domingo, 2 de octubre de 2016

SECRETOS INCONFESABLES
1


Cuando su padre acudía a casa, Maggie se sentía la mujer más feliz de la tierra. No tenían muchas oportunidades de verse, pues su trabajo como policía en Londres lo retenía más de lo deseado. Llena de ilusión organizaba una cena exquisita con sus platos favoritos y después charlaban durante horas.
Ella apenas podía contar nada especial. La vida en el campo era monótona y sin hechos trascendentes. Por el contrario, su padre la encandilaba con sus historias detectivescas de ladrones, asesinos y estafadores, haciendo volar a su imaginación y trayéndole una gran frustración; pues le hubiese gustado poder seguir la carrera de su padre. Pero eso era del todo impensable. Las mujeres solo podían dedicarse a su marido, a los hijos y como a lo sumo, a un empleo digno de su condición femenina.
Con un sonoro suspiro dejó el libro sobre la mesita.
-¿Por qué lees esas cosas tan extravagantes? –le preguntó su abuela.
-La psicología es de lo más corriente.
-Ninguna chica siente interés por esas cosas. No me extraña que ningún hombre se acerque a ti. Piensan que eres rara.
-¿Solo por eso? –inquirió Maggie con sarcasmo.
Su abuela empujó las ruedas de la silla hasta alcanzar la mesita, se llenó una taza de té y la miró con censura.
-Muchas de tus amigas, siendo poco agraciadas, ya están casadas o comprometidas. Lo que pasa es que no te molestas en arreglarte. Si dejaras de anudarte el cabello con ese moño desafortunado y prescindieras de las gafas, te aseguro que lucirías bien bonita. Te pareces a tú madre y ella era una beldad. ¡Los corazones que rompió! Por suerte, eligió a tú padre y me dieron una nieta excepcional. Aunque, excéntrica, insisto. Y eso, a los hombres, no les gusta. Maggie, si te esforzaras solo un poquito, no tardarías en encontrar marido.
-¿Y quién desea marido? ¡Menudo incordio! Siempre complaciente, dispuesta a lucir espectacular para que se sienta orgulloso y pidiendo su permiso para cualquier nimiedad. Estoy muy bien así.
-Ahora, pero dentro de un tiempo, te encontraras muy sola. No tienes hermanos, ni primos. Por otro lado, ¿acaso no deseas conocer el amor? –replicó su abuela.
-El amor es una prisión. Te impide razonar y actuar con libertad.
-Una prisión dulce de la que una no quiere escapar si quiere desde lo más profundo del alma. Tu padre superó muchos obstáculos para casarse con tú madre, incluso mi rechazo, que era firme. No quería a nadie para mí hija que no perteneciese a nuestra clase. Por suerte acabé cediendo. Su amor permaneció hasta el final. Yo también fui afortunada. A pesar del accidente mi marido continuó venerándome. ¿No deseas lo mismo para ti?
-He visto a muchas parejas y sé que solo una entre mil consigue esa felicidad. No soy estúpida, abuela. Como has dicho antes, la mitad de mis amigas ya están casadas y la mayoría desearía no haber cometido ese error. Y ya conoces el motivo. ¿He de ser más explicita? –replicó Maggie con tono acerado. Estaba cansada de que todo el mundo la instara a abandonar la soltería, como si una mujer estuviera incompleta sin la compañía de un hombre que la guiara.     
-Ciertamente hay casos flagrantes. Como el de Peter Morris. No tiene el menor decoro con esa mujer. La exhibe en todos los salones, mientras la pobre Fiona permanece en casa. ¡Qué desvergüenza! De todos modos, no todos son iguales. Al menos me gustaría que lo intentaras. Eres especial, Maggie.
-¿No decías hace un momento que era rara? –se mofó ella.
-Bueno, para los demás. Yo te admiro. De veras. Eres inteligente, culta, divertida, también independiente y temeraria. Sin duda, no eres una damita apocada y sin iniciativa.
-Cualidades que aterran a cualquier hombre, abuela. Incluso papá, hombre muy comprensivo, no permitió que acudiese a la universidad. 
-Hizo muy bien. No hubiese sigo agradable para él saber que su hija estuviese rodeada de muchachos. ¡La única  chica! ¡Impensable! Y hablando de pretendientes, estoy segura que a Oswell no le importa tu extravagancia.
-¡Por Dios! ¡Es un aburrido, además de horrendo!
-El matrimonio no es una diversión, cariño. Se basa en la armonía y las mismas metas. Por otro lado, da igual el físico de un hombre. No es un punto a su favor en… en la alcoba, ya me entiendes. Guapo o feo, no es nada agradable hacer… eso.
Maggie blandió el libro con aire enojado.
-Este doctor en psiquiatría asegura que el problema de las mujeres con respecto al sexo es que han sido castradas en su libertad. Si dejáramos la represión, disfrutaríamos tanto como los hombres; pues gozamos de las mismas necesidades. 
-¡Jesús! ¿Te has vuelto loca? ¿Cómo puedes…? ¿Cómo puedes decir esas indecencias? Una mujer debe ser recatada y utilizar “eso” con el único fin de procrear. Gracias a Dios no nos ha oído nadie o tu  reputación, ya mermada, caería en picado. Maggie, cariño, esos libros solo te causarán perjuicio. ¿Por qué no te conformas con las cosas que hacen las demás muchachas? ¡Señor, si sigues así, acabarás con mi poca salud! –se escandalizó la anciana.
-Como has dicho, soy diferente y me enorgullezco de ello. Y a papá le gusto como soy.
Su abuela arrugó la nariz.
-Nunca debió educarte como si fueras un muchachote. Le advertí que pasaría esto. 
-Pues, hizo muy bien. Me preparó para cualquier eventualidad. Así que, quédate tranquila. Si no me caso, sabré valerme por mi misma. Incluso he pensado, que podría trabajar…
-¡Por Dios Santo! ¡Ninguna Carrol se rebajará ante tamaña torpeza! No somos ricos, pero sí acomodados y con prestigio –se escandalizó su abuela abanicándose con ahínco.
-También soy Douglas, abuela. Y papá trabaja, y está muy bien considerado en Londres. Incluso me comentó que piensan seriamente en proponerlo para la cámara.
Su abuela asevero satisfecha.
-Vaya… Alcanzaría la categoría de Par.
Al oír la campanilla Maggie se levantó.
-Hablando de él, ahí está –dijo mirándose en el espejo. Recompuso su cabello y se alisó la falda. Echó a correr y abrió la puerta.
-¡Papá, por fin en casa! –Calló al ver que no se trataba de su padre. Carraspeó y dijo: ¡Oh, perdón! Pensé… ¿Qué desea?
El policía se quitó el casco. Su rostro circunspecto evidenciaba que algo anormal había ocurrido.
-Soy el oficial Rodgers. ¿Es usted la señorita Douglas?
Ella asintió con semblante decepcionado. Su padre, en más de una ocasión, había enviado a un oficial para comunicarle que no podría acudir por motivos de trabajo, pero local y a ese hombre no lo conocía.  
-Ha tenido que quedarse en Londres. ¿Verdad? –dijo en apenas un murmullo presintiendo que no se trataba de un impedimento tan sencillo.
Rodgers carraspeó incómodo.
-Temo que traigo malas noticias. Su padre… El comisario Douglas ha… muerto –musitó.
Lo siguiente que ocurrió fue confuso, como una pesadilla que nos hace suspirar de alivio al despertar. Sin embargo, la dura realidad se impuso. Había oído bien. Ese hombre le había dicho que su padre estaba muerto y no volvería a verlo. No con vida.
La abuela de Maggie se acercó a ellos y conteniendo el llanto preguntó:
-Soy Sophie Carrol. La suegra del comisario. Pero… ¿Cómo ha ocurrido? 
-Un accidente. Resbaló persiguiendo a un criminal golpeándose en la cabeza. Cayó al río y la corriente lo arrastró. Lo peor es que… Aún no se ha encontrado su cadáver –explicó el policía con semblante circunspecto.
-Entonces, ¡puede que esté vivo! –exclamó esperanzada Maggie.
El hombre se aclaró la garganta.
-Hay pocas posibilidades, señorita. Hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos para encontrarlo y no ha sido así. Por ello, no se lo hemos comunicado hasta estar seguros del fatal desenlace. El comisario ha firmado su defunción.
Maggie sacudió la cabeza negando lo evidente.
-Buscamos durante una semana. Era uno de los nuestros y hemos hecho lo imposible  –puntualizó el policía.
-Cariño, es inútil guardar esperanza. Es mejor que nos hagamos a la idea cuanto antes –dijo Sophie con el semblante desencajado. No podía creer que su querido yerno ya no estuviera entre ellos.
Maggie, sin poder contener el llanto, musitó:  
-Imagino que deberemos ir a Londres. Por el papeleo y el funeral que sus compañeros han preparado.
-Temo que no estoy en condiciones de viajar. Además… Mi yerno no estará de cuerpo… presente -dijo Sophie enjuagándose los ojos con el pañuelo.
Maggie, con gesto enérgico, se enjuagó las lágrimas. Su padre no estaba muerto, no. Averiguaría la verdad y lo encontraría.
-No te preocupes, abuela. Me las arreglaré.
-Una señorita decente no puede ir sola por ahí. Le pediré a Lady Durrell que te acompañe.
-Abuela. No voy de compras ni a fiestas. Voy al funeral de papá.  Además, este agente me escoltará.
-Sí. El nuevo comisario pensó que debían viajar conmigo. Tengo los billetes de tren reservados para mañana al mediodía –dijo el policía.
-Esta bien, Maggie -aceptó Sophie- . Gracias por todo, agente Rodgers.
-Pasaré a recogerla mañana a las diez, señorita. Reciban mi más sincero pésame.
Maggie se dejó caer en el sofá con el ceño fruncido.
-Sigues empecinada en que no ha muerto. Hija, esos hombres conocen su oficio y si han dicho…
-Abuela, sabes que soy una mujer práctica y nada fantasiosa. Conozco las pocas perspectivas que existen de salvarse en esa terrible corriente. No obstante, las hay y papá siempre ha sido un hombre fuerte y capacitado en el riesgo.
-Cariño, han pasado siete días –le recordó Sophie.
-¿Y si el golpe lo dejó conmocionado y no recuerda ni quién es? Puede que esté con alguien y lo cuide –sugirió su nieta.
-Es mejor no creer demasiado en ello. Acepta los hechos y no sufrirás después. ¡Oh, cielo! ¡Qué terrible desgracia! ¡Y pensar que tú tienes que ir sola a esa ciudad de perversión! –dijo Sophie cubriéndose el rostro con la mano.
-Tranquilízate, abuela. Nada malo me ocurrirá. Sé cuidarme. Además, ese policía tan amable y los que compartieron el trabajo con papá me custodiarán. ¿De acuerdo?

  






2


Maggie entró en casa de su padre. El autocontrol que mantuvo durante el emotivo funeral se desmoronó y rompió a llorar sin consuelo.  Con dedos trémulos abrió el cajón del escritorio. Acarició la pluma que regaló a su padre cuando fue ascendido a comisario y absorbió con ansia el pañuelo que aún guardaba su aroma varonil. A pesar de la evidencia, aún se negaba a creer lo sucedido.    
Con gesto agotado, alargó la mano hacia la botella y se sirvió un chorrito de brandy. Nunca lo había probado, pero ahora necesitaba sentir calor en su corazón. Dio un sorbo y su boca se retorció en un rictus de desagrado. Sería mejor olvidar lo de la copa, pensó sorbiéndose la nariz. Abrió la agenda con devoción. Ése era el cuaderno sagrado de su padre. Allí anotaba cada una de sus sensaciones, de sus sospechas sobre los casos que llevaba. Las frases y letras eran imperfectas, desordenadas. Un galimatías que solo ella podía descifrar.
Comenzó a leer. Su padre estaba inmerso en un caso de robo de altos vuelos. Varios hombres de negocios y nobles habían sido objeto de hurtos sustanciosos. Y allí constaban algunos datos de los dos sospechosos: un agente de bolsa y un pintor. Al parecer, siempre estuvieron en los alrededores del hecho, sin coartada aceptable e incluso, con algún cadáver relacionado con el mundo del hampa.
Suspirando trató de imaginar a los criminales. Seguramente eran hombres toscos, educados en los bajos fondos de Londres, sin el menor ápice de piedad.   
La campanilla la hizo respingar. No esperaba a nadie. Todos los conocidos ya estuvieron presentes para darle las condolencias. No obstante, se acercó a la puerta y atisbó por la mirilla. Se trataba de una mujer de aspecto vulgar que miraba como un conejo asustado a su alrededor.
Antes que la mano volviera a tirar de la cadena, abrió.
-¿Qué desea, señorita?
-¿Es usted Maggie Douglas?
-Sí.
-Necesito hablar urgentemente con usté.
Maggie dudó.
-Es un asunto de vida o muerte. ¿Pueo pasar? Es sobre su padre. Tengo información –insistió la desconocida con voz trémula.
Maggie, al escucharla, aseveró.
-Por favor, pase.
La acompañó hasta la salita y la invitó a sentarse.  
-¿Un té, señorita…?
-Penny. ¿No tiene algo más fuerte?  Hace un frío que pela.
Maggie le ofreció un vaso de brandy y asombrada, vio como lo tragaba de un solo golpe.
-Me hacia falta, señorita –dijo ella disculpándose con timidez, como si acabara de ser pillada en una travesura.
-Y bien –la invitó a hablar Maggie.
-Estoy convencida que la muerte de su padre no fue a causa de un accidente. Se lo cargaron –le anunció Penny. 
-¿Cómo dice? -respingó Maggie, creyendo que había escuchado mal.
-Que lo asesinaron.
El semblante de Maggie mostró desconcierto, incredulidad.
-Lamento objetar su teoría. Han confirmado que sufrió una caída en el puerto y que el golpe en la cabeza le hizo perder el sentido; por lo que se ahogó al desplomarse en el río.
La mujer negó con la cabeza echando mano a la botella de brandy.
-¿Pueo? Señorita, sé de lo que hablo. El señor Douglas me contó lo que husmeaba y pueo asegurarle que ese criminal al que perseguía era mu peligroso. Tanto que, también mató a mi patrona –dijo dándole un buen sorbo al vaso.
Maggie se removió incómoda. Sin duda, había dejado entrar en casa a una perturbada.
-Veo en sus ojos que no me cree. Pero le juro que es verdá. Harold… Quiero decir, el comisario Douglas, confiaba en mí y me largaba cosas. Éramos compadres. Sí. Muy buenos amigos –musitó apurando el brandy.
Maggie la miró con detenimiento. No era la clase de mujer con la que se relacionaría su padre. Era tosca, vestía con mal gusto y sus modales arrabaleros. Su rostro estaba recargado de maquillaje, lo que la hacía parecer mucho mayor de lo que era.
-Sé lo que piensa. Y no la culpo. No soy una dama. Too lo contrario. Sin embargo, su padre me apreciaba por lo que soy, no por lo que hago.
Maggie comprendió atónita a lo que se refería. Debería de haberse dado cuenta antes por su aspecto basto y su lenguaje zafio, barriobajero.   
-¿Es usted una… una…?
-Exacto. No ponga esa cara. No es momento de melindres, señorita. Lo más importante es que comprenda que he venío para que no deje escabullir al verdugo de su padre. Debe buscar a alguien pa que aclare lo que pasó. A un detective privado o algo parecío.
-Pero… ¿Por qué? La policía…
-La pasma no estaba al tanto de las raterías. Esos ricachones querían ocultar el escándalo. ¡Cerdos hipócritas! Lo siento… A veces soy demasiao bruta en mis opiniones. A lo que me refiero es que Harold trabajaba por cuenta propia en eso.
A Maggie le estallaba la cabeza. No comprendía nada. Ni quería entender, ni aceptar que aquella mujer estuviera en lo cierto. Abrumada, se sirvió una copa y la engulló rompiendo a toser.
-¿Quiere un consejo? Déjelo antes que sea demasiado tarde. No es sano y ocasiona…
-¡Por favor! ¡Calle! –exclamó Maggie alterada.
Penny se levantó.
-Entiendo que no le sea grato recibir a una mujer… digamos de mi clase. Lamento haberla ofendío. Solo quería que se diera justicia. Le deseo suerte, señorita. Y sobre too, la acompaño en el sentimiento. No es bueno perder a un padre cuando se es tan joven. Una lo sabe por experiencia propia. Si le contara... ¡En fin! No la molesto más.
Maggie alzó la mano.
-Espere, por favor. Soy yo la que debe pedirle disculpas. Sus intenciones han sido del todo loables. Le pido perdón por perder la compostura. Por favor, siéntese de nuevo y explíquese.
El semblante de Penny mostró sorpresa mientras se dejaba caer en la silla. Nunca nadie, ni tan siquiera Harold, la había tratado con tanta cortesía, como si realmente fuera una señora. 
-Gracias. Es usted muy considerá con una mujer como yo. Las otras damas me habrían echao como a un perro –susurró.
Maggie dibujó una media sonrisa.
-No creo que deba recriminarle nada. Nadie tiene la potestad de juzgar al prójimo por sus actos; a no ser que sean deleznables. ¿Puedo preguntarle como llegó a ejercer…? Ya me entiende.
Penny levantó los hombros con indiferencia.
-Del mismo modo que muchas. La pobreza  y la hambruna matan las buenas intenciones. Por supuesto que no quería convertirme en lo que soy, pero no encontré donde colocarme. Una no tiene estudios ni modales. Y aunque parezca mentira, hasta pa fregá le piden modales a una. Bueno, que le voy a contá a usté. Más, no se apure, señorita. A decir verdá, no está tan mal esto. Bueno, me refiero a que, en el burdel que estoy las cosas son distintas que en la calle. Lady Jolianne cuidaba de nosotras y no permitía que los hombres nos golpearan.
-¿Por qué desean pegarlas? –inquirió Maggie incrédula.
-¡Usted no sabe lo que es capaz de hacer un hombre cuando está cachondo, se le nubla la mollera y solo piensa en obtener placer! Pa eso van al burdel no para mantener un parloteo sobre el tiempo. Nos quieren a nosotras para que se la pongamos tiesa...  ¡Oh! He vuelto a meter la pata. Lo siento. Soy una iletrá –se excusó Penny.
Maggie carraspeó. Era la primera vez que alguien le hablaba sin tapujos del sexo y se sentía incómoda, como desplazada; lo cuál no le ocurría casi nunca. A pesar de ser mujer, se había molestado en aprender de todas las materias posibles. De todas, menos de esa; ya que consideraba que nunca la necesitaría. No era precisamente una muchacha atractiva y los hombres jamás le prestaron atención en ese aspecto.        
-No se preocupe.  ¿Qué me dice de su conspiración?
-¿Qué? –inquirió Penny sin entender.
-De su teoría del crimen.   
-Harold… Su padre, me contó que tras esos robos hay algo oscuro y muy importante. Tanto que, era peligrosísimo hurgar en el meollo. Por eso pienso que lo quitaron de en medio, al igual que a mi jefa. Ella también estaba metía en el tema, pues los presuntos, el pintor y el agente de bolsa, acudían al burdel y los espiaba; para sacar información. Ya sabe que los hombres en la cama pierden los sesos para alardear con las mujeres. Y le aseguro que Lady Jolianne era experta en levantar el entusiasmo masculino. Recuerdo que en una ocasión, cuando aún era puta, consiguió que el mismísimo ministro de economía, cuando ella le estaba chupando…
-Por favor, continuemos con lo que nos concierne. ¿Le importa? –la interrumpió Maggie con el rostro sonrojado. Ella no desvariaba. Había descrito a los sospechosos tal como lo hizo su padre en el cuaderno.
-Sí, claro. ¡En fin! Qué tengo serias dudas que lo de Harold fuera un accidente y lo mismo digo sobre Lady Jolianne. Apareció tirá en la calle con el cuerpo molio a golpes. La pasma dijo que fue atropellada por uno de esos nuevos coches. Pero no fue así. Una ha visto muchas magulladuras por  palizas. El ladrón le cerró la boca pa siempre. No me cabe la menor duda. No señor. 
Maggie pensó con rapidez. Si iba a la comisaría con ese cuento la tacharían de loca. Y era lógico. No había pruebas suficientes. Como tampoco las vería un investigador privado. Sin embargo, algo en su interior le decía que podía haber algo de verdad en esa rocambolesca teoría. Su padre, en la libreta, hablaba de muertos probablemente relacionados con los robos. ¿Qué podía hacer? Lo último que deseaba era que, el supuesto delito, quedara impune. Si ella pudiera… Pero no era posible. A pesar de las lecciones recibidas de su padre, no tenía la menor idea de cómo encauzar una investigación criminal y mucho menos siendo mujer de introducirse en ese mundo oscuro y secreto del hampa. Aunque si… El pensamiento la horrorizó. Pero a pesar de ello, era la única posibilidad que tenía. Arriesgada y peligrosa, pero la única opción.
-Temo que será irrealizable lo que me pide. Nadie nos tomará en serio. Aunque, yo lo puedo intentar. Si contacto con esos hombres, tal vez me den su dirección.
Penny sonrió con escepticismo.
-¿Usté? No tiene na que hacer. Esos estiraos no buscan a mujeres de su clase. Además, es hija del comisario. Nunca confiarían.
-Ellos no me conocen. No resido en la ciudad. Usted me dice donde viven y me las arreglaré.
-No sabemos esas cosas.
-Al menos sabrá los nombres.
-Claro. El agente es Nelson Wren y el artista, Jordan Somerset.
-¿Y si voy al prostíbulo e intento sonsacarles su domicilio? –sugirió Maggie. Podía ir una noche y hacerse pasar por meretriz, sin ejercer, por supuesto. Penny le diría como hacerlo.
La prostituta soltó una risotada.
-¿Usté?
-Ya sé que no soy hermosa. Sin embargo, no pretendo lo que imagina. Lo único que digo es que provocaré una conversación interesante y…
-¡No sea tonta, mujer! ¿Conversación? ¡Ah! Esos no van precisamente a hablar a un burdel, señorita. Utilizan la lengua para cosas más gustosas. Un buen polvo les basta y les sobra. Allí la única que parloteaba, bueno, que le daba a la jerga era Lady Jolianne. Ella jamás se acostaba con los clientes. Lo dejó hace años. Estaba cansá de aguantar a babosos y a pelmas. La gente como usté cree que esa vida es dura, pero no sabe cuanto. ¡Si le contara! Pero no. Una dama no debe escuchar esas cosas.
Una luz de esperanza se encendió en la mente de Maggie.
-¿Tenía familia la tal Jolianne?
-Una sobrina. Pero desconocía su paradero.
-¿Y si yo soy esa sobrina?
Penny la miró sin comprender.
-¿Ha muerto, no? Entonces, yo seré su heredera. Ocuparé su puesto. No tendré que prostituirme. ¿Qué le parece?
La meretriz se levantó y mostró preocupación.
-Creo que he cometido una idiotez. Jamás debí venir. No señor.
-¿Tan inútil me ve? ¿Acaso cree que no soy capaz de enfrentarme a lo que sea para vengar a mí padre? –le preguntó Maggie.
-Eso na tie que ver. Pero. ¿Se ha visto? ¿Cree que podría dar el pego con esas gafas, el pelo anudado en la nuca, con su cuerpo estirao y tieso? Es usted una mojigata, con perdón. Jamás la tomarían por una prostituta.
Maggie aceptó que tenía razón. Ella era lo más alejado a una mujer excitante. Más bien se asemejaba a una solterona, a una rata de biblioteca sabihonda y repelente. La antitesis de lo que a un hombre lo volvía loco. Por otro lado, esa mujer estaba en lo cierto. Su plan era  descabellado. ¿Cómo una simple chica del campo educada en la decencia, envuelta entre algodones que no sabía nada de la vida iba a convertirse en una investigadora? Por mucho que su padre la aleccionó en los métodos policiales, el miedo y la inexperiencia, la haría fracasar y probablemente, se metería de cabeza en peligros que podrían destrozarle la vida.  No obstante, no quería rendirse. Necesitaba averiguar la verdad y ella, nunca se detuvo ante las adversidades. Si tenía miedo, lo superaría. Su padre se merecía cualquier sacrificio. Inspiró con fuerza y dijo:
-¿Y si me enseñara?
La prostituta chasqueó la lengua estudiándola con atención.
-Tal vez, como mujer, podría aprender la maña sexual. Aunque, su aspecto… Con sinceridad, difícil lo veo, señorita.   
-Cuando me arreglo un poco mejoro, se lo aseguro –musitó Maggie.
-No se… Esto es desatinao. No saldría na bien. Y no quiero ser la culpable que le ocurra una desgracia –rechazó Penny.
-El riesgo corre solo de mi cuenta. Usted limítese a darme lecciones, que yo me cuidaré. Por favor, ayúdeme. Quédese unos días. La recompensaré con generosidad.
Tras unos segundos de duda, la mujer pensó que no estaba mal la propuesta. Ganaría dinero sin tener que acostarse con ningún tipo. Y esa muchacha era del tipo de las testarudas. Con o sin su ayuda, seguramente se metería en el lío. Así que, aceptó.
-¿Cuándo comenzamos?
-Ahora mismo –dijo Maggie.












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