solo tiene dieciséis años. Ya habrá tiempo.
El rostro de Lowell se tornó sombrío.
-No dispongo de él, amigo mío.
-El medico dice...
-Ese matasanos no sabe nada. Sé que pronto moriré -lo interrumpió Lowell.
-Señor, se preocupa sin motivo. Es simple agotamiento. Últimamente trabaja demasiado.
-He visitado a otros doctores. Me quedan apenas unos meses de vida, hijo -le confesó con semblante afligido.
Scott lo miró abatido. Lo apreciaba de verdad. Ese hombre era el único que lo había tratado con dignidad, no como a un criminal. Le había otorgado su confianza.
-¿Comprendes mi desasosiego? Caroline se casará con ese mentecato. Si no hago algo pronto, será una desdichada -dijo Lowell.
-Hable con ella -le aconsejó su criado.
-Sería infructuoso. Soy el único familiar que tiene y no podré darle órdenes desde la tumba. Los abogados administrarán la finca, pero no decidir sobre su vida. Se encontrará sola y su desesperación la hará cometer una locura. He de intentar encontrar una solución.
-Seguro que da con ella, señor.
Lowell aspiró con fuerza.
-Así lo espero. Ahora, puedes seguir con el trabajo -lo despidió.
Scott abandonó el despacho y se encaminó hacia las caballerizas, mientras Lowell regresaba al salón.
Freddy continuaba contándole cotilleos de Londres a Caroline y la estúpida de su hija lo miraba embobada. ¿Pero que veía en él? Era guapo, cierto, pero con una belleza que lo asemejaba a una damisela delicada. No había ni un ápice de hombría en él. Su hija no tenía ni idea de lo que era un hombre de verdad.
Pensó que todo sería distinto si Freddy fuese como Scott, fuerte, atractivo e inteligente. No se opondría a la boda.
-¿Iremos a Londres este fin de semana? -le preguntó su hija.
-No lo creo.
-¡Oh, por favor! ¡Necesito ir! -exclamó ella decepcionada.
-Ya veremos.
-¡Esto no es justo! Todas las chicas van y yo debo quedarme aquí junto a los campesinos.
-Gracias al campo somos ricos. No lo olvides -la regañó su padre.
-Pero soy joven y tengo derecho a divertirme. ¡No quiero quedarme encerrada como mamá! -protestó.
Lowell apretó los dientes. Caroline lo había herido en lo más hondo. Su esposa también se había quejado de la poca actividad social y del destierro al que la sometió lejos de la gran ciudad. Aquello fue motivo de su desdicha matrimonial.
-Lo siento -se disculpó Caroline al ver el semblante doliente de su padre.
-Ella tiene razón, señor. Es joven y...
Lowell alzó la mano.
-Freddy, no es asunto tuyo. Si nos disculpas, tengo que hablar con mi hija a solas. ¿Te importa?
El joven lo miró ofendido. Él tenía todo el derecho a opinar. Sería el esposo de Caroline. De todos modos decidió no contradecir a su futuro suegro. No le convenía enfrentarse a él.
-Como desee, señor. Caroline, nos veremos mañana -dijo abandonando el salón.
-Hija, creo que me he equivocado -dijo Lowell.
-Veo que entras en razón. ¿Iremos a Londres? -dijo Caroline sonriendo.
-No me has comprendido, querida. Me refiero a tu educación. Te he malcriado. He consentido todos tus caprichos y ahora piensas que tienes derecho a hacer lo que te apetece.
Ella sacudió los hombros con indolencia.
-¿Y por qué razón no debe ser así? Somos ricos. Sería una majadería privarnos de nuestros deseos. ¿Acaso piensas que estaría tan bella sin las joyas y vestidos?
Su padre la miró. Caroline era una muchacha preciosa. Su cabello dorado y ensortijado brillaba como el oro. Sus ojos azules eran nítidos como el mar. Ella estaría igual de hermosa hasta vestida con un harapo.
-No te estoy pidiendo que prescindas de esas cosas -dijo él al fin.
-¡Menos mal! -suspiró ella aliviada.
-Aunque, considero que debes comenzar a madurar. Hay cosas más importantes que el dinero. El futuro...
-No te pongas tan dramático, por favor. Lo único que te he pedido es ir a una fiesta. Además, el porvenir lo tenemos garantizado -lo interrumpió ella con un mohín de despreocupación.
-Por el momento -dijo su padre con gesto circunspecto.
-¿Y no es fantástico? -dijo Caroline con desenfado.
-Hija, estoy hablando de la vida. Jamás consentiría que pasaras penurias, pero tampoco quiero que seas tan frívola. Deseo que seas feliz.
-Y lo seré, papá -aseguró ella.
-¿Con Freddy? ¡Por Cristo! ¿Qué ves en él? -se exasperó su padre.
-Es el marido ideal. Guapo, rico, noble y me ama. ¿Qué más puedo pedir?
-Un hombre de verdad. Ese chico es un irresponsable. Únicamente desea disfrutar.
-Lógico. Tiene mucho dinero.
Lowell se impacientó.
-¿Y deseas pasar el resto de tu vida con un parásito como ese? Caroline, mientras yo viva, no permitiré que te cases con él.
Ella se levantó enfurecida.
-¡Lo haré!
Su padre negó con la cabeza.
-Le amo, papá. ¿Por qué te empeñas en hacerme desgraciada? -dijo comenzando a sollozar.
-De nada te servirán tus artimañas en esta ocasión. No pienso ceder. ¿Comprendido? A partir de ahora no quiero más protestas. Sé que es un poco tarde para remediar los errores que he cometido contigo. De todos modos, lo intentaré. Se acabaron los antojos.
-Freddy no es un capricho -aseguró ella.
-Tú no sabes lo que quieres. No eres más que una niña mimada. Madura, Caroline.
-Papá...
Él alzó la mano dejando por zanjada la discusión.
-Estoy cansado y espero una visita. Nos veremos en la cena -dijo dejándola sola.
Caroline lanzó un juramento. Su padre se había vuelto loco. Sin embargo, conseguiría convencerlo de que cambiase de opinión. Como siempre. Se casaría con Freddy. Lo había decidido.
No pudo hacerlo.
Aquella misma noche, el corazón de Lord Lowell dejó de latir y por primera vez en su vida, Caroline conoció el dolor. Afortunadamente, tenía a Freddy.  Él  se ocuparía de ella.







2


Caroline, visiblemente afectada, entró en el despacho acompañada de Freddy dispuesta a escuchar la última voluntad de su padre. Un gesto de desagrado cruzó sus ojos azules al ver la figura alta y atlética de Scott.
-¿Qué hace él aquí? -inquirió lanzándole una mirada airada.
-Órdenes de su padre, señorita Lowell -respondió el abogado tomando asiento.
-Es un simple esclavo. Considero que esto es inadmisible  -insistió ella con gesto despreciativo.
Scott se limitó a mirarla con el rostro impasible.
-Caroline tiene razón -dijo Freddy ajustándose la chaqueta.
-Los deseos de mí cliente estaban bien claros y si me lo permite señor, diré que su presencia no está justificada. Por ello, le rogaría que nos dejase a solas -dijo el abogado con sequedad.
El rostro de Freddy se contrajo en un gesto de ira.
-¿Cómo se atreve? Yo soy el prometido de Caroline y éste no es más que un vulgar sirviente. ¡Un ladrón!
-La situación de este joven no me incumbe. Simplemente estoy actuando según las instrucciones de mí cliente -repuso el letrado con voz tajante.
-Señor Kelly, como heredera y dueña de esta casa, deseo que el marqués permanezca en la habitación hasta que la lectura del testamento esté finalizada. Supongo, que no pondrá ninguna objeción. Al fin y al cabo, es mí futuro marido -dijo Caroline con decisión.
-Como quiera - decidió el abogado.
-¿Podemos comenzar? Tengo asuntos que resolver -pidió Scott irritado.
-Por lo que veo estás impaciente por ver que te ha dejado el viejo amo -se burló Freddy.
Los ojos azules Scott le lanzaron una mirada hosca.
-Será mejor que nos relajemos, señores. ¿Puedo comenzar? -intervino Kelly.
-Por favor -le pidió Caroline deseosa de que acabara la lectura cuanto antes.
El abogado carraspeó y abrió el sobre que contenía las últimas voluntades de Lord Lowell.
-“Yo, Alexander Lowell, en pleno uso de mis facultades mentales,  dispongo que: Todos mis bienes sean legados a mí único heredero, Caroline Lowell. La casa, las tierras y el millón de libras. Notifico también, que en el día de hoy he saldado la cuenta que Scott Darby mantenía con la justicia convirtiéndose en un hombre libre. Del mismo modo, he decidido nombrar a un tutor para que administre el legado de Caroline hasta su mayoría de edad...
-¡Esto es absurdo! ¡Caroline no necesita a nadie! -protestó Freddy agitándose molesto.
-¿Acaso estaba en su mente ser el administrador? -se burló Scott.
-No consiento que hables así, esclavo -le espetó el muchacho con desprecio.   
Darby se acomodó en la butaca y sonrió.
-Ahora soy un hombre libre, como tú. Ya no debo guardar respeto a un pelele. Espero que a partir de ahora aceptes la nueva situación, chico.
Freddy se levantó furioso.
-¡No consentiré que un ladrón hable de un modo tan insolente a un marqués!
-Señor Seymur, por favor, calma o me veré obligado a echarle -dijo el abogado.
-¿Está a favor de este maleducado? ¡Es inaudito! ¡Me siento muy ofendido! -protestó el muchacho.
-Sencillamente le recuerdo que su asistencia no es necesaria, al contrario de la de él. ¿Puedo seguir o se marcha? -replicó Kelly bastante harto de la situación.
Freddy volvió a sentarse con gesto irritado.
-Bien. ¿Dónde estábamos? Sí... “hasta su mayoría de edad. Tras meditarlo, he optado por alguno de mí total confianza. Un hombre que ha sido fiel, respetuoso y eficaz en todos los asuntos de la finca. Su nombre es Scott Darby...
-¡Esto es inaceptable! -explotó Freddy con el rostro encendido.
Caroline miró a Scott estupefacta, viendo como él también había quedado paralizado ante los deseos de su antiguo amo.
-Señor...
-¡No me hará callar, Kelly! ¡Lowell no estaba en sus cabales al redactar este testamento! ¡Lo haré impugnar! ¡Está dejando una fortuna a un ladrón! -gritó el muchacho.
 -Señor Seymur, salga -le pidió el abogado.
-No tiene...
-Tengo todo el derecho del mundo. Es la ley. Váyase -le exigió Kelly.
Freddy se levantó. Sus ojos brillaban iracundos. No dejaría que ese esclavo se adueñase de las pertenencias de Caroline. Que dilapidara la fortuna. Se encargaría de que ese criminal retornarse al lugar que le correspondía.
-Lo haré. Sin embargo, esto no quedará así. Se lo aseguro -repuso saliendo de la habitación.
-Señor Darby, lea esto -le pidió Kelly entregándole un sobre.
Scott lo abrió. Era una carta de Lowell.
“Querido Scott. Sé que esta decisión te habrá sorprendido. Sin embargo, creo que es la indicada. Tal como te confesé en nuestra última conversación, no deseo que Caroline se case con ese mentecato. Quiero que madure, que cambie. Tú puedes lograrlo. Eres fuerte, con carácter y no le consentirás caprichos absurdos, tal como yo hice. Te doy plenos poderes, aunque te ruego que ella no sufra nunca. Enséñale como es la vida real. Aunque no lo crea, te necesita. Espero que en esta ocasión me demuestres la confianza que siempre  he tenido en ti.
Con referencia al dinero, haz lo que consideres oportuno. Sé que no pondrás en peligro la fortuna de mí hija. 
Supongo que en estos momentos la duda te invade. Es una ardua tarea la que te pido. Caroline no es dócil y te causará molestias. De todos modos, confío que aceptes. Lo dejo todo en tus manos.
Afectuosamente, Alexander Lowell”
Scott se la entregó al abogado. Éste la leyó con atención.
-¿Qué dice ese papel? -quiso saber Caroline.
-Es personal. ¿Qué decide, señor Darby? Si no acepta, nosotros tomaremos la tutela; del mismo modo que si le ocurre algo. Dios no lo quiera -dijo el abogado tras la lectura.
Scott, pensativo, se frotó la barbilla. No le apetecía permanecer junto a Caroline tras haber recuperado la libertad. Sin embargo, le debía a Lowell mucho. Fue el único ser humano que le mostró respeto a pesar de ser un condenado por la justicia.  ¡Y que diablos! Tenía la oportunidad de domesticar a esa gata salvaje. Pagaría todos los desprecios que le había mostrado durante años. Caroline conocería el menosprecio.
-Acepto -decidió.
Kelly miró a Caroline.
-Señorita Lowell, a partir de este instante, el señor Darby será su tutor. Deberá acatar sus órdenes.
 -¡Jamás! ¡No seré dirigida por un sirviente! -explotó ella levantándose.
-La ley así lo dictamina. Además, olvida que este hombre está liberado. Vuelve a ser honorable.
-Me importan un comino las leyes -siseó ella.
-Es mejor que lo acepte. Nada puede hacer por evitarlo. A no ser que el señor Darby renuncie -dijo el abogado.
-Por supuesto que no -dijo Scott.
-¡Naturalmente! ¿Cómo iba a despreciar algo así? Se convertirá en el dueño de todo, siendo yo la verdadera heredera.
-Solo administrará la fortuna, señorita -aclaró el letrado.
-¡Ah! Se gastará el dinero. ¿Olvida que fue detenido por robo? -le recordó ella.
Los ojos azules de Scott brillaron encolerizados. Ella se echó a temblar. Jamás nadie había osado mirarla de ese modo amenazante.
-Cálmese. El señor Darby ha demostrado ser fiel y honrado. Su padre no haría nada que la perjudicara.
-Pues, lo ha hecho. Me ha destrozado la vida -musitó ella comenzando a sollozar. Nunca imaginó que su querido padre la entregara a un esclavo. Era humillante. Sin embargo, no se sometería. Impugnaría el testamento. Freddy la ayudaría.
-No sea tan dramática. Todo irá bien -le aseguró el abogado sonriendo.
-¿De veras lo cree? -inquirió ella con escepticismo.
-Le aseguro que me ocuparé personalmente de que su tutor actúe con corrección, de acuerdo con la legislación- prometió Kelly.
-Un gran consuelo -replicó Caroline con sarcasmo.
El abogado se alzó.
 -Siento que esta decisión no la haga feliz, Caroline. Señor Darby, en la caja fuerte están todos los documentos del legado.  Si necesita mí ayuda, no dude en llamarme.
-Lo haré.
-Buenas tardes -se despidió Kelly.
Caroline miró a Scott con gesto huraño. Nunca lo había soportado, pero ahora lo odiaba. Se levantó y salió del despacho.
Cuando llegó a su habitación, se echó sobre la cama y estalló en un llanto amargo. No comprendía nada. ¿Por qué su padre le había hecho esa atrocidad? ¿Acaso no sabía que con esa decisión sería desdichada? ¿Por qué precisamente había escogido a Scott y no a sus vecinos que eran como de la familia?
Dedujo que aquello era premeditado. Su padre sabía que ese criminal no le permitiría casarse con Freddy.  Pero no dejaría que le arrebatasen la fortuna que había caído en sus manos. Era un malhechor.
Se levantó de la cama y se enjugó las lágrimas.  Tenía que ser fuerte o ese bastardo ganaría la batalla. Y por supuesto, no lo consentiría. Lo mejor que podía hacer era huir y casarse con Freddy. Su familia era rica y los mantendrían hasta que pudiese recuperar su legado al alcanzar la mayoría de edad.
Sonrió satisfecha. Se libraría de cinco años de angustias y humillaciones. Nadie la obligaría a quedarse al lado de ese bruto. Deseaba ser feliz y lo sería.
Cogió las joyas del cofre, guardándolas en un pequeño bolso y abrió la ventana.  Saltó sobre el árbol y comenzó a descender. Pero cuando brincó hacia el suelo unos brazos la aprisionaron.
-¿Adónde crees que vas?
Caroline empalideció al reconocer a Scott. Sin embargo, no se rindió y comenzó a patalear.
-¡Quieta! -le ordenó él.
-¡Suelta! ¡No tienes ningún derecho a retenerme! -gritó ella.
-Lo tengo -le recordó él cargando con ella hasta la casa. De una patada abrió la puerta.
Caroline tembló. Había cometido una estupidez desafiándolo. Ahora, estaba segura, sería castigada sin piedad. Incluso podría propinarle una paliza.
Scott entró en el salón y la tiró sobre el sofá.
-Jovencita, vamos a hablar largo y tendido -dijo mirándola con seriedad.
-No tengo nada que escuchar -dijo ella mostrando valentía.
-Lo harás. Tenemos por delante una larga convivencia y las cosas han de quedar claras desde un principio.
-Te advierto que haré todo lo posible por verme libre de ti -aseguró Caroline.
Scott tomó aire. Necesitaría paciencia para hacer entender a ese  diablillo que ahora era él el que mandaba y que no consentiría malos comportamientos.
-La ley dice que debes obedecer mis instrucciones. Así que, hazte a la idea cuanto antes y todo irá mejor.
-Un dictamen que únicamente te favorece a ti. Ahora podrás hacer lo que te convenga con la finca y mí dinero. ¿Qué irónico, no? El esclavo se ha convertido en el dueño de su antigua ama -dijo ella con sarcasmo.
-Tan solo en el administrador -aclaró él.
-¿Y debo confiar? No puedo olvidar que eres un convicto.
Scott no cayó en su trampa, apenas levantó la voz.
-Ni yo que eres una mocosa consentida sin un ápice de humanidad. Nunca he visto un gesto en ti de compasión. No es extraño que todos te tengan en tan mal concepto.
-La gente me adora y mi prometido me ama con locura-contestó ella.
-¿Freddy? Ese únicamente busca tu dinero.
-Él ya es rico.
-No son esas mis informaciones.
-¿Qué sabrás tú?
Scott esbozó una sonrisa enigmática.
-Mucho más de lo que crees.
Caroline sonrió con arrogancia.
-¿También de sus sentimientos? Te repito que Freddy me ama y nos casaremos con o sin tu consentimiento -aseguró ella.
-Olvida la boda por el momento. Jamás daré mí aprobación. Órdenes de tu padre. Como las que me dio para educarte.
-¿Recibiré lecciones de un hombre tosco como tú?  ¡No me hagas reír, por favor! -se mofó ella.
-La cuna noble no es sinónimo de educación. En ti hay el mayor ejemplo. El dinero te ha proporcionado lujos y caprichos, pero nada más.
-Y a ti una condena por robo.
-Qué he saldado, no lo olvides -dijo él con voz gélida.
-Gracias a papá. Mientras que a mí me ha convertido en una esclava. Pero Freddy me recatará -dijo Caroline.
Scott sacudió la cabeza.
-Con franqueza, no sé que ve en ti. Aunque, no me sorprende. Sois iguales. Inmaduros e inconscientes.
-Y bellos -replicó Caroline.
-¡Ah, olvidaba la vanidad! -exclamó Scott.
-Es la verdad.
-Cierto. Eres hermosa. Sin embargo, tú falta de buenas cualidades impiden que esa belleza brille. Solo se refleja la fealdad de tu corazón. Las mujeres como tú me dais asco. Pero pondré remedio. Cumpliré los deseos de tu padre. Cueste lo que cueste.
Caroline lo miró estupefacta. Era el primer hombre que no la consideraba hermosa, que no sucumbía a sus encantos.
-¡Jamás te obedeceré! -explotó ella comenzando a levantarse. Él la empujó sin miramientos.
-Harás lo que se te mande. ¿Comprendido?
-Freddy me rescatará de tus garras -juró ella.
-Si veo a ese tipo cruzar la puerta, os arrepentiréis -amenazó Scott.
-Puedo recibir a quien me plazca.
-Ya no, preciosa. Soy el amo, por el momento. Y ese mequetrefe no es bienvenido.
-Es mí prometido -musitó Caroline.
-Era -sentenció él -. Aún eres joven para pensar en el matrimonio.
-Dentro de tres días cumplo diecisiete años. Mí madre ya estaba casada a esa edad y a punto de traerme al mundo.
-Una gata salvaje como tú no estás preparada para tener hijos, niña  -dijo él con desdén.
-¿No dices que vas a remediar eso? -replicó ella.
Scott se inclinó y apoyó los brazos en el respaldo del sofá inmovilizándola.
-Hablo en serio, Caroline. No me provoques o el resto que nos queda de convivencia puede que sea para ti un infierno. Soy tu tutor, te guste o no. No permitiré desaires ni tonterías de niña malcriada. Puedes ir olvidando las fiestas y los vestidos caros, y a partir de ahora trabajarás como todos los demás.
-¿Cómo dices? ¿Trabajar? ¡Soy una dama! ¡Esto es un atropello! -se escandalizó ella.
-He jurado que cambiarías y siempre consigo lo que me propongo. No olvides eso jamás.
-Ahora veo que engañaste a papá. Él confiaba en ti, en un lobo traidor -musitó ella al borde del llanto.
-No, pequeña. Él sabía muy bien en quien depositar la confianza. Por eso me eligió para reformarte.
-Por supuesto. Confió en un ladrón, en un maldito esclavo al que nunca obedeceré -aseguró ella.
-Lo harás ahora mismo. ¡Vamos! -le exigió tirando de su brazo.
La arrastró tras él por las escaleras y la obligó a entrar en su habitación.
-¿Qué... qué piensas hacer? -preguntó ella realmente asustada.
-Nada de lo que imaginas. Estaría loco si deseara tenerte en mí cama. ¡Abre el armario!
Ella, muy a su pesar, obedeció. El rostro iracundo de Scott no admitía desobedecías.
Scott comenzó a tirar los vestidos al suelo.
-¿Qué... qué estás haciendo? -dijo Caroline con desconcierto.
-Aprenderás a ser caritativa. Hay gente que viste con harapos. ¿No lo sabías? Mañana entregaremos todo esto a los necesitados -dijo él.
-¡Ni lo sueñes! No te consiento...
-¿Olvidas quién es el que manda en esta casa? ¿Dónde están las joyas?
Caroline no contestó.
-¿Dónde? -siseó él.
Ella le entregó el bolso donde las había escondido.
-Buena chica. ¿Pensabas vivir de ellas? ¿Acaso no es rico Freddy? -se burló Scott.
-No quería que un ladrón se apoderada de las alhajas de mí madre -replicó Caroline.
-Ninguno lo hará. Las guardaremos hasta el día que tomes posesión de tú legado.
-¿Por qué eres... tan… cruel? -farfulló ella.
-Práctico, preciosa. En el campo no son necesarios estos lujos.
Ella se echó a llorar.
-Caroline, ahora no puedes entender esto, pero con el tiempo comprenderás que tengo razón -dijo él suavizando la voz.
-Comprendo que te mueve la venganza. Siempre me has odiado.
Él le acarició el rostro.
-No me toques -siseó ella apartando su mano con rudeza.
Scott lanzó un largo suspiro.
-Trataba de ser amable.
-Guarda tú amabilidad para otros. No la necesito.
-Cuando veas lo sola que estás, cambiarás de opinión -se burló él.
-Freddy no me abandonará jamás.
Scott se apoyó en la pared y la miró con socarronería.
-Veremos si resiste vuestra separación. Cinco años es mucho tiempo.
-Él me ama -aseguró ella.
-Caroline, lamento que estés tan equivocada. Ese muchacho no sabe lo que es amar y jamás podrá satisfacerte. No como un hombre de verdad.
-¿Te refieres a un hombre como tú? ¡Por Dios! Ninguna mujer en su sano juicio pondría los ojos en ti. En un delincuente grosero y sin honor. Freddy es un caballero educado y respetuoso con una dama. ¡Tú me das asco! -dijo ella con desprecio.
Scott apretó los dientes ante el insulto.
-¿Te he ofendido? ¡Pues me alegro! -exclamó ella triunfante.
Él avanzó con lentitud hacia la muchacha y en un acto irreflexivo la estrechó entre sus brazos.
-Podría hacer que te tragaras esas palabras. Demostrarte lo que es un hombre de verdad. Pero tienes mucha suerte, niña. No me interesas.
Caroline respiró aliviada. Había pensado lo peor. En aquellos momentos Scott parecía un animal salvaje.
-Retiro lo dicho. Por favor, déjame -murmuró azorada. Era la primera vez que un hombre la abrazaba de ese modo tan escandaloso, notando los músculos poderosos de Scott.
Él permaneció reteniéndola, observando su rostro arrebatado, sus labios carnosos que temblaban asustados, descubriendo bajo ese aspecto casi infantil que Caroline ya era toda una mujer. En un acto irreflexivo se apoderó de sus labios rojos y sensuales. Hurgó en su boca, explorándola sin piedad, mientras sus brazos la atraían con más fuerza  hacia su cuerpo.
Caroline se debatió asustada. Pero la fuerza descomunal de Scott se lo impidió y continuó besándola con avaricia, sintiendo como la excitación se apoderaba de su cuerpo, de un modo peligroso e ilógico. Asustado ante su reacción se apartó con brusquedad. Sin duda se había vuelto loco. Caroline no era más que una niña. Se sintió avergonzado, pero se abstuvo de demostrárselo.
-¿Freddy también besa así? -dijo sonriendo con maldad.
Caroline alzó la mano y lo abofeteó.
-Nunca. Nunca más vuelvas a tocarme -jadeó ella.
-No tengo la menor intención de que esto  se repita, cielo. Simplemente te he demostrado como actúa un hombre -respondió él frotándose la mejilla.
-Ahora que lo sé, sigo pensando que Freddy es lo que me conviene. Papá se equivocó al elegirte. Si hubiese sabido esto, te habría echado de su lado.
Él lanzó un suspiro.
-Supongo que los acontecimientos nos han alterado. Ha sido un día duro. Si te sirve de algo, te ruego que aceptes mis disculpas.
-Sal de mí cuarto -le exigió ella.
Scott alzó los hombros con indiferencia.
-Buenas noches, Caroline. Que descanses.
Ella cerró la puerta de un portazo.
Scott, con gesto preocupado se metió en la cama. Ahora era el amo, cosa que le complacía, no podía negarlo. Sin embargo, lo ocurrido con Caroline lo intranquilizaba. Aún podía sentir en su cuerpo la excitación que ella provocó. Y no estaba seguro de evitar que volviese a suceder. Ahora Caroline le parecía muy apetecible. Y no estaba dispuesto a traicionar la confianza que Lowell había depositado en él. Debería poner remedio cuanto antes. 






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