domingo, 28 de abril de 2019


CAPÍTULO 1


Nick clavó los ojos en la joven que buscaba a su alrededor con gesto preocupado. La había imaginado bien distinta, mucho más joven. En realidad había creído que aquella mañana su misión consistiría en ir a recoger a una niña y ante él estaba la joven más hermosa que había visto. Alta y espigada, pero de formas turgentes, como sus labios. Rostro perfecto, enmarcado por unos cabellos que poseían la misma tonalidad que la miel. Aunque lo más excepcional eran sus ojos de un inusual color violeta. 
-¿La señorita Catherine Kline? -le preguntó.
-Si -respondió ella mirando con desconcierto al hombre de cabellos rojos, de figura alta y esbelta, no precisamente bien vestido. Parecía uno de esos obreros que de vez en cuando veía en Londres, aunque reconoció que su rostro era atractivo.
-Bienvenida. Soy Nick. Su tío me pidió que viniese a buscarla. Si es tan amable, por favor, deme el equipaje.
Cargó los baúles. La ayudó a subir al carruaje. Montó y tras instar suavemente a caballo con el látigo, se pusieron en marcha hacia la plantación Edén.
-¿Ha tenido una buena travesía? -preguntó él.
No era habitual que un empleado iniciase una conversación a no ser que su superior se lo autorizase. Claro que, llevaba muchos años en Londres y apenas recordaba como era el vida cotidiana en la isla. Las normas podían ser muy distintas. Por lo que, apartó el desagrado inicial y dijo:    
-A excepción de una tormenta, se puede decir que la navegación ha sido tranquila. Hemos estado de suerte. Oímos decir que un barco pirata nos rondaba.
-Efectivamente. Estos mares están infectados de corsarios. Aunque, apenas hay incidentes graves. Las navieras están bien protegidas.      
-¿Es amigo de mí tío? -preguntó ella.
Nick sonrió divertido.
-¿Amigo? No, señorita. Soy el capataz. 
-Es muy joven para tan gran responsabilidad -se asombró ella. Pocos lograban ese puesto sin haber alcanzado aún la treintena.
-Y usted mayor de lo que supuse. El señor dijo que fuese a recoger a su sobrinita y me he encontrado con toda una mujer -dijo él mirándola con intensidad, recorriendo con descaro cada una de las curvas de su cuerpo.  
Ella se ruborizó ante el gesto atrevido. Era impropio de un caballero. Claro que, él no lo era en absoluto. Volvió el rostro hacia la mansión que se divisaba a lo lejos abanicándose con vigor.
Nick sonrió divertido. La señorita Catherine era la viva estampa de la inocencia. Una candidez femenina de la que había estado alejado durante muchos años. Sería divertido verla desenvolverse por la plantación. 
-¡Esa casa la recuerdo! Ahí vivía Virginia. Jugábamos de niñas y durante un tiempo viví con ella. Espero que aún se acuerde de mí -exclamó Catherine al reconocer la hermosa casa bordeaba por enormes palmeras.
-Nadie podría olvidarse de usted - aseguró él clavándole sus ojos azules.
Catherine volvió a darse aire con ímpetu. Jamás había estado tan cerca de un hombre. No abundaban en el colegio de la señorita Mary. Sólo el jardinero y el sacerdote que acudían varios días a la semana para los oficios religiosos. Por lo que, ningún hombre la había mirado de ese modo. Esperaba llegar cuando antes a casa y librarse de ese descarado.   
-¡Que calor! Había… olvidado esta sensación… durante mi estancia en Inglaterra.
-Tendrá que habituarse. A diferencia de allí, aquí nunca cesa -le recordó él.
-¿Es usted inglés?
-Escocés.
-¿Y que hace tan lejos del hogar?
-Trabajar -respondió Nick.
-¿Tiene familia?
-No, señorita.
Ella esbozó una sonrisa triste.
-Sé lo que es perder a los seres queridos. Mis padres murieron siendo yo muy niña. Tío Ernest pensó que lo mejor sería que fuese educada en Inglaterra y que permaneciera el resto de mi vida allí. Pero este es mí hogar.      
-Tal vez el señor tenía razón. Este no es lugar para una joven educada en Londres. La vida es dura en estas tierras. Y hay pocas diversiones.
Ella suspiró hondamente.
-Le aseguro que en el internado no existían. El aburrimiento ha formado parte de mi existencia.      
-Como he dicho, no espere un cambio radical. Apenas unas cuantas reuniones al año entre los terratenientes. No podrá ir al teatro, salones de baile o de té. Lo cuál, esto último es curioso, teniendo en cuenta que nos encontramos en las tierras que más lo produce.
-Temo que pretende desanimarme.
-¿Por qué debería? Lo que haga usted con su vida no es de mi incumbencia. Solamente la pongo al corriente de la realidad.  Y diga. ¿Qué sabe usted sobre plantaciones?
-Nada, pero le tenemos a usted. ¿No? ¡Ya llegamos! -dijo Catherine cuando el carromato cruzó bajo el cartel que anunciaba  la plantación Edén.
Las palmeras bordeaban el camino y los nativos trabajaban las tierras sembradas de té.
-¡Que belleza! -suspiró.
-Sí. Es el paraíso, a veces -murmuró él. 
La muchacha miró su rostro. En él se reflejaba tristeza y al mismo tiempo, en sus ojos, el odio.
Tras unos minutos, al final de camino, llegaron a la mansión bordeada por un jardín exuberante.
-¡Ahí está tío Ernest! -gritó ella.
Nick detuvo el carromato. Saltó y ayudó a Catherine a descender. Ella corrió hacia un hombre considerablemente alto y de facciones duras, que perdieron rigidez al sonreír complacido al ver a su sobrina.
-Bienvenida, pequeña. ¡Cielos, cuanto has crecido! -rió él, dándole un beso en la mejilla.
-Ya soy una mujer, tío.
-Lo veo. Y muy bonita. Nick, trae el equipaje, por favor.
Catherine miró la casa. Era señorial. Sus paredes impolutas como la nieve destacaban bajo el tejado de caña y las columnas estaban revestidas con enredaderas tan verdes como las esmeraldas.
Subieron la pequeña escalinata y entraron. Catherine estaba fascinada. Los muebles de mimbre, los cuadros familiares, los jarrones chinos, resplandecían bajo la intensa luz del sol tropical. Los días grises de Londres habían acabado.
-No ha cambiado nada. Está igual que cuando lo dejé -dijo. Al ver a una mujer que sonreía llena de felicidad gritó alborozada. -¿Shina? ¡Dios! ¡Shina!
La sirvienta de tez aceitunada la abrazó con efusión.
-¡Mi pequeña niña! ¡Te acuerdas de mí! No sabes cuanto te he añorado. ¡Señor! ¡Cuánto has crecido! ¡Y que hermosa eres! Igual a la señora -dijo la mujer con los ojos empapados en llanto.
-Dejemos las sensiblerías. Katy ha hecho un largo viaje y debe descansar. No está habituada a este clima tan extremo -dijo Kline.
-No estoy cansada, tío -rehusó ella.
-Sin protestar. Shina, acompáñala a su habitación. Que se de un baño y se ponga un vestido más adecuado a este clima. Nick. Regresa a la plantación. Hay mucho trabajo por hacer.
-Sí, señor. Señorita, le deseo una feliz estancia -dijo el capataz mientras ella se alejaba.
Kline observó como Nick miraba a Catherine.
-Espera. Quiero que quede algo muy claro. Te prohíbo que te acerques a ella.
-No tengo la menor intención de molestarla, señor -dijo Nick colocándose el sobrero.
-Te conozco bien y sé que muy pocas mujeres se resisten a tus encantos. Y no me importa lo más mínimo. Pero Katy es una mujer respetable y como me entere que le has rozado un solo cabello, te mataré. Para ella reservo un destino mejor. ¿Comprendes?
-Del todo, señor. ¿Ya ha pensado en un buen partido? -repuso Nick con sarcasmo.
-Te aconsejo que no utilices ese tono conmigo, muchacho. Tú empleo está en mis manos y no me gustaría tener que despedirte. A pesar de ser un sinvergüenza y de tu juventud, eres el mejor capataz que he tenido.
-No le daré ningún motivo. ¿Puedo irme, señor?
-Sí. ¡Ah! Dile a Rasim que venga.
Nick abandonó la casa. Aquella jovencita no sabía que se había metido en la guarida del lobo. Kline no era precisamente un buen hombre, todo lo contrario. La codicia y la crueldad eran comunes en él. No le importaban los medios a seguir para obtener lo que deseaba. Él lo sabía muy bien. Y su sobrina le ayudaría en sus ambiciones. La casaría con algún rico terrateniente y se convertiría en el más poderoso hacendado de la isla.
Sería una pena. Catherine era realmente hermosa y su vida se malgastaría al lado de un viejo que no podría darle pasión, ni felicidad. Sin embargo, ella se lo había buscado. Nunca debió regresar. Había cometido la mayor estupidez de su vida.
Sacudió la cabeza apartando esos pensamientos. A él no le importaba el destino de la joven. Tenía algo mucho más importante que hacer. Había ido a Ceilán para zanjar de una vez por todas aquella obsesión que lo consumía desde hacia años. Y lo lograría. Costase lo que costase.
-Hola, Nick. ¿En que piensas?
Miró a la mujer de piel tostada enfundada en una túnica que permitía ver el contorno de sus voluptuosas curvas y sonrió.
-Pensaba en la señorita Kline.
-¿Es bonita? -preguntó ella borrando la sonrisa.
-No tanto como tú.
-¿De verdad? -dudó.
No. No era cierto. Catherine era la mujer más bella, pero no podía decírselo a Lansa. Le arrancaría los ojos. Era como un gato salvaje.
-De veras. Tú eres la mejor.
-¿Vendrás esta noche?
Él se echó a reír y asintió. Ningún hombre podría despreciar la invitación. Lansa era seductora y sabía como complacerle a uno.
-Te esperaré ansiosa -susurró ella besándole los labios con intensidad.
Nick se encaminó hacia la plantación.
-¿Cómo va eso, Renae?
-Hace falta la lluvia, señor. Si el tiempo continúa así, puede perderse la cosecha.
-Eso no le gustaría nada al patrón -dijo el capataz tocando la planta recesa.
-Le pondría furioso. Ya sabe como es.
-Desgraciadamente, sí.
-¿Ha visto a la señorita Katy? ¡Era tan adorable de niña! ¿Cómo está? -se interesó el nativo.
-Preciosa, te lo aseguro -contestó Nick sonriendo con malicia.
-No debe acercarse a ella, señor - dijo Renae arrugando la frente.
-Eso mismo me advirtió Kline.
-Con razón.
-¿Tú también crees que soy un peligro? -se burló Nick simulando ofensa.
-No sé si para ella, pero yo no tentaría al diablo. Estoy convencido que el patrón espera casarla con un rico. La llevó a Inglaterra con esa intención. Aquí no abundan las damas educadas. Todos lo sabemos.
-Todos menos ella. ¡Pobre chica! Creo que alguien debería advertirla.
-Ella tendrá que obedecer a su tutor.
Nick volvió a estudiar las plantas.
-Dile a los hombres que hagan surcos entre las plantas y llenen cubos.
-¿Para qué? - inquirió el nativo con extrañeza.
-Regaremos los campos. 
-¡Está usted loco!
-Haz lo que digo. Tal vez logremos salvar éste.
-Como ordene, señor Craven -murmuró el empleado. Sería inútil. No obstante, obedecería al capataz. Era el mejor que habían tenido. Los hombres le respetaban. Sabía como sacar rendimiento sin tener que utilizar el látigo. Era justo y se unía a ellos en sus fiestas. Por una vez en toda su vida, el amo había tomado una buena decisión al contratar a ese muchacho.
Claro que, tenía sus retractores en el poblado. Aquel hombre de cabellos rojos como el fuego había causado demasiada admiración entre las mujeres y muchos de los maridos las apartaban de él como si se tratase del mismo Satanás. Aún así, era respetado y admirado. Con él había llegado la tranquilidad a Edén. Ya nadie era golpeado y si caían enfermos, él se preocupaba de su recuperación.
-Espera. ¿Qué ocurrió con los padres de Catherine? -preguntó Nick.
El hombre no respondió.
-¿He preguntado algo indebido?
-El amo no desea que se hable de ello.
-¿Por qué razón?
-El señor no quiere que su sobrina tenga malos recuerdos.
-Vamos, a mí puedes contarlo -insistió Nick.
Renae miró con temor a su alrededor.
-Los padres de la pequeña murieron en un incendio.
-¿Aquí?
-No señor, al otro lado de la montaña. Ellos vivían en la plantación Heaven. Aún nadie sabe lo que pasó, ni como comenzó el incendio. Es un misterio.
-¿Cuántos años tenía ella?
-Cuatro. Fue un milagro que se salvara. La encontraron en el sótano medio muerta. El amo sufrió mucho con la muerte de su familia. Afortunadamente quedó ella. Se la trajo a Edén y solo se separó de la niña cuando decidió que era mejor que se educara en Inglaterra.
-Y también logró su tutela -murmuró Nick.
-Es su único familiar. Sí.
El capataz sacudió la cabeza.
-Un hecho muy productivo para él. Le buscará un buen compromiso y aún será más rico. Es una pena. ¡Ella es tan bonita! -suspiró Nick.
-Señor, siga mi consejo. No se acerque a la chica.
-Ya lo hice. Kline me ordenó que la fuese a buscar al puerto.
-Mal hecho.
-Vamos, Renae. ¡Que no soy el demonio! -rió Nick.
-El amo ha cometido un gran error. Sí. Un gran error -murmuró el nativo alejándose.


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