SECRETOS INCONFESABLES
1
Cuando su padre acudía a casa,
Maggie se sentía la mujer más feliz de la tierra. No tenían muchas
oportunidades de verse, pues su trabajo como policía en Londres lo retenía más
de lo deseado. Llena de ilusión organizaba una cena exquisita con sus platos
favoritos y después charlaban durante horas.
Ella apenas podía contar nada
especial. La vida en el campo era monótona y sin hechos trascendentes. Por el
contrario, su padre la encandilaba con sus historias detectivescas de ladrones,
asesinos y estafadores, haciendo volar a su imaginación y trayéndole una gran
frustración; pues le hubiese gustado poder seguir la carrera de su padre. Pero
eso era del todo impensable. Las mujeres solo podían dedicarse a su marido, a
los hijos y como a lo sumo, a un empleo digno de su condición femenina.
Con un sonoro suspiro dejó el
libro sobre la mesita.
-¿Por qué lees esas cosas tan
extravagantes? –le preguntó su abuela.
-La psicología es de lo más corriente.
-Ninguna chica siente interés por
esas cosas. No me extraña que ningún hombre se acerque a ti. Piensan que eres
rara.
-¿Solo por eso? –inquirió Maggie
con sarcasmo.
Su abuela empujó las ruedas de la
silla hasta alcanzar la mesita, se llenó una taza de té y la miró con censura.
-Muchas de tus amigas, siendo poco
agraciadas, ya están casadas o comprometidas. Lo que pasa es que no te molestas
en arreglarte. Si dejaras de anudarte el cabello con ese moño desafortunado y
prescindieras de las gafas, te aseguro que lucirías bien bonita. Te pareces a tú
madre y ella era una beldad. ¡Los corazones que rompió! Por suerte, eligió a tú
padre y me dieron una nieta excepcional. Aunque, excéntrica, insisto. Y eso, a
los hombres, no les gusta. Maggie, si te esforzaras solo un poquito, no
tardarías en encontrar marido.
-¿Y quién desea marido? ¡Menudo
incordio! Siempre complaciente, dispuesta a lucir espectacular para que se
sienta orgulloso y pidiendo su permiso para cualquier nimiedad. Estoy muy bien
así.
-Ahora, pero dentro de un tiempo,
te encontraras muy sola. No tienes hermanos, ni primos. Por otro lado, ¿acaso
no deseas conocer el amor? –replicó su abuela.
-El amor es una prisión. Te impide
razonar y actuar con libertad.
-Una prisión dulce de la que una
no quiere escapar si quiere desde lo más profundo del alma. Tu padre superó
muchos obstáculos para casarse con tú madre, incluso mi rechazo, que era firme.
No quería a nadie para mí hija que no perteneciese a nuestra clase. Por suerte
acabé cediendo. Su amor permaneció hasta el final. Yo también fui afortunada. A
pesar del accidente mi marido continuó venerándome. ¿No deseas lo mismo para
ti?
-He visto a muchas parejas y sé
que solo una entre mil consigue esa felicidad. No soy estúpida, abuela. Como
has dicho antes, la mitad de mis amigas ya están casadas y la mayoría desearía
no haber cometido ese error. Y ya conoces el motivo. ¿He de ser más explicita?
–replicó Maggie con tono acerado. Estaba cansada de que todo el mundo la
instara a abandonar la soltería, como si una mujer estuviera incompleta sin la
compañía de un hombre que la guiara.
-Ciertamente hay casos flagrantes.
Como el de Peter Morris. No tiene el menor decoro con esa mujer. La exhibe en
todos los salones, mientras la pobre Fiona permanece en casa. ¡Qué
desvergüenza! De todos modos, no todos son iguales. Al menos me gustaría que lo
intentaras. Eres especial, Maggie.
-¿No decías hace un momento que
era rara? –se mofó ella.
-Bueno, para los demás. Yo te
admiro. De veras. Eres inteligente, culta, divertida, también independiente y
temeraria. Sin duda, no eres una damita apocada y sin iniciativa.
-Cualidades que aterran a
cualquier hombre, abuela. Incluso papá, hombre muy comprensivo, no permitió que
acudiese a la universidad.
-Hizo muy bien. No hubiese sigo
agradable para él saber que su hija estuviese rodeada de muchachos. ¡La
única chica! ¡Impensable! Y hablando de
pretendientes, estoy segura que a Oswell no le importa tu extravagancia.
-¡Por Dios! ¡Es un aburrido,
además de horrendo!
-El matrimonio no es una
diversión, cariño. Se basa en la armonía y las mismas metas. Por otro lado, da
igual el físico de un hombre. No es un punto a su favor en… en la alcoba, ya me
entiendes. Guapo o feo, no es nada agradable hacer… eso.
Maggie blandió el libro con aire
enojado.
-Este doctor en psiquiatría
asegura que el problema de las mujeres con respecto al sexo es que han sido
castradas en su libertad. Si dejáramos la represión, disfrutaríamos tanto como
los hombres; pues gozamos de las mismas necesidades.
-¡Jesús! ¿Te has vuelto loca?
¿Cómo puedes…? ¿Cómo puedes decir esas indecencias? Una mujer debe ser recatada
y utilizar “eso” con el único fin de procrear. Gracias a Dios no nos ha oído
nadie o tu reputación, ya mermada,
caería en picado. Maggie, cariño, esos libros solo te causarán perjuicio. ¿Por
qué no te conformas con las cosas que hacen las demás muchachas? ¡Señor, si
sigues así, acabarás con mi poca salud! –se escandalizó la anciana.
-Como has dicho, soy diferente y
me enorgullezco de ello. Y a papá le gusto como soy.
Su abuela arrugó la nariz.
-Nunca debió educarte como si
fueras un muchachote. Le advertí que pasaría esto.
-Pues, hizo muy bien. Me preparó
para cualquier eventualidad. Así que, quédate tranquila. Si no me caso, sabré
valerme por mi misma. Incluso he pensado, que podría trabajar…
-¡Por Dios Santo! ¡Ninguna Carrol
se rebajará ante tamaña torpeza! No somos ricos, pero sí acomodados y con
prestigio –se escandalizó su abuela abanicándose con ahínco.
-También soy Douglas, abuela. Y
papá trabaja, y está muy bien considerado en Londres. Incluso me comentó que
piensan seriamente en proponerlo para la cámara.
Su abuela asevero satisfecha.
-Vaya… Alcanzaría la categoría de
Par.
Al oír la campanilla Maggie se
levantó.
-Hablando de él, ahí está –dijo
mirándose en el espejo. Recompuso su cabello y se alisó la falda. Echó a correr
y abrió la puerta.
-¡Papá, por fin en casa! –Calló al
ver que no se trataba de su padre. Carraspeó y dijo: ¡Oh, perdón! Pensé… ¿Qué
desea?
El policía se quitó el casco. Su
rostro circunspecto evidenciaba que algo anormal había ocurrido.
-Soy el oficial Rodgers. ¿Es usted
la señorita Douglas?
Ella asintió con semblante
decepcionado. Su padre, en más de una ocasión, había enviado a un oficial para
comunicarle que no podría acudir por motivos de trabajo, pero local y a ese
hombre no lo conocía.
-Ha tenido que quedarse en
Londres. ¿Verdad? –dijo en apenas un murmullo presintiendo que no se trataba de
un impedimento tan sencillo.
Rodgers carraspeó incómodo.
-Temo que traigo malas noticias.
Su padre… El comisario Douglas ha… muerto –musitó.
Lo siguiente que ocurrió fue
confuso, como una pesadilla que nos hace suspirar de alivio al despertar. Sin
embargo, la dura realidad se impuso. Había oído bien. Ese hombre le había dicho
que su padre estaba muerto y no volvería a verlo. No con vida.
La abuela de Maggie se acercó a
ellos y conteniendo el llanto preguntó:
-Soy Sophie Carrol. La suegra del
comisario. Pero… ¿Cómo ha ocurrido?
-Un accidente. Resbaló
persiguiendo a un criminal golpeándose en la cabeza. Cayó al río y la corriente
lo arrastró. Lo peor es que… Aún no se ha encontrado su cadáver –explicó el
policía con semblante circunspecto.
-Entonces, ¡puede que esté vivo!
–exclamó esperanzada Maggie.
El hombre se aclaró la garganta.
-Hay pocas posibilidades,
señorita. Hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos para encontrarlo y
no ha sido así. Por ello, no se lo hemos comunicado hasta estar seguros del
fatal desenlace. El comisario ha firmado su defunción.
Maggie sacudió la cabeza negando
lo evidente.
-Buscamos durante una semana. Era
uno de los nuestros y hemos hecho lo imposible –puntualizó el policía.
-Cariño, es inútil guardar
esperanza. Es mejor que nos hagamos a la idea cuanto antes –dijo Sophie con el
semblante desencajado. No podía creer que su querido yerno ya no estuviera
entre ellos.
Maggie, sin poder contener el
llanto, musitó:
-Imagino que deberemos ir a
Londres. Por el papeleo y el funeral que sus compañeros han preparado.
-Temo que no estoy en condiciones
de viajar. Además… Mi yerno no estará de cuerpo… presente -dijo Sophie
enjuagándose los ojos con el pañuelo.
Maggie, con gesto enérgico, se
enjuagó las lágrimas. Su padre no estaba muerto, no. Averiguaría la verdad y lo
encontraría.
-No te preocupes, abuela. Me las
arreglaré.
-Una señorita decente no puede ir
sola por ahí. Le pediré a Lady Durrell que te acompañe.
-Abuela. No voy de compras ni a
fiestas. Voy al funeral de papá. Además,
este agente me escoltará.
-Sí. El nuevo comisario pensó que debían
viajar conmigo. Tengo los billetes de tren reservados para mañana al mediodía
–dijo el policía.
-Esta bien, Maggie -aceptó Sophie-
. Gracias por todo, agente Rodgers.
-Pasaré a recogerla mañana a las
diez, señorita. Reciban mi más sincero pésame.
Maggie se dejó caer en el sofá con
el ceño fruncido.
-Sigues empecinada en que no ha
muerto. Hija, esos hombres conocen su oficio y si han dicho…
-Abuela, sabes que soy una mujer
práctica y nada fantasiosa. Conozco las pocas perspectivas que existen de
salvarse en esa terrible corriente. No obstante, las hay y papá siempre ha sido
un hombre fuerte y capacitado en el riesgo.
-Cariño, han pasado siete días –le
recordó Sophie.
-¿Y si el golpe lo dejó
conmocionado y no recuerda ni quién es? Puede que esté con alguien y lo cuide
–sugirió su nieta.
-Es mejor no creer demasiado en
ello. Acepta los hechos y no sufrirás después. ¡Oh, cielo! ¡Qué terrible
desgracia! ¡Y pensar que tú tienes que ir sola a esa ciudad de perversión!
–dijo Sophie cubriéndose el rostro con la mano.
-Tranquilízate, abuela. Nada malo
me ocurrirá. Sé cuidarme. Además, ese policía tan amable y los que compartieron
el trabajo con papá me custodiarán. ¿De acuerdo?
2
Maggie entró en casa de su padre.
El autocontrol que mantuvo durante el emotivo funeral se desmoronó y rompió a
llorar sin consuelo. Con dedos trémulos abrió
el cajón del escritorio. Acarició la pluma que regaló a su padre cuando fue
ascendido a comisario y absorbió con ansia el pañuelo que aún guardaba su aroma
varonil. A pesar de la evidencia, aún se negaba a creer lo sucedido.
Con gesto agotado, alargó la mano hacia
la botella y se sirvió un chorrito de brandy. Nunca lo había probado, pero
ahora necesitaba sentir calor en su corazón. Dio un sorbo y su boca se retorció
en un rictus de desagrado. Sería mejor olvidar lo de la copa, pensó sorbiéndose
la nariz. Abrió la agenda con devoción. Ése era el cuaderno sagrado de su
padre. Allí anotaba cada una de sus sensaciones, de sus sospechas sobre los
casos que llevaba. Las frases y letras eran imperfectas, desordenadas. Un
galimatías que solo ella podía descifrar.
Comenzó a leer. Su padre estaba
inmerso en un caso de robo de altos vuelos. Varios hombres de negocios y nobles
habían sido objeto de hurtos sustanciosos. Y allí constaban algunos datos de
los dos sospechosos: un agente de bolsa y un pintor. Al parecer, siempre estuvieron
en los alrededores del hecho, sin coartada aceptable e incluso, con algún
cadáver relacionado con el mundo del hampa.
Suspirando trató de imaginar a los
criminales. Seguramente eran hombres toscos, educados en los bajos fondos de
Londres, sin el menor ápice de piedad.
La campanilla la hizo respingar.
No esperaba a nadie. Todos los conocidos ya estuvieron presentes para darle las
condolencias. No obstante, se acercó a la puerta y atisbó por la mirilla. Se
trataba de una mujer de aspecto vulgar que miraba como un conejo asustado a su
alrededor.
Antes que la mano volviera a tirar
de la cadena, abrió.
-¿Qué desea, señorita?
-¿Es usted Maggie Douglas?
-Sí.
-Necesito hablar urgentemente con
usté.
Maggie dudó.
-Es un asunto de vida o muerte.
¿Pueo pasar? Es sobre su padre. Tengo información –insistió la desconocida con
voz trémula.
Maggie, al escucharla, aseveró.
-Por favor, pase.
La acompañó hasta la salita y la
invitó a sentarse.
-¿Un té, señorita…?
-Penny. ¿No tiene algo más
fuerte? Hace un frío que pela.
Maggie le ofreció un vaso de
brandy y asombrada, vio como lo tragaba de un solo golpe.
-Me hacia falta, señorita –dijo
ella disculpándose con timidez, como si acabara de ser pillada en una
travesura.
-Y bien –la invitó a hablar
Maggie.
-Estoy convencida que la muerte de
su padre no fue a causa de un accidente. Se lo cargaron –le anunció Penny.
-¿Cómo dice? -respingó Maggie,
creyendo que había escuchado mal.
-Que lo asesinaron.
El semblante de Maggie mostró
desconcierto, incredulidad.
-Lamento objetar su teoría. Han
confirmado que sufrió una caída en el puerto y que el golpe en la cabeza le
hizo perder el sentido; por lo que se ahogó al desplomarse en el río.
La mujer negó con la cabeza
echando mano a la botella de brandy.
-¿Pueo? Señorita, sé de lo que
hablo. El señor Douglas me contó lo que husmeaba y pueo asegurarle que ese
criminal al que perseguía era mu peligroso. Tanto que, también mató a mi patrona
–dijo dándole un buen sorbo al vaso.
Maggie se removió incómoda. Sin
duda, había dejado entrar en casa a una perturbada.
-Veo en sus ojos que no me cree.
Pero le juro que es verdá. Harold… Quiero decir, el comisario Douglas, confiaba
en mí y me largaba cosas. Éramos compadres. Sí. Muy buenos amigos –musitó
apurando el brandy.
Maggie la miró con detenimiento. No
era la clase de mujer con la que se relacionaría su padre. Era tosca, vestía
con mal gusto y sus modales arrabaleros. Su rostro estaba recargado de
maquillaje, lo que la hacía parecer mucho mayor de lo que era.
-Sé lo que piensa. Y no la culpo.
No soy una dama. Too lo contrario. Sin embargo, su padre me apreciaba por lo
que soy, no por lo que hago.
Maggie comprendió atónita a lo que
se refería. Debería de haberse dado cuenta antes por su aspecto basto y su
lenguaje zafio, barriobajero.
-¿Es usted una… una…?
-Exacto. No ponga esa cara. No es
momento de melindres, señorita. Lo más importante es que comprenda que he venío
para que no deje escabullir al verdugo de su padre. Debe buscar a alguien pa
que aclare lo que pasó. A un detective privado o algo parecío.
-Pero… ¿Por qué? La policía…
-La pasma no estaba al tanto de las
raterías. Esos ricachones querían ocultar el escándalo. ¡Cerdos hipócritas! Lo
siento… A veces soy demasiao bruta en mis opiniones. A lo que me refiero es que
Harold trabajaba por cuenta propia en eso.
A Maggie le estallaba la cabeza.
No comprendía nada. Ni quería entender, ni aceptar que aquella mujer estuviera
en lo cierto. Abrumada, se sirvió una copa y la engulló rompiendo a toser.
-¿Quiere un consejo? Déjelo antes
que sea demasiado tarde. No es sano y ocasiona…
-¡Por favor! ¡Calle! –exclamó
Maggie alterada.
Penny se levantó.
-Entiendo que no le sea grato
recibir a una mujer… digamos de mi clase. Lamento haberla ofendío. Solo quería
que se diera justicia. Le deseo suerte, señorita. Y sobre too, la acompaño en
el sentimiento. No es bueno perder a un padre cuando se es tan joven. Una lo
sabe por experiencia propia. Si le contara... ¡En fin! No la molesto más.
Maggie alzó la mano.
-Espere, por favor. Soy yo la que
debe pedirle disculpas. Sus intenciones han sido del todo loables. Le pido
perdón por perder la compostura. Por favor, siéntese de nuevo y explíquese.
El semblante de Penny mostró sorpresa
mientras se dejaba caer en la silla. Nunca nadie, ni tan siquiera Harold, la
había tratado con tanta cortesía, como si realmente fuera una señora.
-Gracias. Es usted muy considerá
con una mujer como yo. Las otras damas me habrían echao como a un perro
–susurró.
Maggie dibujó una media sonrisa.
-No creo que deba recriminarle
nada. Nadie tiene la potestad de juzgar al prójimo por sus actos; a no ser que
sean deleznables. ¿Puedo preguntarle como llegó a ejercer…? Ya me entiende.
Penny levantó los hombros con
indiferencia.
-Del mismo modo que muchas. La
pobreza y la hambruna matan las buenas
intenciones. Por supuesto que no quería convertirme en lo que soy, pero no
encontré donde colocarme. Una no tiene estudios ni modales. Y aunque parezca
mentira, hasta pa fregá le piden modales a una. Bueno, que le voy a contá a
usté. Más, no se apure, señorita. A decir verdá, no está tan mal esto. Bueno,
me refiero a que, en el burdel que estoy las cosas son distintas que en la
calle. Lady Jolianne cuidaba de nosotras y no permitía que los hombres nos
golpearan.
-¿Por qué desean pegarlas? –inquirió
Maggie incrédula.
-¡Usted no sabe lo que es capaz de
hacer un hombre cuando está cachondo, se le nubla la mollera y solo piensa en
obtener placer! Pa eso van al burdel no para mantener un parloteo sobre el
tiempo. Nos quieren a nosotras para que se la pongamos tiesa... ¡Oh! He vuelto a meter la pata. Lo siento.
Soy una iletrá –se excusó Penny.
Maggie carraspeó. Era la primera
vez que alguien le hablaba sin tapujos del sexo y se sentía incómoda, como
desplazada; lo cuál no le ocurría casi nunca. A pesar de ser mujer, se había
molestado en aprender de todas las materias posibles. De todas, menos de esa;
ya que consideraba que nunca la necesitaría. No era precisamente una muchacha
atractiva y los hombres jamás le prestaron atención en ese aspecto.
-No se preocupe. ¿Qué me dice de su conspiración?
-¿Qué? –inquirió Penny sin
entender.
-De su teoría del crimen.
-Harold… Su padre, me contó que
tras esos robos hay algo oscuro y muy importante. Tanto que, era peligrosísimo
hurgar en el meollo. Por eso pienso que lo quitaron de en medio, al igual que a
mi jefa. Ella también estaba metía en el tema, pues los presuntos, el pintor y
el agente de bolsa, acudían al burdel y los espiaba; para sacar información. Ya
sabe que los hombres en la cama pierden los sesos para alardear con las
mujeres. Y le aseguro que Lady Jolianne era experta en levantar el entusiasmo
masculino. Recuerdo que en una ocasión, cuando aún era puta, consiguió que el
mismísimo ministro de economía, cuando ella le estaba chupando…
-Por favor, continuemos con lo que
nos concierne. ¿Le importa? –la interrumpió Maggie con el rostro sonrojado.
Ella no desvariaba. Había descrito a los sospechosos tal como lo hizo su padre
en el cuaderno.
-Sí, claro. ¡En fin! Qué tengo
serias dudas que lo de Harold fuera un accidente y lo mismo digo sobre Lady Jolianne.
Apareció tirá en la calle con el cuerpo molio a golpes. La pasma dijo que fue
atropellada por uno de esos nuevos coches. Pero no fue así. Una ha visto muchas
magulladuras por palizas. El ladrón le
cerró la boca pa siempre. No me cabe la menor duda. No señor.
Maggie pensó con rapidez. Si iba a
la comisaría con ese cuento la tacharían de loca. Y era lógico. No había
pruebas suficientes. Como tampoco las vería un investigador privado. Sin
embargo, algo en su interior le decía que podía haber algo de verdad en esa
rocambolesca teoría. Su padre, en la libreta, hablaba de muertos probablemente
relacionados con los robos. ¿Qué podía hacer? Lo último que deseaba era que, el
supuesto delito, quedara impune. Si ella pudiera… Pero no era posible. A pesar
de las lecciones recibidas de su padre, no tenía la menor idea de cómo encauzar
una investigación criminal y mucho menos siendo mujer de introducirse en ese
mundo oscuro y secreto del hampa. Aunque si… El pensamiento la horrorizó. Pero
a pesar de ello, era la única posibilidad que tenía. Arriesgada y peligrosa,
pero la única opción.
-Temo que será irrealizable lo que
me pide. Nadie nos tomará en serio. Aunque, yo lo puedo intentar. Si contacto con
esos hombres, tal vez me den su dirección.
Penny sonrió con escepticismo.
-¿Usté? No tiene na que hacer. Esos
estiraos no buscan a mujeres de su clase. Además, es hija del comisario. Nunca
confiarían.
-Ellos no me conocen. No resido en
la ciudad. Usted me dice donde viven y me las arreglaré.
-No sabemos esas cosas.
-Al menos sabrá los nombres.
-Claro. El agente es Nelson Wren y
el artista, Jordan Somerset.
-¿Y si voy al prostíbulo e intento
sonsacarles su domicilio? –sugirió Maggie. Podía ir una noche y hacerse pasar
por meretriz, sin ejercer, por supuesto. Penny le diría como hacerlo.
La prostituta soltó una risotada.
-¿Usté?
-Ya sé que no soy hermosa. Sin
embargo, no pretendo lo que imagina. Lo único que digo es que provocaré una
conversación interesante y…
-¡No sea tonta, mujer!
¿Conversación? ¡Ah! Esos no van precisamente a hablar a un burdel, señorita. Utilizan
la lengua para cosas más gustosas. Un buen polvo les basta y les sobra. Allí la
única que parloteaba, bueno, que le daba a la jerga era Lady Jolianne. Ella
jamás se acostaba con los clientes. Lo dejó hace años. Estaba cansá de aguantar
a babosos y a pelmas. La gente como usté cree que esa vida es dura, pero no sabe
cuanto. ¡Si le contara! Pero no. Una dama no debe escuchar esas cosas.
Una luz de esperanza se encendió
en la mente de Maggie.
-¿Tenía familia la tal Jolianne?
-Una sobrina. Pero desconocía su
paradero.
-¿Y si yo soy esa sobrina?
Penny la miró sin comprender.
-¿Ha muerto, no? Entonces, yo seré
su heredera. Ocuparé su puesto. No tendré que prostituirme. ¿Qué le parece?
La meretriz se levantó y mostró
preocupación.
-Creo que he cometido una idiotez.
Jamás debí venir. No señor.
-¿Tan inútil me ve? ¿Acaso cree
que no soy capaz de enfrentarme a lo que sea para vengar a mí padre? –le
preguntó Maggie.
-Eso na tie que ver. Pero. ¿Se ha
visto? ¿Cree que podría dar el pego con esas gafas, el pelo anudado en la nuca,
con su cuerpo estirao y tieso? Es usted una mojigata, con perdón. Jamás la
tomarían por una prostituta.
Maggie aceptó que tenía razón.
Ella era lo más alejado a una mujer excitante. Más bien se asemejaba a una
solterona, a una rata de biblioteca sabihonda y repelente. La antitesis de lo
que a un hombre lo volvía loco. Por otro lado, esa mujer estaba en lo cierto.
Su plan era descabellado. ¿Cómo una
simple chica del campo educada en la decencia, envuelta entre algodones que no
sabía nada de la vida iba a convertirse en una investigadora? Por mucho que su
padre la aleccionó en los métodos policiales, el miedo y la inexperiencia, la
haría fracasar y probablemente, se metería de cabeza en peligros que podrían
destrozarle la vida. No obstante, no
quería rendirse. Necesitaba averiguar la verdad y ella, nunca se detuvo ante
las adversidades. Si tenía miedo, lo superaría. Su padre se merecía cualquier
sacrificio. Inspiró con fuerza y dijo:
-¿Y si me enseñara?
La prostituta chasqueó la lengua
estudiándola con atención.
-Tal vez, como mujer, podría
aprender la maña sexual. Aunque, su aspecto… Con sinceridad, difícil lo veo,
señorita.
-Cuando me arreglo un poco mejoro,
se lo aseguro –musitó Maggie.
-No se… Esto es desatinao. No
saldría na bien. Y no quiero ser la culpable que le ocurra una desgracia –rechazó
Penny.
-El riesgo corre solo de mi
cuenta. Usted limítese a darme lecciones, que yo me cuidaré. Por favor,
ayúdeme. Quédese unos días. La recompensaré con generosidad.
Tras unos segundos de duda, la
mujer pensó que no estaba mal la propuesta. Ganaría dinero sin tener que
acostarse con ningún tipo. Y esa muchacha era del tipo de las testarudas. Con o
sin su ayuda, seguramente se metería en el lío. Así que, aceptó.
-¿Cuándo comenzamos?
-Ahora mismo –dijo Maggie.
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